La universalidad de la literatura india / DANIEL ROSELL

La universalidad de la literatura india / DANIEL ROSELL

Letras

Razones y maravillas de la literatura india

La inminente Feria del Libro de Guadalajara (México) estará dedicada este año 2019 a la literatura de la gran nación asiática, que no ha perdido fecundidad

2 noviembre, 2019 00:00

La India será el país invitado de la inminente Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México). Hay decisiones que no necesitan argumentación, y esta es una de ellas porque la literatura india es inabarcable y, remontándose a los periodos históricos más lejanos de los que hay constancia, se halla en la raíz del cultivo de la palabra y en una posición intermedia, de mediación, entre la literatura occidental y la oriental. La hindú es la tradición que fragua esa literatura, que comienza con el sánscrito, pero luego se extiende a otras religiones, como el Islam, y esa no religión: el budismo. La geografía india alberga gran número de lenguas y dialectos. Las más extendidas son el hindi y el urdu, pero la literatura no se limita en absoluto a ellas. En tiempos recientes ha cultivado también el inglés, y no pocos autores de ascendencia india viven y escriben en el Reino Unido, Canadá o los Estados Unidos.

La delegación india en Guadalajara la compondrán autores de primer nivel, los ampliamente editados con otros que cuentan con una obra sólida y, sobre todo, prometedora. La revista Luvina publicará un monográfico que promete ser una guía sobre la exuberancia de la mejor escritura india actual. La antigua, desde luego, es pasmosa. El Mahabharata no solo es una epopeya; también tiene una extensión épica: 220.000 versos recogidos por Vyasa. Cuenta la lucha entre los Pandeva y los Kaurava, y se entrelazan con ella numerosos episodios y ramificaciones.

La Bhagavad Gita, uno de esos hitos del argumento, tiene carácter autónomo y reproduce el aleccionamiento que el dios Krishna hace a Arjuna antes de la batalla de Kurukshetra, y encapsula el código ético hindú, con provecho también para quien no lo sea. El Ramayana, atribuido a Valmiki, contiene 50.000 versos agrupados en dísticos. Narra las aventuras de Rama (avatar de Visnú) y Sita, y el socorro que les presta Hanuman, el dios mono. Existe una edición en español en la editorial Atalanta. Ambos poemas son selvas llenas de interpolaciones. Como en el caso de los homéricos, su fecha de composición es muy anterior a la consignación escrita.

Una pintura del Mahabharata

Una pintura del Mahabharata

Aunque el país haya sufrido una enorme transformación en las últimas décadas que hace que en Delhi convivan los más modernos hoteles con los callejones más infectos, los muñones con las bellezas de las películas de Bollywood, un rickshaw con la nave enviada al espacio o el sistema de castas con la mayor democracia de la Tierra, sustancialmente la India es la misma siempre. Sus mitos conviven con el presente. Una imagen del dios elefante Ganesha sobre el dintel de una casa no es un adorno sino una creencia. Mucho de lo que cuentan los testimonios de viajeros no ha perdido un ápice de frescura (ni del insoportable calor húmedo), aunque hay aspectos que sí resultan remotos para la mentalidad occidental.

Autores destacados posteriores son R. K. Narayan, Vikram Seth, Vikram Chandra, Anita Desai, y Jhumpa Lahiri. Suelen incluir sus temas el conflicto entre la aldea y la ciudad, los matrimonios concertados por las familias, el peso asfixiante de la tradición. V. S. Naipaul no era indio, pero sí lo era su origen, y escribió varios libros sobre el país: “Mi India no era como la de los ingleses o los británicos. Mi India estaba llena de dolor. Unos sesenta años antes mis antepasados habían hecho el larguísimo viaje desde India hasta el Caribe, de al menos seis semanas, y aunque apenas se hablaba de ello cuando yo era pequeño, a medida que fui haciéndome mayor empezó a preocuparme cada vez más. De modo que, a pesar de ser escritor, yo no iba a la India de Forster o de Kipling. Iba a una India que solamente existía en mi cabeza...”

Arundhaty RoyQuien sin viajar a Jalisco quiera conocer mejor el mundo indio y su literatura tiene en español buenos libros que le ayudarán a explorarlo, desde las traducciones de los cuentos de Kipling, que habló hindi antes que inglés, a las de Arundhati Roy. Muy recomendable es Benarés, India (Pre-Textos, 2018), de Jesús Aguado, el poeta que más ha escrito de la India, en la cual se ha inspirado y de la que ha traducido como nadie. Quien quiera conocer no solo otros lugares sino otros tiempos, tiene La India (sin los ingleses) de Pierre Lotti (Olañeta, 2000), donde leemos descripciones suntuosas y testimonios de la enfermedad y la decadencia, como cuando habla de un osario de ruinas en lo que fue tierra de los emperadores mogoles: “Además de las ciudades que fueron aniquiladas por guerras y matanzas, hay otras cuya edificación fastuosa fue decretada por el capricho de tal o cual soberano, que no tuvo tiempo para terminarlas, y palacios destinados a determinada sultana, que absorbieron el trabajo de ejércitos de escultores y que jamás tuvieron habitantes”.

Quien sin viajar a Jalisco quiera conocer mejor el mundo indio y su literatura tiene en español buenos libros que le ayudarán a explorarlo, desde las traducciones de los cuentos de

El diálogo de Occidente con la India es largo. Comenzó en tiempos de Alejandro Magno. Al hechizo indio es muy difícil sustraerse, y numerosos autores occidentales han sucumbido a él. Los más interesantes han trascendido el exotismo para indagar en ese magma lleno de interrogantes. Fundamentalmente han puesto en tela de juicio sus certidumbres. Walt Whitman le dedicó unas páginas. T. S. Eliot recogió en La tierra baldía citas de los Upanishads y titula una de las secciones del poema con el nombre budista de “El sermón de fuego”. El mismo año 1922, un gran introductor de lo indio entre nosotros fue Hermann Hesse. Su padre y abuelo fueron misioneros protestantes en el país, y él realizó en 1911 un viaje a la India, Ceilán, Malasia y Sumatra, cuando aún eran colonias. También nos dejó esa biografía novelada de Buda devorada por generaciones: Siddhartha. W. B. Yeats sintió atracción por la India, desde la postiza, la señora Blavatsky, a algún swami verdadero. En su libro Encrucijadas (1889) salpimenta con los nombres de Brahma y Vijaya algunos versos, en los que hay templos y pavos reales y se proyecta la sombra del Himalaya.
Ilustración del Ramayana

Ilustración del Ramayana

Si fue universalmente famoso, el bengalí Rabindranath Tagore, premio Nobel de Literatura de 1913, lo fue aún más en España merced a Zenobia Camprubí, que lo tradujo a partir del inglés en colaboración con su esposo Juan Ramón Jiménez. Gracias a  ellos disponemos de esa colección de lírica y teatro en la que se incluye esa joya, “El cartero del Rey”. Octavio Paz fue el primer embajador mexicano en la India (abrió la legación de Delhi) y viajó por el país, cuya huella está en su poesía, en su idea del erotismo y en el lenguaje. Abandonó su puesto consular en 1968, en protesta por la matanza de Tlatelolco. En prosa es de tema indio su libro El mono gramático, inspirado en su visita a los templos de Galta, a las afueras de Jaipur. De la singular construcción de esta ciudad, que también tiene ahora una pujante feria del libro, escribió Julio Cortázar su poética Prosa del observatorio.

Vislumbres de la IndiaEl ardor (Anagrama, 2016), de Roberto Calasso, es una documentadísima indagación sobre la civilización que dio origen a los Vedas, en los tiempos aún nómadas de las invasiones arias, pero en lo perenne de lo atemporal: “El Veda podría ser asimilable a una microfísica de la mente”. El mundo indio es omnipresente en la poesía de la mexicana Elsa Cross desde 1978, con su libro Baniano, donde aparecen el monzón y los sacrificios rituales, lotos, Krishna, Indra, Kali o Shiva danzante.

De Chantal Maillard es ineludible la recopilación de sus trabajos sobre estética y filosofía, pero también poesía y anotaciones de diario, en India (Pre-Textos, 2014). Allí anota: Estamos muy acostumbrados, en la cultura occidental, a considerar, contra toda evidencia, que el mundo en el que estamos es sólido, y nuestra existencia, real. No obstante, en India, la cosa se invierte. Desde el momento en que se entiende que la realidad (este mundo en el que estamos) es ilusoria, la realidad de la ficción cobra mayor solidez. Es más fácil, entonces, creer en un mito, que es una realidad estable, que en la cambiante deriva en la que transcurre nuestra existencia”.

Precursores de los libros sobre la India moderna fueron Larry Collins y Dominique Lapierre, con Esta noche, la libertad y La ciudad de la alegría, respectivamente. Sobrino de Lapierre es Javier Moro, cuya Pasión india versa sobre sobre la vida y milagros de Anita Delgado, casada en 1908 con el maharajá de Kapurthala. Otros títulos a tener en cuenta son El olor de la India. Crónica de una fascinación, de Pier Paolo Pasolini; Una idea de la India, de Alberto Moravia (los dos italianos viajaron juntos en 1961, por lo que sus obras son complementarias); Coronada de moscas, de Margo Glantz; Vislumbres de la India, de Paz; y Nocturno hindú, de Antonio TabucchiLa India por dentro, de Álvaro Enterría es una estupenda obra sobre la cultura y la sociedad contemporáneas.

Hijos de la medianocheNo todo son reflejos de la India en nuestras literaturas. También Occidente, y España, dejan su impronta. Salman Rushdie ha publicado este verano Chichotte (de momento no está anunciada su salida en español), donde el trasunto del Caballero de la Triste Figura es personaje de un tal Sam duChamp, escritor sanchesco que viene a interpretar el papel de un Cidi Hamete Benegeli en la novela de Cervantes. Estas aventuras quijotescas por la América de Trump se cuentan entre los seis finalistas del Booker Prize. Pero la novela por la que será recordado siempre Rushdie es Los hijos de la medianoche, una fabulosa recreación de aquel filo y frontera entre los días 14 y 15 de agosto de 1947 que señaló la independencia de la India y, con ella, la desmembración del país, desgajado Pakistán, herida que aún supura y que periódicamente se abre en Cachemira. Rushsie ya no tiene pasaporte indio, pero qué importa. Una literatura como la suya no se improvisa. Oral, escrita, la india tiene tres mil años. Es la más actual, la más antigua.

No todo son