Manuel Vilas / @JMSANCHEZPHOTO

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Letras

Manuel Vilas: "España logró una modernidad política que parece estar a punto de demolición"

El escritor, finalista del premio Planeta con ‘Alegría’, describe a la familia como el único espacio libre del influjo del capitalismo y reflexiona sobre las relaciones humanas

24 febrero, 2020 00:00

El escritor Manuel Vilas (Barbastro, 1962) entra a toda prisa en el salón del hotel de Sevilla donde se aloja. Pide disculpas por el retraso, toma rápidamente asiento y se pide un café como si necesitase darse cuerda con la cucharilla. Luego, habla despacio, tira suavemente sonrisas a la atmósfera, pega frenazos en la conversación hasta que encuentra las palabras exactas. No tira fuera ninguna pregunta. De la autoficción ha hecho su patrimonio y su conquista. Novelas como Ordesa y Alegría (finalista del premio Planeta) lo han situado en un lugar preferente de la narrativa española. 

–Ha conocido el éxito literario con Ordesa, que ha vendido más de cien mil ejemplares. ¿Qué le aporta ser finalista del premio Planeta? 

–Los lectores. Ellos son la justificación de mi oficio, que sólo tiene sentido cuando alguien me lee. No soy un escritor que escriba ni para mí ni para cuatro; tengo una vocación mayoritaria. Otra cosa, claro, es que se cumpla. No concibo escribir libros y no tener lectores; tendría la sensación de no hacer bien mi trabajo. Ahora bien, tampoco escribo bestsellers, de ahí que, si el Planeta decide apostar por el tipo de literatura que hago, por qué no iba a decir que sí.

–Rosa Regás aseguró en 2001 que si algo agradecía al Planeta era que por fin iba a tener tiempo dada su elevada dotación económica. ¿Es también su caso?

–Proporciona una tranquilidad económica, sin duda, pero me importan más los lectores. Es un premio que llega a lugares que una novela mía no alcanzaría de otra manera. Antes, cuando publicaba en Alfaguara, Ordesa alcanzó, en una especie de milagro inexplicable, los cien mil ejemplares. Ahora el Planeta me permite mantener esos lectores e, incluso, aumentarlos.

Manuel Vilas / @JMSANCHEZPHOTO

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–Su llegada a Planeta se ha explicado casi en términos futbolísticos: un fichaje que debilita a su principal competidor editorial: Penguin Random.

–Mi negociado termina en hacer el mejor libro que sé. Le aseguro que la vida empresarial de mis editores excede ampliamente mis competencias.  

Alegría, la finalista del Planeta, está en la misma órbita que su obra anterior, Ordesa. ¿Le quedaron cosas por contar o le ha sido imposible alejarse de su voz literaria?

–Cuando escribo, no pienso en ello. Me viene lo que me viene; eso me da tranquilidad. Alegría y Ordesa son dos novelas autónomas, aunque comparten la atmósfera autobiográfica y el recuerdo del padre y de la madre. En Alegría está lo que tenía urgencia por contar en ese momento: el encuentro con personas, durante la promoción de Ordesa, que venían con el libro subrayado y diciéndome que habían conocido a mi padre o que tenían sus mismas raíces. De forma inesperada me proporcionaron un material que desconocía y que no había considerado en la novela. Le confieso que llegaba después al hotel emocionado y me sentaba a escribir sobre estas experiencias. He descubierto que me gusta reclamar para la literatura el misterio de la vida. Acaso sólo sea azar, pero prefiero abonar con la escritura esa ilusión: la de que mi padre me enviaba a todas esas personas para que me hablaran sobre él; me lo creí firmemente. Así, de esta forma, surgió Alegría.

–En Alegría es posible detectar un tono más existencial, más intimista. 

–Es una epopeya por encontrarle sentido a la vida, que es la tarea más sencilla, elemental y, casi diría, vulgar de todo ser humano, hombre o mujer. Llamamos vida humana a la construcción de un sentido; necesitamos construirlo, que haya un orden y, finalmente, veamos una continuidad en el tiempo. De hecho, la alegría que el narrador al final consigue ver es la que va de ser hijo a convertirse él en padre; descubre en esa línea continua motivo suficiente de vida y, por tanto, también de alegría.            

Manuel Vilas / @JMSANCHEZPHOTO

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–“Me estoy preparando bien para la muerte”, llega a confesar el narrador. 

–Ahí radica, en buena parte, su carácter novelesco, porque yo no sabría decir esa misma idea como ciudadano. Quiere decir que se está reconciliando con todo lo que ha pasado y que va a ser capaz de entender que le toca desaparecer en un momento determinado. Ese acto tan trascendente lo va a llevar lo mejor que puede. Bien mirado, es algo sobrecogedor, pero bueno…

–Y, como en Ordesa, la familia como motor de la historia. 

–La familia es el lugar donde las relaciones humanas son más puras; están menos sometidas a mercadería. El capitalismo no ha sabido aún convertir en relaciones de intercambio los vínculos entre padres e hijos. Una madre daría la vida por su pequeño y este hecho es un enigma para el capitalismo, que no ha sabido ponerle precio a eso.

–¿Y por qué ese recurso, de nuevo, de bautizar a sus padres y sus hijos con nombres de compositores: Wagner, Bach, Vivaldi…?   

–En primer lugar, nació como un mecanismo de ocultación de sus nombres reales, por respeto al anonimato, pero luego descubrí más cosas. Por ejemplo, la idea de convertir tu pasado en un sonido, la idea de que el ayer pueda recordarse como una melodía… También hay algo de redención: a personas humildes, como mi padre y mi madre, a través de la ilusión de la literatura, los condecoro, los ennoblezco, los elevo a categoría aristocrática cuando les asigno ilustres nombres de la música. Había otro asunto que me interesaba: Bach y Wagner, que trajeron belleza al mundo, son como mi padre y mi madre; ellos trajeron belleza a mi mundo. 

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–Con ese mismo recurso da entrada en Alegría a la ansiedad, la depresión y la enfermedad mental a través de Arnold Schönberg.

–Arnold [Schönberg] es la depresión contemporánea. Tal como lo están diagnosticando los psicólogos, los psiquiatras y los sociólogos, el mal de nuestro tiempo. 

–De la depresión, curiosamente, se habla poco, y menos aún todavía en la literatura, donde no abundan los ejemplos de su utilización como herramienta narrativa o poética.

–Ocurre que el mal psíquico casi no tiene componente narrativo. Es un abismo; no se puede narrar. Contar el deterioro físico es posible; el psíquico, es más complejo. Del horror psíquico se han narrado las consecuencias, pero el interior del horror es más complicado. A mí me interesaba hablar de la depresión porque me parece que la visión contemporánea del deprimido es muy despectiva: es más que un señor con un trastorno psicológico. Está muy bien lo que la psiquiatría hace porque cura la depresión, pero creo que el deprimido es una persona que tiene una especial sensibilidad con el mundo, que ve su vacío. Son personas inteligentes, con un exceso de sensibilidad, que entienden que en el mundo existe el vacío, el fracaso y la muerte, y lo perciben con una intensidad tan grande que enferman. Desde ese punto de vista quería hablar yo de esa enfermedad y, por tanto, devolverle un poco la dignidad. Es una enfermedad que la gente no la dice porque inmediatamente queda estigmatizada. El narrador de Alegría ve el vacío del mundo, el mal, el infierno, el demonio; detecta que, de repente, nada tiene sentido y ve viable un suicidio. Y, en realidad, no lo hace porque cae en la cuenta de que su padre nunca elegiría esa opción.             

–Introduce, además, alguna reflexión sobre la literatura como generadora de belleza. 

–Creo que los seres humanos necesitan de la belleza para seguir viviendo; la belleza crea sentido a la vida. Y vincular la belleza y la alegría es posible porque cuando las contemplas sientes felicidad. El narrador, por ejemplo, recuerdo que va a la ópera de Zúrich… Bueno, yo fui a la ópera de Zúrich y oí Norma. Allí sentí la belleza y mi vida ganó sentido. ¿Por qué vamos a la ópera? Puede ser un coñazo, sí, pero seguro que hay diez minutos que te tocan el corazón… Es parecido a la escena de Pretty Woman cuando Julia Roberts se echa a llorar al descubrir en la ópera una belleza que desconocía. La belleza ilumina. 

Manuel Vilas / @JMSANCHEZPHOTO

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–Paradójicamente, un libro titulado Alegría está lleno de muertos. 

–Los seres humanos hablan con los muertos. Es una cadena de comunicación muy interesante. En Alegría digo que el viaje más grande no es al exoplaneta que está a treinta millones de años luz; el viaje más grande que hace el ser humano es al reino de los muertos. Decía Azorín que vivir es ver morir y tenía la razón. Cuando ya tienes fallecidos, viajas constantemente al reino de los muertos. Se viaja con el pensamiento, con esas intersecciones extrañas que se dan en la vida. Me ocurrió así, cuando en un apartamento de playa en Almería se coló una mosca y le grito: “Asquerosa, asquerosa”. Al poco caigo en la cuenta de que así las llamaba mi madre. Ocurre: haces cosas como tu padre y tu madre y, en ese momento, salen del reino de los muertos. Eso, para mí, es importante: crea una ilusión de regreso, y esas ilusiones son misteriosas. Insisto: en la literatura es fundamental el misterio de la vida. Esa comunicación entre vivos y muertos es una forma de mantener la memoria y, por tanto, el amor. 

–Se dice que, con el paso de los años, nos acabamos pareciendo a nuestros padres.     

–Eso es increíble. Yo lo narré en Ordesa porque lo experimenté de forma radical. Me levanté un día para ir a trabajar al instituto –he sido profesor muchos años– y, al asomarme al espejo para afeitarme, caí en la cuenta de que yo era mi padre, idéntico. En la juventud todo es más liviano pero de los cincuenta hacia delante las intersecciones con las vidas de tus padres se intensifican de una manera estremecedora. Igualmente se produce una distorsión o una melancolía cuando ellos no comparecen en las cosas importantes que están ocurriendo en tu vida. Esos hechos parecen hasta irreales porque o no están o no se los puedes contar.  

–Incluso esa influencia de sus padres llega a marcar las relaciones con los hijos. Al menos, la suya, que parece una competición por imitar a sus progenitores. 

–Me parece maravilloso estar viviendo con tu hijo lo que ya viviste con tu padre. Es como hacer de médium entre mi padre y mi hijo, entre el abuelo y el nieto. Tengo una verdadera necesidad de escribir sobre este asunto. Supongo que le pasará a mucha gente, pero lo llevará de manera más natural. Yo lo siento como una razón épica. 

Manuel Vilas / @JAIMEFOTO

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–Savater reconoce en su autobiografía que nadie se recupera de una infancia feliz.   

–Exacto. Tuve una infancia feliz. Mi padre y mi madre me quisieron muchísimo. En cambio, pasé por una adolescencia dramática porque me alejé de ellos. En Alegría cuento cómo el colegio fue un duro golpe para mí porque, hasta entonces, yo me creía el único chaval del mundo. Y, para colmo, mi identidad, celebrada por mi padre y mi madre, era trasladada allí a una pizarra de manera equivocada, de pronto había pasado de única a rutinaria.

–Ha pasado largas temporadas de su vida en el extranjero, especialmente en los Estados Unidos. ¿A España se le ve mejor desde fuera?

–Basta poner distancia para ganar en objetividad. Si vives en España estás metido en el ajo, pero al vivir fuera tienes la opción de valorar las cosas buenas y malas. En Estados Unidos he aprendido mucho. No es un país ejemplar, pero sí tiene cosas que están bien, como la voluntad de transformación. Son constructores de cosas, edifican, levantan, crean…  

Manuel Vilas / @JMSANCHEZPHOTO

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–¿Y tiene una buena opinión de España?

–Lleva demasiado atascada, pero hay cosas incontestables. Por ejemplo, el transporte público español es una maravilla; el mejor de los países en los que he estado. Si Madrid o Barcelona tienen la red de metro de Chicago habría una revolución. España ha conseguido muchísimas cosas, entre ellas, una modernidad política interesantísima, pero ahora se ha atascado, y que parece estar a punto de demolición.

–No sé si fue por ese viejo pecado de la envidia, pero le recordaron una opinión suya contraria a los premios literarios cuando logró ser finalista del Planeta.

–Me pareció miserable porque la intención era hacerme caer en una contradicción cuando no había tal. Si los responsables del galardón deciden un año fijarse en los escritores y apuestan por apoyar la literatura, ¿qué debo hacer? ¿Debería haberlo rechazado? Hay una mala hostia muy española; tenemos un serio problema al dar por hecho que el triunfo del otro es nuestro fracaso.  

Manuel Vilas

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–Coincidió la salida de Alegría con una nueva edición de su Poesía completa en Visor. ¿Qué le tiene que agradecer a los versos?

–La poesía me ha proporcionado una herramienta fundamental: el conocimiento de la lengua. También el trabajo con las palabras, el sentido del ritmo… La poesía, para mí, ha sido un taller fundamental.  

–Tanto Ordesa como Alegría son dos ejemplos de la literatura del yo, sobre la que Isaac Rosa ofreció una reflexión en una entrevista con Letra Global que quisiera plantearle. Él sostenía que los escritores se habían refugiado en la autoficción justo cuando la sociedad se había vuelto reivindicativa y había salido a las calles.

–No lo veo así. No creo que exista un distanciamiento entre el momento social y la voluntad del escritor. Lo que se llama autoficción es una tendencia universal, un subgénero que está en todas partes, en todas las literaturas de todos los países, desde Proust a Karl Ove Knausgård. Se trata de una mirada al mundo desde un lugar diferente, como las películas de Max Ophüls. En Alegría está toda la sociedad española. ¡Si digo expresamente que al capitalismo nunca se le roba demasiado! ¡Claro que hay sintonía con lo que está pasando en la calle!