Francisco Rico: "El independentismo me lo tomo a pitorreo; en verdad, no me tomo nada en serio"
Fallece uno de los filólogos más importantes en España, que en esta entrevista hablaba sobre la comicidad de 'El Quijote' y desvelaba la publicación de 'Paradojas del independentismo', un "panfleto" donde se burla del soberanismo
9 abril, 2018 00:00Francisco Rico ha muerto. El filólogo, con una enorme incidencia en los últimos cincuenta años, ha fallecido en Barcelona. A Letra Global concedió esta entrevista, donde repasa su vida y su obra, que ha marcado y marcará en profundidad a generaciones de filólogos y escritores.
“La mala leche de Petrarca no tiene nada que ver con la jovialidad y la bonhomía de Cervantes”, comenta nada más terminar la entrevista Francisco Rico, petrarquista, cervantista y miembro de la RAE. Sobre la mesa redonda, justo a la entrada de su despacho, está su nuevo ensayo sobre Petrarca publicado en Adelphi, la edición en dos tomos de El Quijote y los Anales Cervantinos (Arpa), libro donde Rico ha reunido los artículos que escribió en ocasión del cuarto centenario del nacimiento de Cervantes. Con una taza de té y un paquete de cigarrillos que no tardará en agotarse comienza nuestra conversación.
–En comparación con Dante o Shakespeare, Cervantes ha tenido un enorme éxito con El Quijote durante más de 400 años. Solamente El Guzmán de Alfarache y el Lazarillo pudieron presumir de tal predicamento. ¿Qué tienen estas tres obras y qué tiene Don Quijote?
–Si supiéramos el porqué tiene éxito un libro, todos seríamos millonarios. El Guzmán de Alfarache y el Lazarillo tuvieron mucho eco, pero el Lazarillo fue pronto prohibido y el éxito de El Guzmán duró solo unos cuantos años; en un principio, la obra de Mateo Alemán tuvo, incluso, más éxito de El Quijote, pero después desapareció. ¿Qué tiene El Quijote para haberse mantenido durante 400 años como un libro tan estimado? No hay explicaciones. Quizá la última y más inocente explicación es que el personaje de Don Quijote despierta una inmensa simpatía, todo el mundo se enamora de Don Quijote tanto cuando está loco como cuando está cuerdo. Es un personaje que en seguida se hace vivo, familiar. Entre tres mil personas, reconoceríamos a Don Quijote si pudiéramos hablar con él. Claro está que esta simpatía que se siente por el personaje es gracias a que está elaborado por el autor de forma particularmente atractiva y, además, detrás del personaje se ve siempre el autor. Uno adivina en los gestos, en las acciones y en las palabras de Don Quijote que detrás se esconde un escritor que también es un simpático. Borges solía decir que, sin estar presente, Cervantes es una figura que se hace sentir y de la cual uno quisiera ser amigo.
Si supiéramos el porqué tiene éxito un libro todos seríamos millonarios. En el caso de El Quijote es la simpatía que despierta el personaje, detrás de la cual está Cervantes
–Se percibe el autor no sólo desde la ausencia de un “yo”, sino también desde la ausencia de un narrador, pues no sabemos quién narra realmente la historia de Don Quijote.
–Sí, pero, a pesar de todo esto, el autor se trasparenta. Algunas de las ocurrencias de Don Quijote, sobre todo cuando habla en serio, pero también cuando disparata, son sonrisas del autor. Lo que comparte Don Quijote con todos los hombres es el ir narrándose a sí mismo su propia vida. Vivir es hacer planes, confrontarlos con la realidad, aunque luego no se sabe nunca por dónde se saldrá. Don Quijote es el prototipo de un rasgo propio de la condición humana: el planear, hacer y cargar con las consecuencias. Este es un universal humano, no podemos hacer nada si no es dentro de esta lógica.
–Esta idea de la confrontación con la realidad tiene que ver con ese relativismo –la realidad puede ser, puede no ser o puede ser diferente– que usted atribuye tanto a El Quijote como al Lazarillo.
–Sí, efectivamente, todo es relativo. Tanto en el Lazarillo como en El Quijote se van viendo las diferentes caras de los personajes y las diversas versiones de los mismos hechos. Cuando Sancho se pega con un cabrero, entre los que presencian la pelea, algunos están muertos de risa y otros están preocupados al ver que Sancho y el cabrero comienzan a sangrar. Es decir, tenemos los distintos puntos de vista y, por tanto, ésta puede ser una escena cómica o una escena trágica.
Vivir es hacer planes, confrontarlos con la realidad. Don Quijote es el prototipo de un rasgo propio de la condición humana: el planear, hacer y cargar con las consecuencias
–Los neoclásicos leyeron El Quijote como una comedia, el romanticismo, como una tragedia y ahora lo volvemos a considera como una novela cómica.
–El Quijote se escribió sobre todo para hacer reír y esto es particularmente evidente en la segunda parte, porque, con la experiencia de los episodios de la primera parte que han gustado mucho, Cervantes se complace en crear situaciones que sabe que van a gustar al público. Él mismo lo dice: en los títulos de los capítulos, pondera la comicidad y el interés de lo que se va a contar. Cervantes sabe muy bien que está escribiendo para que la gente disfrute y disfrute sobre todo de la segunda parte, donde Don Quijote está más cuerdo. Sin embargo, mientras en la primera parte a Don Quijote le van surgiendo aventuras al azar, buena parte de las aventuras que conoce en la segunda parte están prefabricadas. El caso más importante lo componen todos los episodios del Palacio de los Duques o su estancia en Barcelona. A Don Quijote se le pone a huevo las aventuras para que haga la gracia que se espera de él.
Francisco Rico / LENA PRIETO
–¿Podríamos decir que Cervantes escribió la segunda parte siendo más consciente del público que tenía?
–Sin duda. Esto es lo que mueve a Cervantes, que siempre mantiene la misma capacidad literaria de contar y comentar, pero su objetivo está clarísimo: hacer reír.
–¿Y qué me dice de la lectura trágica que hace el romanticismo? ¿Una lectura errónea?
–No, lo que pasa es que trágico era el romántico. Y, en verdad, la lectura romántica tampoco es tan disparatada. En el héroe vencido, en el fracaso, hay un morbo oscuro, hay algo que se disfruta. No se explicaría sino porque gustan tanto los seriales argentinos de tanto llorar.
Lo que mueve a Cervantes es hacer reír, aunque la lectura romántica tampoco es disparatada: en el héroe vencido hay un morbo oscuro, algo que se disfruta
–Volviendo a ese “todo es relativo” del que usted habla.
–Esto viene de la siguiente anécdota. Una serie de escritores españoles, sobre todo, de teatro, entre los cuales estaba Jardiel Poncela y el cómico Tono, fueron a Estados Unidos en los años treinta a doblar películas. Por entonces, se hacían dos versiones, una para Estados Unidos y otra, con los mismos decorados, pero otros actores, para España. Un día, estos cómicos españoles acudieron a una fiesta que daba Chaplin durante la cuál Tono no dejó ningún momento de hablar con Einstein, que también estaba invitado. Cuando al salir de la fiesta, sus compañeros le preguntaron qué le había dicho a Einstein, Tono contestó: “Mire usted, señor Einstein, todo es relativo”.
El Quijote es un libro para oír. La literatura de entretenimiento era oral y la lectura privada se hacía en voz alta
–Cuando lo invitaron al Congreso de los Diputados dijo que ese “todo es relativo” se traduce en que El Quijote es lo que debería ser la política: un espacio donde están todas las visiones...
–Cervantes en El Quijote y, sobre todo, en el Persiles, quería hablar del total de la realidad y, por esto, en un momento dado de El Quijote, dice que está escribiendo con receta, que podría hacer mucho más y que hay que darse cuenta de que el autor, teniendo capacidad para hablar del universo todo, se ha limitado a un modo de hacer y a un tema. Al final, pide que le alaben no por lo que ha escrito, sino por lo que ha dejado de escribir.
–Cervantes consideraba el Persiles como su obra más importante.
–Sí, Cervantes creía que en el Persiles podía combinar el entretenimiento que proporciona El Quijote con la altura literaria del género que por entonces era el más prestigioso: las novelas de Heliodoro, como Teágenes y Cariclea. ¿Por qué la obra de Heliodoro tenía tanto prestigio? Porque se atenía, hasta cierto punto, al modo de los preceptistas clásicos y porque estaba en griego.
–¿Es cierto que Cervantes no se preocupaba demasiado a la hora de escribir?
–Sí, Cervantes escribe continuamente desde la oralidad y, por esto, es muy difícil poner una puntación moderna a El Quijote, que no es un discurso escrito, sino que es, básicamente, un discurso oral. Cervantes no vuelve atrás para corregirse, no se da cuenta de cuando no concuerda el verbo con el sujeto, puesto que concuerdan ad sensum, comienza a escribir de una manera y termina de otra... El Quijote es un libro para oír. Los pajes, que teóricamente son los que más han apreciado el libro, se sentaban en corro para oír recitar e, incluso, dentro de El Quijote hay situaciones, como por ejemplo en la venta, donde todos están escuchando un relato. Por entonces, la forma de la literatura de entretenimiento era básicamente oral y también la forma de lectura privada era en voz alta. Algún texto medieval cuenta que se aconsejaba que, en la biblioteca, los monjes estuvieran separados para que no molestaran a los otros. ¿Por qué se molestaban unos a otros? Porque leían en voz alta.
–Las Confesiones de San Agustín es la primera obra literaria en la que aparece alguien leyendo en silencio.
–Sí, es así, se trata de San Ambrosio, el maestro de San Agustín, que comenta cómo le maravillaba que, estando leyendo, a San Ambrosio no se le oía.
La obligación del filólogo es presentar el texto para el público al cual está verdaderamente destinado. Cervantes no tenía ni idea de ortografía porque por entonces no existía
–Si el texto de El Quijote está pesando para ser oído, ¿cómo ha trabajado la puntación?
–Trampeando como buenamente se puede. Y tampoco ocurre nada si la puntuación es un poco arbitraria, pues tiene que serlo. Lo importante es que se entienda el texto y esto ya lo consigue El Quijote por sí solo; la puntuación responde más a un intento de facilitar la lectura.
–¿No hay algo de perverso en eso de “facilitar la lectura”?
–En absoluto. La obligación del filólogo es presentar el texto para el público al cual está verdaderamente destinado y, efectivamente, he realizado una serie de intromisiones o intervenciones en el texto que van en este sentido, como, por ejemplo, modernizar la ortografía. En la edición de Alfaguara, como en la de bolsillo de la Academia, he modernizado el texto muchísimo más de lo que la gente ha advertido, puesto que Cervantes utiliza varias formas y cambia continuamente de grafía. Cervantes no tenía ni idea de ortografía, porque por entonces no existía. Los editores tenían unas reglas, pero el escritor normal y las personas corrientes no tenían ortografía: podían escribir “haber” con “h” o sin “h”, con “v” o con “b”, como quisiesen. Es evidente que al lector moderno no se le puede hacer entrar en este caos y necesita una regularidad, que facilita la comprensión. De la misma manera que hay que actualizar la ortografía, hay que atender a la puntuación y, en otro orden de cosas, hay que anotar el texto.
–¿Anotar el texto sin que el aparato crítico se imponga al texto?
–Sí, hay que anotar el texto de forma que no interrumpa la lectura. Una nota no puede hacer que el lector se detenga en ella, la nota se debe leer y, luego, olvidar para seguir leyendo. Por esto, se trata de glosar con una sola palabra en el mismo género y número para no dificultar la lectura. Una nota, para ser una buena nota, no tiene que notarse.
Cervantes quería hacer un libro mixto, con muchas cosas que sirvieran para abarcar el universo entero, pero la gente lo que quiere es que Don Quijote haga locuras y Sancho, tonterías
–En relación al trabajo de restitución del texto de El Quijote tuvo que lidiar con el hecho que la primera parte se publicó en 1605 y, en ese mismo año, una reimpresión del texto, pero con variantes.
–A unos meses de la primera edición, que se vendió en seguida, se hizo una reimpresión con alguna corrección. Lo llamativo es que en la primera edición no se explica cómo Sancho perdió el asno y en la segunda impresión intenta corregirlo, pero corrige mal y sitúa la pérdida del asno después de que el asno ya aparezca perdido. Pasa esto por varias razones, entre ellas porque los libros no se vendían encuadernados, sino por pliegos sueltos y corrigiendo sobre un pliego se pierde la visión de conjunto. Y otra razón es porque a Cervantes le daba exactamente igual.
–Martín de Riquer sostiene que Cervantes era consciente de las críticas que le habían hecho por haber incluido en la primera parte demasiadas aventuras paralelas a la trama principal y que, por ello, la segunda parte es más compacta.
–No sólo se le criticó por las aventuras, sino también por los relatos intercalados, como el episodio del cautivo, en el que aparece Cervantes Saavedra como personaje, o la historia de Marcela. Cervantes quería hacer un libro mixto, con muchas cosas que sirvieran para abarcar el universo entero, pero esto era complicado y de ahí las críticas, pues como él mismo dice de forma particularmente clara: la gente lo que quiere es que Don Quijote haga locuras y que Sancho haga tonterías. Y, al final, Cervantes se concentra en esto.
–Afirmó usted que El Quijote, más que ser la primera novela moderna, es una obra que resume la historia de la novela.
–En El Quijote está toda la historia de la novela. No sé si es la primera novela moderna, probablemente la primera novela moderna es el Lazarillo, que no era una novela, sino una carta falsa. En El Quijote está todo: la novela de amor, la novela de aventuras, la novela de personajes... Todo el camino que ha hecho la novela lo tenía ya recorrido Cervantes y de ahí la aclamación que ha tenido entre gente de todos los pelajes.
Francisco Rico / LENA PRIETO
–La parodia es una de las maneras en las que Cervantes incorpora muchos de los géneros presentes en El Quijote.
–Sí, a veces parodia y otras veces imita. No hay que olvidar que Cervantes había empezado con la Galatea, de la que estaba muy orgulloso. Tenía una gran capacidad literaria y una teoría literaria, pero no era sectario. En sus manos y en su pluma cabía todo.
Martín de Riquer ha sido mi maestro, lo conocí muy bien y le he querido mucho, pero había leído muy pocos libros de caballería. Para entender El Quijote no hacen falta
–A diferencia de lo que sostenía Martín de Riquer, usted cree que no es necesario leer los libros de caballería para comprender El Quijote.
–En efecto. No hace falta, porque de lo que hay que saber de las novelas de caballería para entender El Quijote lo cuenta el propio Cervantes y, de hecho, Martín de Riquer había leído muy pocos libros de caballería. Ha sido mi maestro, lo conocí muy bien y le he querido mucho. La prueba de que no es necesario hacer esas lecturas es que la ignorancia en torno a los libros de caballería no ha impedido que El Quijote tuviera el éxito que ha tenido.
Me dan pereza las novelas modernas. No sabes lo que te vas a jugar ahí. Solo hay una cosa que me da más pereza: un cuento
–Hoy en día, además, es difícil encontrar a alguien que, aun sin haberlo leído, no sepa de qué va El Quijote.
–Sí, por lo general, una somera idea de la obra se tiene casi siempre cuando se empieza a leerla. Por esto, últimamente, me dan tanta pereza las novelas modernas. No sabes lo que te vas a jugar ahí. Solo hay una cosa que me da más pereza que una novela, un cuento, porque la inversión de interés es el mismo que el de la novela y te puede salir rana.
–Sin embargo, el cuento es más corto y, por tanto, le requiere menos tiempo.
–Precisamente por esto me gusta menos, porque es más breve, pero hay la misma la inversión de interés. Mi amigo Félix de Azúa me decía: “Nunca he leído una greguería, siempre me canso a la mitad”. En mi caso, cada día me apetece menos leer novelas modernas y cada día me apetece más releer a los clásicos del XIX, a Balzac, a Stendhal, Dickens, Galdós... Con Dostoievski ya no me atrevería. ¿Quieres saber que estoy leyendo?
[Francisco Rico me acompaña a una habitación atiborrada de libros, donde suele retirarse a leer al final del día]
–Veo más ensayo que narrativa.
–Sin duda. Aquí tengo lo que quisiera leer ahora. Pico un poco de aquí y un poco de allá y cuando no puedo continuar un libro, lo pongo bocabajo y se acabó. Están muy bien los dos libros de Edurne Portela, tanto El eco de los disparos como Mejor la ausencia. Disfruto mucho con las biografías, por ejemplo, esta de Eugenio D’Ors es muy buena [Se refiere a la biografía de Javier Varela]
Cada día me apetece menos leer novelas modernas y más releer a los clásicos del XIX y biografías
–Veo que está al tanto de lo que se publica acerca del “tema catalán”. [Tiene el breve texto de Eduardo Mendoza y La conjura de los irresponsables de Jordi Amat]
–Sí, en breve, saldrá un panfleto mío, Paradojas del independentismo. Lo publicará Elba. Yo el independentismo me lo tomo a pitorreo; en verdad, no me tomo nada en serio.
–No sé por qué, pero no me extraña.
–No se puede tomar en serio.
–Puesto que la conversación ha llegado a Cataluña y a Barcelona, “archivo de la cortesía”, única ciudad presente en El Quijote, déjeme preguntarle cuál es la relación de Cervantes con Barcelona
–Pues como la de muchos turistas. Le gustaba Barcelona, se encontró a gusto. No hay mucho que decir.
–¿Puede tener algo que ver la presencia en Barcelona de las imprentas y de su importancia?
–Sí y no, porque las imprentas catalanas publicaban la obra de Cervantes sin licencia y, por tanto, Cervantes no veía un duro. Ahora bien, Cervantes era un hombre curioso y le interesaban las imprentas y cómo se hacían los libros.
A Julio Llamazares en Lérida le dijeron que [los catalanes] no son del Quijote, sino de Tirant Lo Blanc. ¡Y una mierda! El libro nacional de Cataluña es El Quijote
–¿Barcelona se acuerda de El Quijote o de Cervantes?
–En Barcelona ha habido adoración por El Quijote y hay muchas leyendas, fruto del éxito que tuvo en el siglo XVIII. El Quijote se ha editado en Barcelona más veces que en ninguna otra ciudad del mundo. Aquí se hizo la primera versión cinematográfica y aquí se han hecho veinte mil cosas. Ahora con el nacionalismo todo esto se tiende a rechazar y se tiende a decir que no es verdad. En un viaje, Julio Llamazares llegó a Lérida y preguntó si les gustaba El Quijote, puesto que Lérida es una ciudad por la que pasa el hidalgo, y le contestaron: “No, aquí somos más de Tirant Lo Blanc”. ¡Y una mierda son más de Tirant Lo Blanc! El Tirant Lo Blanc ha sido ignorado, no existe una edición crítica; sin duda es un gran libro y la mayor propaganda que se ha hecho de este libro la hizo Cervantes. Siempre lo digo: el libro nacional de Cataluña es El Quijote.
–¿No se entendería El Quijote sin el Tirant Lo Blanc?
–Hay elementos comunes, sobre todo la desmitificación de los héroes. El Tirant Lo Blanc no es un libro fácil, pero es un libro fantástico, una novela muy divertida, tiene un poco de todo: tiene momentos obscenos, momentos cómicos, momentos de acción.
–Usted ha dicho que en El Quijote es posible encontrar rasgos aristotélicos. ¿Cervantes había leído a Aristóteles?
–Cervantes era un lector apasionado que leía, incluso, los papeles que encontraba por la calle. Sin duda, leía cosas muy revueltas. Él había tenido un buen maestro de humanidades clásicas y, seguramente, algo de Aristóteles habría caído en sus manos, no la Ética a Nicómaco, pero sí algún texto.
–No quiero terminar la entrevista sin preguntarle acerca de una declaración suya en la que decía que escribió sobre Petrarca para sí mismo y escribió sobre Cervantes para los demás.
–Puede ser que sea así. Lo que yo he hecho en mi vida todo el tiempo es estudiar y trabajar sobre Petrarca y, en concreto, sobre el Petrarca latino, en torno al cual he publicado en italiano unas dos mil páginas.
Nunca había tenido un éxito como con I venerdí di Petrarca. Yo quiero hacer literatura, pero sin invención
–Aquí en su mesa tiene I venerdí di Petrarca publicada por Adelphi
–Este es el último trabajo y es un libro que ha tenido grandísimo éxito. Nunca había tenido un éxito como el que he tenido con este libro.
–¿En Italia son más lectores o tienen una mayor formación clásica?
–Son más lectores, sin duda. La formación clásica ha sido, en la cultura italiana, el gran impedimento para no tener un Quijote. La literatura italiana no tiene novela hasta el siglo XIX
–Es decir, hasta Los prometidos de Manzoni.
–Sí, prácticamente ésta es la primera novela. Yo digo siempre que la cultura clásica ha hecho mucho daño en Italia, pero no sólo por lo que se refiere a la novela. El teatro se salva, en parte, porque es un teatro cómico y en lo cómico se permite cualquier cosa. Mira, a propósito de Italia, me acaba de llegar el volumen de estudios sobre Cesare Segre, que fue buen amigo mío, en el que contribuyo con un artículo en español. Aunque esté mal decirlo, este es de los textos buenos que he escrito. Si yo escribo un texto como éste, no soy distinto a un poeta o a un novelista. Yo quiero hacer literatura, pero sin invención. Un ensayo o un estudio serio tiene que estar tan bien escrito como una novela.