El arte de titular
Una de las cosas más difíciles en literatura es poner nombre a un libro, lo que explica que existan abundantes ejemplos de similitudes, copias o coincidencias
19 junio, 2019 00:11Una de las cosas más difíciles en literatura es el arte de titular, que no todos poseen y que quienes sí son capaces de ello, con precisión y magia, tienen mucho ganado. Hay títulos grises, mediocres, adocenados, y otros poderosos que con su rotundidad o misterio invitan a la lectura y consiguen captar, buenos anzuelos, la atención del lector. Entre estos últimos abundan, además, los que siguen el cauce de una armonía prosódica que transita entre el pentasílabo y el heptasílabo, algunos aventurándose en el endecasílabo. Parecen meros títulos y en realidad son versos camuflados.
No pocos poetas y narradores que ejecutan con solvencia y hasta brillantez su trabajo quedan luego desvalidos a la hora de rematar el poema, el cuento, la novela, y el título acaba en algo insulso y, si no directamente postizo, prescindible. Al menos, los primeros tienen la ventaja de que los poemas pueden carecer de título, con solo un numeral romano o arábigo presidiéndolos, o simplemente el primer verso, lo cual no exime de titular el conjunto, tarea áspera e ingrata para quien no ha recibido el don.
El número de palabras es limitado, y tampoco son infinitas las combinaciones de las más usuales, que suelen ser las más importantes. Es por ello que a menudo se dan coincidencias, títulos idénticos o muy parecidos. Si es difícil dar con un buen título, no es raro, pues, que dos o más obras terminen compartiendo el mismo, ya sea por casualidad (casi siempre), ya por guiño u homenaje las menos de las veces. Sucede lo mismo que con algunas ilustraciones que se repiten en diferentes cubiertas, como si se hubieran erigido en monarcas absolutas de las pinacotecas y las librerías.
A veces, los autores querrían gozar en exclusividad un título, con una idea un tanto egoísta del yo llegué primero. Pero no es posible esa práctica de tierra quemada según la cual una vez hollado un territorio ya no es posible que lo pise otro. Abundan los ejemplos de esta promiscuidad de los epígrafes que se entregan a más de un autor. El alquimista es título de una obra de teatro de Ben Jonson, contemporáneo de Shakespeare, y de un best-seller de Paulo Coelho. En este caso, una se titula en su lengua original The Alchemist y la otra O alquimista. Diferente es el caso de El mundo es un pañuelo de Elvira Lindo (Tinto de verano, 2) y el de David Lodge (Small World, que procede de la locución inglesa It’s a small world, que significa exactamente lo que se dice en el título).
Títulos ambos en inglés (The Lost World) son El mundo perdido de sir Arthur Conan Doyle y el de Michael Crichton (la segunda parte de Parque Jurásico). Sendos títulos en español, El arte de la fuga de Sergio Pitol y de Vicente Valero. Uno en italiano y otro en español, Una historia sencilla, de Leonardo Sciascia y Leila Guerreiro (en el caso de aquel, Una storia semplice). También en lenguas distintas (ruso e inglés), La madre, de Maxim Gorki y de Pearl S. Buck, o El arte de amar de Ovidio y Erich Fromm.
Títulos ambos en inglés (