Una catalana de Buenos Aires
Siempre recordaré la suya como una extraña forma de vida, pero Patricia Gabancho pareció disfrutarla mientras duró
28 septiembre, 2020 00:00Nos pasamos la vida en trincheras opuestas, pero siempre nos llevamos bien. Aunque lo que escribía y lo que pensaba me daba grima, personalmente siempre me pareció una persona muy agradable. No la entendí jamás, pero daba lo mismo: Patricia Gabancho Ghielmetti (Buenos Aires, 1952 – Barcelona, 2017) se interesó muy jovencita por la cultura catalana en su ciudad natal y a los 22 años se plantó en Barcelona para consagrarle su vida al país, en parte imaginario, que había escogido como propio y se integró rápidamente en ámbitos independentistas. No solo aprendió a hablar un excelente catalán, sino que dejó de hablar el castellano a no ser que fuese imprescindible. Esa actitud, que iba más allá de una mera excentricidad, demostraba que, si uno se lo proponía, podía cambiar de nacionalidad tranquilamente y convertirse, prácticamente, en otra persona. Se me escapa el porqué una chica de Buenos Aires, de origen español por parte de padre e italiano por parte de madre, decide volcarse en la imposible independencia de Cataluña, pero a Patricia le dio por ahí y a ello se dedicó con ahínco hasta que un cáncer se la llevó por delante.
La conocí a principios de los 80 en la cochambrosa redacción de El Noticiero Universal, donde encajaba todos mis sarcasmos antiseparatistas sin perder jamás la sonrisa. Nunca fuimos amigos íntimos, pero siempre mantuvimos una buena relación, tal vez porque, a diferencia de muchos de sus compañeros de cruzada melancólica, me veía como a un adversario, no como a un enemigo. Siempre que nos cruzábamos por la calle, nos parábamos un ratito a conversar y quedábamos para una cena que nunca se acababa celebrando. En cierta ocasión, me confesó que había dejado de leerme para poder seguir teniéndome cierto cariño. Formaba parte del que podríamos llamar sector soft del independentismo, donde también incluyo a gente como el escritor Vicenç Villatoro, el periodista Vicent Sanchis o el actor Sergi López, personas con las que no estás de acuerdo en nada, pero con las que puedes mantener una conversación civilizada (y, en el caso de López, hilarante) sin conato alguno de bronca. Si te los cruzas, saludas o hasta te detienes a intercambiar cuatro palabras, cosa imposible con los representantes del sector hard del separatismo (no diré nombres), a los que solo les falta escupir al suelo cada vez que se topan contigo por alguna calle de Barcelona.
Patricia siempre me pareció de lo mejor que había en esa extraña Legión Extranjera de gente que había venido a España con la aviesa intención de destruirla. Y dentro del contingente argentino, estaba a años luz de arribistas rastreros como Gerardo Pisarello y Albano Dante Fachín. Ella, simplemente, se sentía catalana y aspiraba a la libertad de su país, al que consideraba sojuzgado por España, pero no le importaba confraternizar con el enemigo y siempre puso a las personas por encima de su ideología, algo que los talibanes del sector hard nunca han sido capaces de hacer.
Siempre recordaré la suya como una extraña forma de vida, pero ella pareció disfrutarla mientras duró, con sus libros, sus artículos, sus conferencias y sus actividades en pro de la independencia. Hubiese preferido que la diñara otro lazi (tampoco diré nombres), pero ya sabemos que el cáncer nunca ha disimulado su preferencia por las buenas personas.