El escritor Albert Camus, autor de 'La peste' / WIQUIPEDIA

El escritor Albert Camus, autor de 'La peste' / WIQUIPEDIA

Letras

James Joyce y Joseph Grand, el antihéroe de 'La Peste'

Volvemos a Camus, por su actitud cívica, como Grand, su personaje en 'La Peste', en tiempos teatrales y exagerados

8 marzo, 2020 00:00

Somos tremendistas, teatrales y exagerados. La crisis del coronavirus ha tenido como efecto lateral inesperado, por lo menos en Francia e Italia, según informaba el pasado jueves la prensa, el incremento de ventas del clásico de Albert Camus, La Peste, novela de 1947 que es también, con El extranjero, su obra maestra y seguramente la que, con su meditación sobre la libertad, la responsabilidad y el sentido moral de la aventura humana, le valió su posición como referente intelectual para su generación.

Ante los interrogantes que puede levantar la experiencia de la epidemia, y ante la invitación a la meditación forzada por las cuarentenas y las restricciones que imponen, quizá sea inútil buscar respuestas en el libro de Camus, o en el magnífico libro de Defoe Diario del año de la peste. Pero si sirve como excusa para leerlos, vale. El coronavirus se habrá erigido en una formidable aunque automática y tétrica campaña de publicidad para esos libros, que son estupendos y ejemplares, cada uno en su género.

Como casi todo el mundo sabe, la novela de Camus, protagonizada por el doctor Rieux y el escritor o periodista Jean Tarrou, héroes civiles secundados por un buen número de personajes, trata sobre una epidemia de peste que se declara en Orán y fuerza a la ciudad a someterse a cuarentena, mientras algunos de sus habitantes perecen, otros se organizan para combatirla, otros tratan de seguir viviendo como si no pasase nada, y otros, en fin, se aprovechan para extraer de la plaga sórdidos beneficios.

Cuando se publicó La Peste Roland Barthes publicó una inteligente crítica apuntando a su calidad de manifiesto existencialista e individualista, de meditación sobre el absurdo de la existencia. En un intercambio de cartas famoso Camus respondió desautorizando claramente esa interpretación; pues si cualquier lectura o interpretación de una novela, decía Camus, hecha de buena fe, es legítima, su propósito al escribir La Peste fue hacer una alegoría sobre la vida de los parisienses bajo la ocupación de los nazis durante la segunda guerra mundial. Y avisar de que, una vez vencido el mal, la emergencia volvería a presentarse, quizá bajo otras apariencias, y otra vez exigiría de los hombres coraje y fraternidad.

El sentido de la solidaridad

En cuanto al supuesto existencialismo o individualismo del texto, escribe Camus: "Comparada con El extranjeroLa peste marca sin discusión posible el tránsito de una actitud de rebelión solitaria al reconocimiento de una comunidad cuya lucha hay que compartir. Si existe una evolución de El extranjero La peste, se ha producido en el sentido de la solidaridad y de la participación".

Esta novela me impactó en su día, décadas atrás, y al revisitarla hace pocos años me alegró constatar que no está mal escrita como sostienen algunos que le niegan verdadera calidad literaria, sino que el desarrollo paulatino de la epidemia está llevado con pulso firme, desde la aparición de la primera rata muerta en la escalera de una casa de vecinos, siguiendo por la proliferación de ratas, por las primeras víctimas humanas, y hasta la declaración de la epidemia.

Cada vez que he hablado o escrito sobre La Peste he querido rendir el modesto homenaje de mi recuerdo a mi personaje preferido: Joseph Grand, funcionario del ayuntamiento y camillero voluntario, sujeto tragicómico que después de cumplir con sus obligaciones cotidianas se reserva cada noche unas horas para dedicarlas a la literatura. Porque Grand no se resigna a pasar por el mundo como funcionario sin importancia y mal pagado; tiene la obsesión de escribir una novela; pero no se conforma con que sea una novela cualquiera, tiene que ser una obra maestra, y por eso la trabaja palabra por palabra.

Cuando le visitan los protagonistas, Rieux y Tarrou, Grand les lee la única frase que ha escrito de la novela, que aún está inacabada, por pulir, y que dice algo así: “Una hermosa mañana de primavera, una gentil amazona trotaba, a lomos de un brioso alazán, por los floridos senderos del Bois de Boulogne”.

Grand no puede pasar de esta frase porque no le parece perfecta: cada uno de sus sustantivos y adjetivos es discutible, mejorable, objeto de mil dudas y variaciones posibles. Por ejemplo, ¿en vez de “gentil”, no sería mejor, para definir a la amazona, “grácil”, que subrayaría la diferencia con el “brioso” alazán que cabalga?... ¿Y en tal caso, no sería mejor también, en vez de “brioso”, “impetuoso”? En estas dudas se le pasan las noches. Cuando los amigos se lo encuentran por la calle le preguntan: “¿Cómo va la amazona?” Y Grand, con una sonrisa rota, contesta: “Va trotando, trotando”…

Perfeccionistas y formalistas

Hasta que la peste va a por él. Agonizante, desde la cama, recibe la visita de sus amigos, y señalando una mesa donde yace el “manuscrito” de su inconclusa novela, les ordena con voz temblorosa: “¡Quémenlo!” Pues no quiere que salga a la luz jamás un texto que aún no considera redondo y perfecto…

Seguramente con el personaje de Grand, que aparte de esta ridícula y ambiciosa pulsión literaria tiene un lado cívico ejemplar, Camus, hombre de acción y literato de ideas, se quería burlar afectuosamente de los escritores perfeccionistas y excesivamente formalistas. Pero recuerdo, en la vida real, la anécdota del visitante que le preguntaba a James Joyce por qué no daba ya por terminado cierto capítulo de Ulises al que había dedicado ya meses o incluso años.

Joyce le leyó una frase, una sola frase, no muy larga, en la que había varios sustantivos y dos o tres adjetivos, y le hizo observar que cada una de estas unidades de expresión era sustituible por otras muchas, y cada una de ellas dependía de las otras, con las que estaba en relación. “¿Se da usted cuenta? Es un trabajo interminable decidirse por las palabras más correctas. Pues si esto sucede con una frase, ¡imagínese lo que pasará con el capítulo!”.

La diferencia entre los dos casos, por supuesto, es que la frase de la gentil amazona es una cursilada inconclusa, y en cambio Ulises es una novela celebérrima. Pero, salvo ese detalle, nada diferencia a Joseph Grand de James Joyce. Son hermanos en literatura.