Tomás Pérez Vejo: "El nacionalismo español más temprano arraiga en Cataluña y País Vasco"
El historiador, autor de '3 de julio de 1898, el fin del Imperio español', señala que la construcción nacional del país, a lo largo del XIX, es tan "exitosa" como el resto de naciones europeas
31 enero, 2021 00:00Tomás Pérez Vejo (Caloca, Cantabria, 1954) es profesor investigador en el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México y miembro del Sistema Nacional de Investigadores de México. Asegura que cuando llega a España se encuentra con una “jaula de grillos”, y que el mensaje de Iñaki Gabilondo, que ha señalado que España “no funciona”, y que por eso quiere tomar distancia, le ha afectado profundamente. Pérez Vejo cree en la Transición y en el desarrollo que ha alcanzado España. Acaba de publicar 3 de julio de 1898, el fin del Imperio español en Taurus, que ha divulgado una serie de obras centradas en un día de la Historia de España.
Señala, en esta entrevista con Crónica Global, que con Cuba se produjo un hecho muy especial. Es una colonia que pierde la “nación española”, y que, por ello, se siente como una tragedia. Muchos años antes, a principios del XIX, se pierde el grueso del Imperio español, pero entonces es “la monarquía católica” quien se queda sin esos territorios. Y esa diferencia es esencial. Considera que “el nacionalismo español más temprano arraiga en Cataluña y en el País Vasco”, y que ello queda claro, con un sentimiento patriótico, con las Guerras de África. Y entiende que Cuba, precisamente, provoca el crecimiento de los nacionalismos periféricos, como el catalán, al considerar que España ya no puede asegurar un mercado colonial que había sido tan fructífero para los catalanes.
--Pregunta: ¿El concepto de nación, la nación española, se interioriza con la pérdida de Cuba en 1898? ¿Es por ello por lo que se ve como un desgarro nacional?
--Respuesta: Es una idea central en el libro y tiene relación con la construcción nacional de España, que a lo largo del siglo XIX habría sido más exitosa de lo que se ha entendido durante mucho tiempo. En 1821 se pierden territorios americanos, en el sur de Estados Unidos, y no se percibe como una catástrofe. Pero con Cuba se produce un psicodrama colectivo. Lo que señalo es que aquellos territorios los pierde la Monarquía católica, pero Cuba la pierde la nación española, que cobra carta de naturaleza con la Constitución de Cádiz. En la Guerra de Cuba combaten soldados españoles, y la derrota se interioriza como una tragedia para la nación. Lo que demuestra eso es que España fue capaz de construir una identidad nacional, desarrollada por las clases medias del país.
--Entonces se rechaza esa idea que defienden algunos autores, presente en la historiografía, de que España primero es un Imperio, luego un Estado y que no acaba nunca de construir la nación.
--Mi argumento es el contrario, sí. Cuando se afirma que España tiene muy pronto un Imperio, y que después no puede construir la nación, se parte de un concepto nacionalista, porque se identifica la monarquía con la nación española. Y eso no se puede establecer de esa manera. España vive un proceso muy parecido al de otros países de su entorno europeo. Construye la nación, como los otros estados, a finales del siglo XVIII y principios del XIX. Y es sujeto político con la Constitución de Cádiz de 1812. Su proceso es igual de exitoso que el del resto de países europeos. La diferencia se centra en que cuando esos países tienen colonias, España está a punto de perder las suyas, y eso se transforma en una idea de fracaso, que da lugar a un auge de los nacionalismos periféricos.
--Esos nacionalismos periféricos, el vasco y el catalán, ¿son oportunistas, por tanto, cuando, --en el caso del nacionalismo catalán es muy claro--- se habían beneficiado de los negocios con Cuba?
--Sí, claramente. Además, se puede ahondar en una idea y es que el nacionalismo español más temprano y exitoso arraiga en Cataluña y País Vasco. Son las regiones más modernas del país y el sentido de patriotismo entre catalanes y vascos que se produce con las Guerras de África es enorme. Pero con la pérdida de Cuba pasan dos cosas. La relación de Cataluña es enorme, y, por tanto, la pérdida supone perder el mercado colonial. Y se plantea un dilema: para qué se quiere un Estado que no protege ese mercado. Si España es una nación que fracasa, nadie quiere formar parte de esa nación. Esa idea sigue presente, permea en el discurso nacionalista catalán hasta ahora. Esa idea de que se está más cerca de Europa, de que no se quiere formar parte de algo decadente, de que no se quiere formar parte de una nación muerta. Y, la otra cuestión que surge con Cuba, es que se produce un nacionalismo español doliente, de que es una nación fracasada, y que la solución es Europa. Cuba, por tanto, afecta a los nacionalismos periféricos, y también al nacionalismo español.
--En cualquier caso, desde el punto de vista práctico, ¿esa pérdida de Cuba fue más ficticia que real? ¿Fue más una interiorización por parte de las elites intelectuales de que era un fracaso?
--Eso es de las cuestiones más interesantes que pasan con Cuba. Cuando uno analiza los datos económicos, se comprueba que España ocupa un lugar similar en relación al resto de países europeos. No se trata de un hundimiento económico. Fue una crisis intelectual, pero no económica. Eso se explica porque la economía cubana no estaba integrada en la española, sino en la americana. La producción de azúcar, en todos esos años noventa, se vendía en un 90% a Estados Unidos, no a España.
--En todo caso, sí es un problema para la población cubana, que mantiene un sentimiento español.
--Sí, uno compara lo que sucede con el resto de países americanos, y comprueba movimientos hispanófobos. Se producen exclusiones, como en México, pero no en Cuba. Un texto de José Martí, hijo de valenciano y de canaria, lo señala con claridad cuando dice que los cubanos no tienen ningún problema con los españoles, pero sí con el gobierno español. Y, de hecho, llegaron muchos más españoles a la isla después de la independencia de Cuba. Fue un proceso favorecido por los propios cubanos, tras la Guerra, y después de quedar bajo la órbita de Estados Unidos.
--Eso fomentó una tragedia entre los cubanos, que dejaron de ser considerados como españoles, ¿no?
--Eso constituyó un drama. El Gobierno español decidió cortar esa relación, y declara que los nacidos en Cuba no serán españoles. Y es dramático para muchos que habían luchado al lado de los españoles, y son obligados a ser cubanos. Eso tiene implicaciones morales muy fuertes.
--Por tanto, ni España fue diferente a otros países en relación a la construcción nacional, ni la crisis del 98 debería haber dado para tanto. ¿Se exageró toda esa pérdida?
--Yo lo enmarcaría con la historiografía de los últimos años, que ha cuestionado esa supuesta excepcionalidad española. Lo más curioso es que el caso español está marcado por una idea doliente. Los ingleses, por ejemplo, se han creído excepcionales porque se han visto como los mejores. En España, en cambio, la excepcionalidad se subrayaba por considerarse los peores. Es sorprendente. Se manejó esa idea dentro de Europa y se potencia luego con el lema franquista de España es diferente. La diferencia, en todo caso, hay que verla en el auge de los nacionalismos periféricos. La construcción nacional de España no fue un fracaso en el siglo XIX. Y si se llega a conclusiones diferentes se debe principalmente al afecto deslegitimador que tuvo el franquismo, ya en el siglo XX. Pero en cuanto a la construcción nacional no hay ninguna diferencia con el resto de países europeos.
--Sí hay, en cambio, oportunidades que se dejan escapar, entiendo, a partir de la Constitución de 1876, que no se reforma, y se llega a la dictadura de Primo de Rivera de 1923.
--Hay un periodo, efectivamente, que no se aprovecha. Las élites de la Restauración tienen un gran miedo en ese momento, con la pérdida de Cuba. El temor es que se produzca un golpe de estado carlista o una revolución de carácter socialista. Son élites atenazadas, que no toman decisiones, con un gran miedo a que acabe el régimen de la Restauración.
--El caso es que España está muy marcada por la generación del 98, por esa influencia intelectual, que habla de fracaso. ¿Hasta qué punto ese movimiento fue algo nocivo, perjudicial para el desarrollo posterior, aunque desde el punto de vista literario se siga alabando?
--Eso me ha planteado un problema conmigo mismo, porque, por un lado, no se puede negar la calidad e influencia literaria de la Generación del 98, con Antonio Machado o Unamuno. Sin embargo, sí me atrevo, y señalo de nuevo mi disgusto, a decir que el movimiento tuvo un efecto absolutamente nocivo para vivir nuestro pasado. Esa idea del que inventen ellos, es demoledora. Y tiene un agravante y que la sombra del 98 prolonga hasta nuestros días, esa idea de la geografía de Castilla, es una visión esencialista muy nociva.
--Es un regodearse en lo negativo.
--Sí, es esa visión de las ciudades castellanas decadentes, que ven una belleza poética, lo que no deja de ser una pornografía de la miseria. Y deriva en un proyecto que se basa en que debemos aferrarnos a eso.
--Pues podemos estar en una situación similar ahora.
--Tengo la impresión, --y vivo en México—, de que hay una obsesión en los medios periodísticos e intelectuales por esa visión negativa del país. Y, objetivamente, para quien haya vivido en España o en distintos países, no somos los mejores, pero tampoco tenemos un país desastroso. Sin embargo, esa idea de que para ser intelectual debes ser un pesimista, se mantiene.
--¿Es Vox quien ha tirado de ese hilo para aprovecharse?
--No diría que sólo Vox. Se puede pensar en esa invocación a Covadonga, por parte de sus dirigentes, pero hay más voces sobre la España que nace con los Reyes Católicos, y que es una nación de muchos siglos.
--El propio Mariano Rajoy defiende eso.
--Claro, pero es que es la Constitución de Cádiz la que mueve la idea de la nación española, y eso fue en 1812. Junto a ese discurso, también está el otro, que asocia a España todo lo negativo. Y que también está muy presente.
--Continuamos como tras la pérdida de Cuba. Cuando se percibe que algo no funciona, entonces nos vamos. Ese ha sido el discurso del independentismo catalán en estos años. ¿Se trata de un chantaje permanente?
--Las naciones son proyectos de futuro. Cuando esos proyectos fracasan, pues pensamos en irnos. En el caso del nacionalismo catalán es evidente. El proceso independentista no se entiende sin la crisis económica de 2008. El problema es que cuando en algunos territorios hay mayorías que no quieren un determinado proyecto, se aprovecha cualquier circunstancia.
--El nacionalismo catalán niega la propia existencia de la nación española. ¿Es ese el problema?
--Sí, pero es el problema del nacionalismo identitario. El nacionalismo catalán es igual al nacionalismo español. En el caso del español, se diría que desde Altamira ya hay españoles. Y lo mismo respecto al catalán, al entender que hay algo previo a la voluntad de los individuos. No hay diálogo posible en esos casos. Hay una exclusión mutua, porque no puede ser catalán el que se sienta español, o no puede ser español el que se sienta catalán. En mi planteamiento, la nación es una organización instrumental. La nación no existe, se cree en ella. Y habrá naciones en la medida en la que se crea en ellas.
--Pero se suponía que con la Constitución de 1978 se había llegado a un gran consenso sobre todo eso.
--Yo suponía que viviría en un país normal, que se preocuparía de la sanidad o de la educación, sin más preguntas metafísicas. Y cada vez soy más pesimista, porque resurge el debate sobre lo que es o no es España. Y me parece que eso se debe al legado nocivo del 98, lo de España como problema o Cataluña como problema.
--Claro que se podría interpretar como algo que le pasa también a otros. Tampoco sería España diferente ahora, si vemos lo que sucede en el Reino Unido, que se podría desmembrar en poco tiempo, con Escocia o Irlanda del Norte unida a la República de Irlanda.
--Me parece interesante ese debate, porque desmiente, de nuevo, la excepcionalidad española. Si había un estado que parecía no tener problemas de esa naturaleza era el Reino Unido. Hay un problema historiográfico, que es esa vieja manía española de compararse con Francia. Y Francia es más una excepcionalidad que un modelo. España se parece más al Reino Unido que a Francia. No hubo problemas en el Reino Unido mientras fue una potencia exitosa. El problema surge cuando entra en un proceso de reacomodación para ser una potencia estratégica. Y para un escocés ya no es atractivo, máxime cuando la gran mayoría de los escoceses votaron por seguir en la Unión Europea.
--Cuando Iñaki Gabilondo dice que España “no funciona” y que ya no sabe qué más decir, y se aparta, ¿qué le sugiere? ¿Cómo se arregla España?
--Las declaraciones de Gabilondo me produjeron un desánimo profundo, porque mi generación lo ha tenido como referencia durante décadas. No me atrevo a extrapolar con desencantos colectivos, pero me parece preocupante, porque Gabilondo siempre ha tenido sensibilidad para captar sensaciones colectivas.
--Porque, ¿se podría pensar en reformas, o las élites políticas son ahora como las de la Restauración, que muchos de los ‘nuevos’ políticos asocian al régimen del 78?
--Hay una clara voluntad de determinados sectores políticos de plantear la transición como una segunda Restauración. Cuando se habla de Historia siempre se habla del presente. Es una lectura injusta sobre lo que significó la transición, que es el momento más exitoso de la historia de este país, con unas generaciones con clara voluntad de llegar a acuerdos de forma razonable. Ahora, cuando llego a España, me encuentro una jaula de grillos, con insultos entre unos y otros, con un nivel de discusión política lamentable. Espero, en todo caso, que Gabilondo esté equivocado.