La forja de un imbécil
La última serie de Ryan Murphy, 'The politician', es un fascinante 'freak show' de ricachones en clave de comedia negra
2 noviembre, 2019 00:00El productor, guionista y director norteamericano Ryan Murphy tiene el cerebro seriamente dañado, pero la culpa no es suya, sino del mundo que le rodea, que cada día se va haciendo más falso, peligroso y estúpido. Se estrenó hace años en la televisión con Nip/Tuck, una serie sobre la chaladura circundante explicada desde el punto de vista de dos cirujanos plásticos. Aunque la última temporada no había por dónde cogerla porque ya no se podía estirar más el chicle, todas las anteriores valían mucho la pena.
Nuestro hombre --siempre a medias con su compadre Brad Falchuck, flamante marido de Gwyneth Paltrow-- siguió adelante con una falsa serie juvenil, Glee, y con American Horror Story, cuya novena temporada está emitiendo ahora Movistar y que tuvo en la segunda y la séptima sus puntos álgidos. Esta última, titulada Cult, generaba un terror auténtico que se te metía bajo la piel, que es una de las especialidades del señor Murphy: ir al fondo del horror sin preocuparse por los sustos propios del Tren de la Bruja que distinguen a otros productos del género.
En cierta medida, su nueva serie, The politician (Netflix), puede considerarse una versión en clave de comedia negra de Cult. Si en ésta, el protagonista era un demente muy funcional que pretendía hacerse con el poder en Estados Unidos a través de una secta, en The politician nos las tenemos que ver con Payton Hobart, un niño rico que a los siete años decidió que algún día sería el presidente de su país. Payton es adoptado, así que no comparte la estupidez inverosímil de sus hermanos gemelos, pero es el favorito de mamá --Paltrow, que parece haberse inspirado en sí misma para el papel de esa absurda new age que hace buenas obras y se dedica a la meditación desde su mansión de Santa Bárbara, California-- y el único miembro de la familia, aparte del padre --el gran Bob Balaban, que es megamillonario-- capaz de llegar a alguna parte.
La primera temporada de la serie nos muestra a Payton en su último año de instituto, tratando de hacerse con la presidencia estudiantil porque eso siempre queda bien en el historial de un candidato a la presidencia de la nación. Le acompañan en esa misión una pandilla de frikis concienciados a su manera que se toman la charlotada juvenil como si fuese una campaña política de campanillas. Aquí todos son bisexuales, pero nadie quiere a nadie. Son seres vacíos, como los personajes de las novelas de Bret Easton Ellis, que sufren porque no sufren y se preguntan a diario por qué sus vidas y las de quienes les rodean son tan falsas. Son pobres niños ricos obstinados en marcar la diferencia, aunque no parecen saber muy bien el porqué.
Ryan Murphy incluye aquí todo el catálogo posible de insultos a la corrección política, sin respetar ni a su propio colectivo, el homosexual. Payton busca a su vicepresidente entre tullidos, lesbianas y víctimas de enfermedades horrendas. ¡Y hasta intenta liar al estudiantado haitiano, aunque éste se reduzca a una sola persona! El sueño americano nunca había sido tan falso, mezquino y miserable, pero todo se nos explica con un humor retorcido, unos colorines rutilantes y un vestuario para pijos impresionante. El joven Ben Platt está estupendo en el papel de Payton y lo mismo puede decirse del elenco al completo. Jessica Lange --una habitual de las cosas de Murphy y Falchuk-- interpreta a una madre con síndrome de Munchausen que da tanto miedo como risa en este fascinante freak show de ricachones que es The politician. Comparado con el demencial Payton Hobart, Donald Trump no es más que un triste mamarracho.