Cioran, la tentación del fracaso

Cioran, la tentación del fracaso DANIEL ROSELL

Ideas

Cioran, la atmósfera de un destino sin mayúsculas

Taurus recupera ‘La tentación de existir’, uno de los ensayos capitales para entender el rumiar del pensamiento del filósofo rumano, cuyo nihilismo es el mejor antídoto contra la cultura del narcisismo y la posmodernidad

4 agosto, 2023 21:23

El lugar común –siguiendo en esto a Nietzsche, uno de sus profetas– describe el nihilismo como una filosofía que asienta su principal creencia en el vacío: la vida es menos que nada; por tanto, el hecho indiscutible de que nada importa es lo único cierto en lo que que podemos confiar. Su caricatura, igual que sucede con las maravillosas canciones (tristes) de Leonard Cohen, lo retrata mediante un reduccionismo: la exageración (negativa) del espíritu que se manifiesta con dos variantes. Primera: la abulia (si la vida carece de sentido, ¿qué significado tiene vivir?). Y segunda: el odio contra un Dios que ha muerto, o que en el fondo nunca existió, y ante cuyo deceso puede justificarse la violencia (intelectual) contra el mundo. Sin metafísica, religión o moral, el universo (humano) se torna imposible, por simple. 

Todo esto, por supuesto, es un malentendido categórico. La historia conserva huellas de una generosa estirpe con devoción sincera por el pesimismo (que es una forma de realismo extremo) cuyo alfa es Diógenes de Sinope, maestro de la escuela de los cínicos, y que llega hasta el existencialismo con dos estaciones (centrales) entre mediados del XIX y principios del XX, cuando escritores como Turguénev o Chéjov comienzan a introducir a nihilistas en sus narraciones. ¿Tanta insistencia es causal?

Emil Cioran en París

Emil Cioran en París

Para San Agustín, un nihilista era un individuo que no creía en Dios. Nada más. Hoy diríamos que es un sujeto que lo ve todo negro y mal. Ambas definiciones siguen siendo pobres. Un nihilista es una criatura que niega (todo) para, acto seguido, afirmar (de otra manera). Un antecedente del famoso hombre rebelde de Camus. Un personaje que porta una inmensa pancarta con un no que estaría encantado de decir .

Lejos de ser una ironía basada en el absurdo, la paradoja nihilista persigue un cambio de lasrgo alcance en las creencias sociales a partir de la rebeldía o la resistencia, y también desde la melancolía. Que deseche los valores tradicionales no quiere decir que no profese ninguno. Para creer en algo es necesario desconfiar primero de todo(s). 

'Del inconveniente de haber nacido'

'Del inconveniente de haber nacido'

La obra de Emil Cioran (1911-1995) es buena muestra de este método, cuyo alcance ha sufrido una mutación engañosa en los tiempos (todavía vigentes) de la posmodernidad. Si el relativismo –en apariencia– dejó sin soporte a las grandes narraciones culturales, su hueco no ha quedado vacío. Ha sido ocupado por el culto al narcisismo, que sustituye al Dios ancestral por la adolescente y obsesiva identidad personal. Difícilmente podrá ser nihilista  una civilización –la nuestra– que ha hecho del selfie el único argumento de toda su metafísica.

Cioran es pues un final de raza. Un Sócrates que camina de noche –padecía insomnio crónico– por la rue del Odeón de París en vez de por el Ágora de Atenas. Y que, en lugar de ser un tipo social que conversa con sus semejantes, ha optado por reducir su campo de acción: no habla con nadie, salvo consigo mismo. Es el único Ulises de su tormenta interior. 

'Silogismos de la amargura'

'Silogismos de la amargura'

La editorial Taurus acaba de reeditar, dentro de sus colección de clásicos radicales, La tentación de existir. Descatalogado desde hace años, se trata de un ensayo misceláneo sobre distintos asuntos. Todos interesantes: la utilidad de pensar a la contra, una meditación sobre la civilización exhausta, apuntes subjetivos para un teoría (improvisada) del destino, la ventajas del perfecto exiliado (vista en primera persona), una singular interpretación sobre el pueblo judío, ideas sobre el papel de Rusia o España en la Historia, la escritura (explicada a la manera epistolar), el estilo, la novela o la mística. Asuntos concebidos sin una estructura cerrada y enunciados desde una óptica abierta. ¿Una forma de escribir extraña para tratarse del último monarca del pesimismo? Diríamos que sí. Y en eso justamente radica su misterio.

La tentación de existir, publicada por Gallimard hace ahora medio siglo, fue el segundo libro del filósofo rumano, eterno comensal de los baratos economatos universitarios franceses, vertido al español. Su presentador entre nosotros fue el filósofo y escritor Fernando Savater, que lo tradujo –la versión que recupera Taurus es la suya– y le dedicó su tesis doctoral, más tarde convertida en un libro delicioso sobre el nonsense.

'La tentación de existir' TAURUS

'La tentación de existir' TAURUS

Cioran debe ser leído sin esperar encontrar en sus obras un sistema filosófico –si existiera, se mostraría de forma difusa: lo suyo son las obsesiones concretas–, sino dejándose llevar por el rumiar de su cerebro. Su literatura, despojada de retórica y ornamentos, elecciones que han hecho que sobreviva al paso del tiempo, no defiende una tesis. Crea un tono, prepara un ambiente. Es envolvente. 

El filósofo rumano, exiliado en París, alérgico a los ambientes y salones intelectuales, cantor de la sabiduría de los ágrafos, no escribe tanto para los demás cuanto para sí mismo. En esta clave retórica está compuesta La tentación de existir, que es un discurso interior, un flujo de conciencia que reflexiona, con libertad, ironía y erudición, sobre la paradoja de haber venido a nacer en un universo regido por la certeza de la muerte. La voz (desengañada) de un alma atormentada que piensa sobre nuestra agonía. “Subimos hacia el abismo, descendemos hacia el cielo. ¿Dónde estamos? Es una pregunta sin sentido: ya no tenemos lugar”. 

'Adiós a la filosofía'

'Adiós a la filosofía'

Cioran, que dejaría muestras de este talento para el aforismo y la frase miniada incluso en géneros tan absurdos, según él mismo, como el diario o la anotación de circunstancia, posee una envidiable capacidad de condensación. En ella se apoya la duradera aleación de su prosa, que tiene mucho de hipnótico. Lejos de ser previsible, resulta adictiva. Sus libros son igual que esas películas de inmersión psicológica que ya sabes de antemano que terminarán mal, pero que tampoco puedes dejar de mirar (en este caso, de leer) porque el hábil uso de los sobreentendidos y la ocultación del contexto las convierte en un misterio sostenido. 

Su mensaje es que, al otro lado del túnel, no hay luz. “No se imagina uno” –escribe en ‘Más allá de la novela’– a Dante o a Shakespeare anotando los menudos incidentes de su existencia para ponerlos en conocimiento de los otros. Quizá incluso tendrían que dar una falsa imagen de lo que eran. Tenían ese pudor de la fuerza que el deficiente moderno ya no tiene”. No hemos leído mejor crítica al escaparate de vanidades de las redes sociales.

'En las cimas de la desesperación'

'En las cimas de la desesperación'

El pensador rumano no escribe para contarnos un cuento infantil. Transmite la negra verdad, medita sobre la muerte o se acoge a la lección de Schopenhauer: “Sólo se salva quien sacrifica dones y talentos para que, liberado de su condición de hombre, pueda reposarse en el ser. Si aspiro a una carrera metafísica, no puedo a ningún precio guardar mi identidad (…) Siempre se perece por el yo que se asume; llevar un nombre es ya reivindicar un modo exacto de hundimiento”. Leerle quizás no predisponga a un gozo tan adictivo como mirar el móvil, pero, sin ningún género de duda, contribuye a la sabiduría, que es otra forma (secreta) de felicidad.