Tiki bars: la Polinesia a tu alcance
Los bares de ambiente polinesio junto con las tabernas rústicas fueron ideales para que el adolescente echara su primera papilla etílica nada más abandonarlos
20 abril, 2020 00:00Aunque ahora ya solo quedan tres, hubo una época en Barcelona en la que proliferaban los bares de ambiente supuestamente polinesio. Llegó a haber entre siete y diez (los historiadores no se ponen de acuerdo) y atendían a una clientela variopinta entre la que destacaban los compañeros de oficina de ambos sexos (se suponía que su elegancia y exotismo, también supuestos, los hacían muy adecuados para atraer a unas mujeres que se habrían echado atrás de tratarse de meros figones o de coctelerías para parejas sofisticadas) y los grupos de estudiantes universitarios de los primeros cursos (los de los últimos ya habían pagado la novatada y no volvían ni a rastras, como me sucedió a mí mismo). En el fondo, eran una versión seudo exótica de aquellas tabernas rústicas a base de vinazo y choricitos del diablo que vivieron su esplendor en la misma época, los años 70: unas y otros eran ideales para que el adolescente echara su primera papilla etílica nada más abandonarlos, ya fuese por la mezcla letal de fritanga y vino peleón (las tabernas rústicas) o por los cócteles dulzones, absurdos y frecuentemente humeantes (los bares polinesios). Ya volveremos a las tabernas rústicas en una próxima entrega, pero ahora detengámonos en esa Polinesia de pacotilla.
A día de hoy, sigo sin saber por qué se pusieron de moda, pero como tampoco entiendo el auge del pantalón de pata de elefante, deduzco que los 70 fueron unos años propicios para los fenómenos paranormales y/o inexplicables. El origen del invento se remonta a los años 30 en Estados Unidos, cuando un tal Ernest Gantt, alias Don Beach, creó en Los Ángeles el primer Tiki Bar del que hay constancia, Don the Beachcomber, cuna del Sumatra Kula y del Zombie (tras la guerra, el hombre se trasladó a Hawai, donde montó el Waikiki Beach). El cóctel estrella del, digamos, movimiento estético – etílico, el Mai Tai, fue inventado en 1944 por el principal competidor de Gantt, Victor Bergeron, desde su local californiano, Trader Vic´s.
La ironía de los 60 convirtió los tiki bars en frecuente motivo de chanza, pero eso no impidió que llegaran a la Barcelona de los 70 y, durante un cierto tiempo, lo petaran. Evidentemente, ningún bebedor que se respetara puso jamás los pies en el primero de ellos y uno de los tres que se conservan, el Kahala (Diagonal, 537) -los otros dos son el Kahiki (Gran Vía, 581) y el Aloha (Provenza, 159)-, pero fueron pasto de truños estudiantiles y oficinescos.
Mis primeros años en la universidad transcurrieron, en lo relativo a la priva, entre las tabernas rústicas y los bares polinesios, algo que me dio cierta vergüenza hace años y que desde que no bebo me da igual. Si no recuerdo mal, me tocó el Kahala, aunque es posible que se tratara del Aloha o del Kahiki o de cualquier otro de los que no sobrevivieron, pues todos eran iguales y compartían la misma decoración como de forillo de película americana ambientada en los mares del sur a base de cartón piedra. Los cócteles se servían en vasos con forma de tiki (idolillo polinesio), de coco, de calavera o de cualquier cosa lo suficientemente fea como para interpelar al dueño del establecimiento. Solían lucir sombrillitas de papel, algunos echaban humo y, si no me lo he inventado, ciertos vasos brillaban en la oscuridad. Era inútil intentar ligar porque a las chicas nunca les ha gustado que les vacíes tus tripas en los zapatos, pero es que los bares polinesios no te predisponían al amor, sino a la vomitona.
Si lo que acaban de leer les parece demencial, esperen a que me ponga con las tabernas del vinazo y los choricitos. Próximamente en esta sala.