La mujer que me llevó al teatro
Siempre que me viene Rosa Novell a la cabeza la recuerdo en la cena que siguió a la representación de la pieza de Eugene O´Neill 'Largo viaje hacia la noche'
24 febrero, 2020 00:00Durante unos años, fuimos casi vecinos. La actriz Rosa Novell (Barcelona, 1953 – 2015) vivía en la calle Lauria, un poco por encima de la Diagonal, y yo sobrevivía en plena Diagonal, muy cerca de Lauria, en un apartamento pequeño, feo y no muy barato que había heredado, tras una temporada en Madrid que culminó con mi dimisión del catastrófico semanario del grupo Prisa El Globo, de Ignacio Vidal -Folch, que ahora ya no recuerdo si había encontrado un refugio mejor o si se iba a Praga a ejercer de corresponsal para el ABC.
Solíamos cruzarnos en el Bauma --un café a la antigua situado en la esquina de Lauria con Diagonal que aún existe, aunque perdió su evocadora marquesina a causa de una absurda ordenanza municipal: ¡con lo que me gustaba pimplarme en esa zona del local los días de lluvia, sintiéndome como en el bar de un buque transoceánico en plena tormenta! --, donde era fácil encontrarme porque lo había convertido en mi cuartel general y había días que me los pasaba prácticamente enteros allí metido. Rosa tenía una voz rasgada de lo más sensual, poseía una belleza antigua y vestía con cierta excentricidad elegante: le gustaban mucho los fulares a lo Isadora Duncan. Actuaba dentro y fuera del teatro, como puede comprobar una noche en que se llevó un pisotón en otro bar e improvisó una performance con mucho dolor y hasta llanto que impresionó notablemente a los que estábamos con ella. En otra persona menos interesante, esa manera de ir por la vida podría haber resultado un pelín ridícula, pero a Rosa, esos aires de gran dama de la escena, de gran trágica del teatro catalán, le sentaban divinamente. Yo diría que la salvaba un retorcido sentido del humor que alcanzó su cima la noche en que me contó la historia del amante despechado de Nuria Feliu que se presentaba a traición donde actuaba la diva de Sants para cruzarle la cara a bofetones. Nuria es amiga mía y me la quiero mucho, aseguraba la Novell mientras se tronchaba de risa.
También decía ser amiga de su némesis oficial, Carmen Elías, aunque todo parecía indicar que no se podían ver ni en pintura. Consciente de esa peculiar relación, un día se me ocurrió intentar convencer a un actor con pujos de productor que aún no había sido cesado como novio de la Elías para llevar al escenario una adaptación de la película de Robert Aldrich ¿Qué fue de Baby Jane?, con Carmen en el papel de Joan Crawford y Rosa en el de Bette Davis (o viceversa, me daba igual). Lamentablemente, el plan no me salió bien, aunque sigo creyendo que el público hubiese agradecido el espectáculo.
Durante un tiempo, conocedora de mi escasa propensión a visitar los teatros de mi ciudad --cada vez que voy a ver algo, salgo horrorizado y tardo años en volver--, Rosa quiso ejercer de Pygmalion conmigo y me invitó a diferentes funciones. Me gustó especialmente la pieza de Eugene O´Neill Largo viaje hacia la noche, muy bien interpretada por Julieta Serrano y Ramon Madaula, así que no diré nada de las obras que me podría haber ahorrado de no ser por la Novell. La pobre no tardó mucho en rendirse, pues supongo que tenía cosas mejores que hacer --como salir con Eduardo Mendoza, por ejemplo-- que intentar desasnar a un tarugo prácticamente inmune a la magia del teatro que, además, no dejaba pasar ninguna oportunidad de decirle que prefería ir al cine.
Siempre que me viene Rosa a la cabeza la recuerdo en la cena que siguió a la representación de la pieza de O´Neill. Yo estaba rodeado de grandes damas del escenario de distintas generaciones --de mayor a menor: Berta Riaza, Julieta Serrano y la propia Rosa-- y opté, cosa rara en mí, por escuchar más de lo que hablaba. Aquella cena también fue, a su manera, un espectáculo en el que la Novell, como solía, brilló con luz propia, aunque tuviese la competencia al otro lado de la mesa.
Un cáncer se llevó por delante a la Gran Trágica en 2015. Se despidió de su querido oficio, ya ciega, con L'última trobada (El último encuentro), de Sandor Marai. Nadie más ha intentado convencerme de lo bien que está el teatro desde entonces: Rosa, dando muestras de una generosidad a la que no supe corresponder, fue la primera y la última.