La mirada viajera
El Museo de San Petersburgo expone en Málaga la visión de los pintores rusos sobre los grandes viajes a territorios de África, China, Palestina o España
7 junio, 2018 00:00Los cuadros llegan en camión hasta Málaga. Han hecho un largo viaje. Vienen desde San Petersburgo y han cruzado el mar Báltico en ferri y las carreteras desde Finlandia hasta el Sur. Son cuadros viajados que hablan del viaje. Conforman la exposición La mirada viajera. Artistas rusos alrededor del mundo de la Colección del Museo Ruso de Málaga. Una de las exposiciones temporales del Museo Estatal Ruso de San Petersburgo que, una vez inauguradas, se desplazan hasta Málaga y se montan bajo la atenta mirada de Yevguenia Petrova, la directora en la ciudad rusa. Son varias las exposiciones que de pintura de viaje han tenido lugar en Europa en los últimos treinta años, por eso, la pregunta que surge al verla es: qué hace que esta sea diferente y qué puede aportar al estudio y conocimiento del viaje y de la pintura.
Empecemos con las semejanzas con otras. “Los viajes reviven, agudizan y enriquecen la percepción del mundo, hacen aparecer nuevos pensamientos y sentimientos o despertar los que estaban dormidos”, señala Petrova en el catálogo. Por eso, llevan a comportamientos extremos a los artistas y les hace crear sus mejores cuadros, dibujos y acuarelas. Los viajes de los siglos XVIII y XIX eran largos, y pudieron observar con atención y reflexionar sobre las nuevas realidades.
'Concierto negro' (1935) A. A. Deineka / MUSEO RUSO DE MÁLAGA
Así, los pintores y dibujantes se convirtieron en viajeros. Los temas cambiaron, se alejaron de los cánones tradicionales y se fijaron en hechos nuevos que, con el tiempo, se convirtieron también en costumbristas para la pintura de viajes. Por ejemplo: las representaciones de los carnavales en Italia, las fiestas de cofradías y santones en el Magreb, las escenas campesinas napolitanas, las fiestas ruidosas y sonoras de El Cairo, y las estilizaciones nazarenas y góticas de la arquitectura. Pero, sobre todo, el viaje creó una experiencia que pareció dotar de una mirada etnográfica y antropológica a las representaciones de los artistas aunque, como sabemos hace tiempo, una y otra disciplina no han estado exentas de exotismo.
Hacia la primera mitad del siglo XIX, viajan a Palestina, un país del que apenas se sabe en Rusia. El público se encuentra con las primeras representaciones visuales de Tierra Santa, las cuales contienen las típicas estilizaciones arquitectónicas que resaltan con su verticalidad la espiritualidad del lugar, como ocurre por ejemplo con la iglesia de la Resurrección de Jerusalén. De nuevo, el viajero (esta vez artista) se fija en lo que ya conoce y reproduce lo que se siente más ligado.
Las diferencias con otras exposiciones son claras. En primer lugar, todos los cuadros de la exhibición presentan un nivel, calidad y técnica académica preciosos. Los artistas rusos viajeros forman parte de la Academia de Bellas Artes de Rusia y son enviados al resto del mundo para tener una formación más completa en comisiones de servicios o viajes subvencionados. Entre las representaciones de los viajeros de Marruecos, sobresale la obra de la pintora Zinaida Serebriakova (nacida Lanceray). Prolífica retratista y paisajista de Marruecos, con más de 200 obras, a quien le sorprende la Revolución en París y no puede volver nunca más a su país.
Los motivos de los cuadros del viaje a España son los acostumbrados: matadores, corridas, campesinas. Destacan, sin embargo, el tratamiento de los grises a lo Edouard Manet (de quien dicen que los elaboró a partir de los cuadros de Velázquez en su visita al Museo del Prado) de Alexander Golovín en su Española en el balcón y Campesina española.
El reputado Iliá Repin recibe la Gran Medalla de Oro en Rusia y obtiene el derecho a visitar Francia. Allí pinta un tema poco habitual y totalmente exotizante al que público no está acostumbrado, Mujer negra (1876). Quién sabe si con una modelo o, casi seguro, a través de una fotografía, el cuadro se carga de la influencia de la pintura orientalista de Mariano Fortuny, a quien Repin admira.
Fortaleza (Lhasa) de K. Roerich / MUSEO RUSO MÁLAGA
Yuri Golovkin viaja a China entre 1803 y 1805 y Andrei Martynov hace un álbum del viaje con aguafuertes. El país es tan exótico en la primera mitad del XIX para Rusia, como los indios o tahitianos para el resto de Europa. Treinta años después, Antón Legashov viaja como pintor oficial de la misión rusa en China y representa a personajes chinos del natural con detalles etnográficos. Dicho realismo, será la herencia del artista Alexander Chirkov, quien ama las escenas cotidianas y naturalistas como demuestra su Almuerzo de chinos. Importantes son también los cuadros de Alexander Deineka, quien muestra en plena época soviética la visión de EEUU, pues es enviado como comisionado al país. Sus cuadros fríos y realistas son de una gran calidad.
Pero, sin duda, una de los grandes encuentros de la exposición son los cuadros de Nicolái Roerich, el gran viajero y escritor que vivió desde 1923 hasta su muerte en 1947 en India. Sus paisajes son subjetivos, oníricos y, seguro, deseadísimos. Los azules cobalto de las cumbres de Himalaya y Lhasa se fijan en la retina para siempre. Quizás porque, como escribe Repin, los viajeros artistas tienen un deber para con el color y la música: “nuestra tarea es el contenido […] nuestras armas son los colores, ellos deben expresar nuestros pensamientos […] el estado de ánimo del cuadro, su alma, debe atraer y cautivar al espectador por completo, como un acorde de música”.