El comic de Piketty, por Farruqo
El cómic de Piketty sobre la igualdad, ¿una obsesión analítica?
El economista busca referencias en la literatura, y es que la narración, como evidencia Hernán Díaz en 'Fortuna', desvela los laberintos mejor logrados de la voracidad especulativa y de la barricada: encarna al perfecto canalla y al ciudadano que empuña una justicia atormentada
La ilustración del cómic da vida a las tallas esculpidas; enciende los ojos de la efigie. Thomas Piketty resume su Historia de la igualdad en un libro-cómic, ilustrado por Sebastian Vassant y Stephen Desberg, editado por Deusto, en el que el profesor de Economía de la Paris School viaja, a través de la viñeta, desde el mundo helénico-romano hasta el actual modelo de concentración de la riqueza jamás alcanzado. En esta crónica de Letra Global, la reconstrucción historicista de Piketty se engarza con las doctrinas económicas y con las metáforas literarias del mundo feliz, destinado al abismo.
El conocimiento fragmentario de los especialistas ofrece una luz cenital cuando se conecta con el universo de las letras. Así ocurre con la enorme tradición homérica reflejada en la obra de Heródoto sobre las guerras médicas, entre Grecia y Persia. Gracias a Homero, inspirado en las Musas, la prosa jónica de Heródoto mejoró a la sombra del mito. La economía milenaria del homo satines fue anónima hasta la llegada del ágora griega y del quórum romano: la ciudad y sus mercados.
Los hechos son el germen de la economía y de la ficción. “La proliferación de imágenes reales beneficia a las Bellas Letras o a las Letras verdaderamente bellas” (Paul Valéry en La introducción al método de Leonardo da Vinci).
Recientemente, la investigación periodística ha dado lugar a una de las historias más creíbles sobre los mercados financieros actuales: Fortuna, la novela con la que Hernán Díaz ganó el Pulitzer 2023. Un sarcasmo inteligente sobre los índices, los precios y el crédito, como altares de la codicia ante los que el ser humano se rinde por la fragilidad de las apariencias y los lazos familiares.
Portada del libro en cómic de Piketty
Cuando está en juego la verdad, es mejor confiar en un novelista que en un banquero; el primero conoce los tres secretos que custodian la puerta de la verdad: la sátira, la exageración y el absurdo.
El personaje central de Fortuna, el poderoso financiero, Andrew Bevel, es un exponente del autoengaño, al conocerse que el magnate amasa una gran parte de su patrimonio gracias a su esposa, Mildred, la realmente entendida de las oscilaciones del Dow Jones y capaz de proporcionar a la familia ganancias nunca vistas antes.
El enriquecido Andrew Bevel intenta aplicar torpemente el descubrimiento de su esposa, pero acaba generando una gran crisis en el sistema de pagos, causante del Crack del 29. Recordemos que aquel descalabro se repite ochenta años después, en 2008, con la caída de Lehman Brothers. Podría decirse que el octubre negro de las suprimes iluminó a Hernán Díaz mientras recopilaba material para su novela, aparecida en 2022, bajo el título de Trust y traducida en España como Fortuna.
El falsario Andrew Bevel representa en parte una reaparición de obras como El gran Gatsby o Suave es la noche, las conocidas narraciones de Scott Fitzgerald en las últimas décadas de la Edad Dorada.
Fitzgerald se vindica, antes de morir con su ensayo inacabado, Crack-Up, mezcla de ambiciones y adicciones reveladoras del sueño americano, que se repiten en su ficción, también inacabada, El último magnate.
La desigualdad es una construcción social, histórica y política, mientras que la igualdad no ha dejado de ser una idea que avanza lentamente, acompasada por el crecimiento.
Piketty ofrece esta perspectiva: “En los tres últimos siglos, la población humana y la renta media se han multiplicado por diez”. Pero los datos sostienen que los frutos del crecimiento económico mundial han sido capturados por los más acaudalados, según el último World Inequality Report, un foro de análisis al que pertenece el mismo Piketty. La herencia colonial, el comercio mundial de materias primas y el actual modelo de la hegemonía tecnológica han jugado un papel destacado.
Richard Cantillon, el mercantilista de origen irlandés, en los primeros años del setecientos, lanza alegatos en pro de las colonias británicas en su libro Ensayo sobre la naturaleza del comercio, la obra magna del pensamiento económico del XVIII. Cantillon se hace millonario en París con un pelotazo en el estallido de la burbuja de deuda pública francesa y muere posteriormente en Londres, víctima de un incendio pavoroso.
El colonialismo
Ya en el ochocientos, David Ricardo, el padre de la “ventaja comparativa” y de las leyes de granos (Corn Laws), que mantienen a flote la hegemonía británica, entra en Westminster y confiesa haber leído en la ciudad balneario de Bath el único libro de su vida: La riqueza de las naciones de Adam Smith.
Ricardo es un terrateniente no cultivado intelectualmente, que entra en el grupo de los “clásicos de la Economía” por su inteligente contribución a la Teoría del Valor. Sabe mantener el tono de hombre de Estado ante sus eminentes amigos: John Stuart Mill, Thomas Malthus o Jeremy Bentham.
El cómic de Thomas Piketty expone que, sin las colonias, ganadas por las armas, Occidente no habría salido de sus límites energéticos y ecológicos. Observa que la esclavitud y el colonialismo desempeñaron un papel central en el enriquecimiento mundial. Recuerda que, en 1842, los británicos envían un ejército a bombardear Cantón y Shanghái para conseguir los “Tratados Desiguales”, según la expresión popularizada por Sun Yat-Sen, el fundador de la República de China, el país que hoy, un siglo y medio más tarde, ocupa la cima económica del planeta.
El economista parisino se dirige a un amplio público y, a pesar de los hechos consumados, lanza un mensaje de optimismo: “Hay un movimiento profundamente arraigado que conduce a las sociedades a una mayor igualdad”.
Lo cierto es que la esclavitud, la gleba medieval y los salarios de bronce, que estudió Ferdinand de Lassalle, son el pasado, gracias a la tecnología, la organización laboral y la acción pública de las naciones.
Portada del libro de Hernán Díaz
“La riqueza ha sido siempre un proceso colectivo”, anuncia Ibn Jaldún, uno de los fundadores de la ciencia económica, de origen tunecino y pensador inagotable de Al Ándalus. En el 1300, Jaldún estudia los mercados y la diferencia que existe entre el dinero y la riqueza; lo resume todo en su libro Muqaddimah, la ciencia única, bautizada así por Giambattista Vico, tres siglos más tarde.
Para extraer del arte narrativo los aspectos sociales y económicos de la desigualdad resulta imprescindible leer a Jane Austen en Orgullo y prejuicio o Mansfield Park, a Balzac en Papá Goriot y a Stendhal en Rojo y negro.
La Inglaterra colonial, desde la segunda mitad del siglo XIX hasta el comienzo de la Primera Gran Guerra, ofrece un menú insustituible para el lector atento: Charles Dickens, Anthony Trollope y E. M. Forster. Por su parte, la Norteamérica del ferrocarril, la industria y la pobreza es el escenario de Mark Twain, Edith Wharton o Dreiser.
Obsesión analítica
La literatura desvela los laberintos mejor logrados de la voracidad especulativa y de la barricada; encarna al perfecto canalla y al ciudadano que empuña una justicia atormentada. De una manera u otra, la desigualdad sigue siendo una obsesión analítica de los mejores economistas de nuestro siglo, como Esther Duflo, Daron Acemoglu, Robert Schiller, Carmen Reinhart, Paul Krugman o Janet Yellen; todos ellos premios Nobel que, en buena parte de su obra de divulgación, citan ejemplos metafóricos de la narración literaria.
En el cruce de conocimientos debemos situar a Joseph Alois Schumpeter, el economista puntal de la Escuela de Austria, ministro de Finanzas, propietario de un establo de caballos de carreras, profesor en Harvard y burgués del mundo feudal, que llegó hasta 1914. Su Historia del análisis económico resume las doctrinas y demuestra que, en Viena, los espacios del conocimiento no tienen fronteras.
Claudio Magris recuerda, en su monumental El Danubio, a Schumpeter trabajando en notas destinadas a culminar la novela Naves en la niebla, una obra nunca publicada, que verifica hipotéticamente la fusión economía-narración en una de las cabezas mejor amuebladas del siglo pasado.
Portada del libro de Schumpeter
Piketty ha seguido al maestro en el encuentro entre el álgebra de los modelos matemáticos y la conducta del homo economices; entre la materia y la imagen, como se vio en la entrega del mismo autor troceada en viñetas sobre Capital e ideología, uno de sus libros anteriores,.
Al diseccionar las enormes ganancias o pérdidas de los mercados al contado, se entiende que un economista tan brillante como John Maynard Keynes se convirtiera en un adicto de la City de Londres.
Durante los felices veinte, el economista del Bloomsbury Group influye en las finanzas públicas y abre la falla del terremoto de la deuda con su conocida frase: “si te debo una libra, tengo un problema, pero si te debo un millón, el problema es tuyo”. Keynes torpedea las versiones optimistas del largo plazo e inaugura la economía moderna al asegurar que “el patrón oro es una reliquia bárbara”.
Y llegó Draghi
En el fondo, todas las construcciones monopolísticos, fruto de la inversión especulativa, caen por el mercado de capitales, no por las bolsas de valores. Los tiburones dependen del crédito; apalancan sus pérdidas y en última instancia recurren a los bancos centrales, como la Reserva Federal del dólar y el BCE del euro.
Así ocurrió en 2012 con la expansión monetaria de Mario Draghi, el whatever ir tajes, que mantuvo a flote a la banca privada y salvó la divisa europea. Cuando la ciencia y la invención narrativa van unidas, nos dan pistas para inventar el futuro. Lo demuestran George A. Akerlof y su colega, Robert J. Shiller, en Espíritu animal, un libro que reditúa la psicología humana en el crecimiento global. Es un buen intento; la penúltima muerte del positivismo científico.