Fernando Savater en Sevilla / @JAIMEFOTO

Fernando Savater en Sevilla / @JAIMEFOTO

Filosofía

Savater y el arte de la columna

El filósofo vasco, disidente frente a cualquier dogmatismo, publica una antología de sus artículos de prensa, tan irónicos como brillantes, escritos durante el último lustro

7 diciembre, 2021 00:00

“La ética es el reconocimiento de lo humano por lo humano, no de lo vivo por lo vivo o de lo capaz de sentir dolor por lo que siente dolor. Sabemos que ser humano es fundamentalmente lo mismo para todos nuestros congéneres, sea cual fuere su sexo, raza, cultura o capacidad intelectual.” Fernando Savater lleva toda su vida insistiendo en esta cuestión fundamental que ahora, como tantas otras verdades de nuestra condición, está siendo desautorizada y sustituida por un peligroso desplazamiento moral que amenaza con destruir la propia ética. La cita procede de su último libro, Solo integral: una vuelta de tuerca a sus mejores ideas (Ariel, 2021), una antología de las columnas que viene escribiendo en el diario El País desde el año 2015, acompañadas ahora por un comentario o estrambote –Col tempo se titula, por el cuadro del Giorgione– en el que amplía su punto de vista sobre el asunto abordado. 

Savater, como antes Ortega, ha hecho filosofía en los periódicos desde que empezó a escribir. Para muchos ciudadanos de mi generación, sus artículos y columnas, caracterizadas por una extraordinaria capacidad de síntesis y un gran virtuosismo en el manejo de la cita, han sido una especie de guía o tratado de cómo vivir en democracia. Decía Robert Musil que el talento crítico estriba en “la capacidad de tener razón”. Y esa es unas de las principales virtudes de la inteligencia del filósofo donostiarra. La otra es el sentido del humor. Cuesta mucho aguantarse la risa al releer estas columnas con sus colofones (“Yolanda Díaz ha confundido El manifiesto comunista con El principito”), incluso cuando intercala algunos de sus habituales chistes malos.

Col tempo by Giorgione

Col tempo / GIORGIONE

Admira siempre en Savater su jovialidad, lo que él llama su “sentido cómico de la vida”, una capacidad para experimentar la alegría, incluso en los momentos más oscuros, que es sin duda fruto de los restos de infancia que ha sabido preservar en su madurez, un asunto sobre el que él mismo ha teorizado con perspicacia. Su veneración por Stevenson, Conan Doyle y su afición por el cine de terror o por las carreras de caballos –contagiosa, aunque uno nunca haya asistido a un turf– delatan un alma que, a despecho del mundo, no ha perdido del todo la inocencia. Según Sainte-Beuve, la mayoría de la gente, con el paso de los años, se endurece o se pudre, pero muy poca madura. Savater es en ese aspecto un caso excepcional.

Ese extremo es todavía más admirable si uno tiene en cuenta que el filósofo se ha pasado buena parte de la democracia bajo la amenaza de muerte que contra él dictó la única sucursal del nazismo que tuvimos en España tras la muerte de Franco. ETA no consiguió callarle ni amedrentarle pero tampoco –y ese es su gran triunfo– amargarle. Al mismo tiempo que plantaba cara a terroristas y batasunos, luchaba por la unión de los constitucionalistas en el País Vasco o defendía en el Parlamento europeo la democracia española, Savater seguía disfrutando de escribir, leer, viajar, ir a los toros o asistir a un Derby. Hay que tener mucha fortaleza interior y una gran libertad de espíritu para mantenerse en sus cabales bajo esas circunstancias. Los ciudadanos españoles nunca le agradeceremos lo suficiente su coraje cívico. 

Mira por donde, Savater

Solo integral es un análisis lúcido y combativo de lo que ha ocurrido en el mundo en estos últimos cinco años en que Occidente parece haber cambiado definitivamente de era. La presidencia de Trump, los estragos del Brexit, el golpe posmoderno en Cataluña, la pandemia y la banalidad sin remisión de los nuevos movimientos populistas son algunos de los temas le ocupan. Los que vivimos en Cataluña hemos agradecido, hoy como ayer, su autoridad y su compañía durante unos años que han sido y siguen siendo muy ingratos. El nacionalismo catalán –también el vasco– goza todavía de un incomprensible prestigio entre la izquierda que las reflexiones de Savater ayudan a desactivar. 

Hace casi un siglo, Ortega discutía con Azaña sobre el proyecto de Estatuto en Cataluña y criticaba la idea de conferir derechos históricos a una determinada región, puesto que un Estado moderno, decía, se basaba en la superación de los lazos de sangre e incluso de los límites de  frontera. Parece mentira, pero todavía en el siglo XXI y después de más de cuarenta años de democracia constitucional, en España aún tenemos que recordar lo obvio. Ya sea desmontando las supersticiones del nacionalismo, hablando de toros y caballos –no se pierdan la columna titulada “Capaz”, sobre la yegua Enable, una pieza maestra– o defendiendo, como hizo el difunto Escohotado, la despenalización de las drogas, en realidad Savater siempre habla de lo mismo

Fernando Savater / @JMSANCHEZPHOTO

Fernando Savater en Sevilla / @JAIMEFOTO

Su concepción del sujeto moral, a la vez libre y responsable ante el abismo de las decisiones, insertado en una sociedad democrática en la que ingresa para trascender su determinación natural y aceptar su condición política, vuelve a ser hoy revolucionaria. Occidente está desechando el sistema ético que construyó durante milenios para intentar superar los imperativos del instinto y la sinrazón. La regresión al mandato biológico está emponzoñando la vida política hasta extremos insufribles. Cuando se llama “asesino” a alguien que mata un animal o se crea una escuela de Nueva Masculinidad para intentar atajar la violencia, se está denigrando tanto el concepto de mal como el de virtud. El desplazamiento de la ética a todo lo vivo, con la consiguiente culpabilización de lo humano, no puede más que conducir a una nueva forma de barbarie. Hablando de toros, dice Savater:

Fernando Savater, artículos

“De lo que no me bajo es de que bárbaros fueron y son quienes tratan a los hombres como animales o viceversa: el cíclope Polifemo, el tirano Falaris... y Calígula, que nombró senador a su caballo. Otros casos: esa portavoz bildutarra que ha advertido a la mayoría municipal: ‘Si recuperan las corridas, que no nos vengan luego hablando de las víctimas de ETA’. O ese bienintencionado animalista que, al leer tuits obscenos alegrándose de la cogida de Fran Rivera, protestó que él está contra el sufrimiento de todos los animales, toreros incluidos. El peor y más famoso de esta estirpe fue Adolf Hitler, cuyas dos primeras leyes fueron para proteger a la Madre Tierra y a los animales. Luego condenó a judíos, homosexuales, gitanos, etcétera. Por cierto, como era tan antitabaquista como antisemita, inventó lo de advertir ‘Fumar mata’ en las cajetillas, después asumido por nuestras democracias intimidatorias. Claro que en su caso hubiera debido poner para ser más exacto: ‘Fumar también mata’...”

Quizá la mejor muestra de la perversión ideológica que vivimos sea esa súbita conversión de los etarras en feministas y animalistas. Ya Hannah Arendt advirtió que un idiota moral como Adolf Eichmann apelaba nada menos que al imperativo categórico de Kant para justificar sus crímenes. El nazi invocaba aquello que le delataba. La banalidad del mal no es más que la incapacidad de relacionarse moralmente con uno mismo y con los demás. Decía también Arendt –siguiendo a Cicerón, para quien el hombre culto es aquel capaz de elegir la mejor compañía entre los vivos y los muertos, entre las cosas y las ideas– que nuestras decisiones sobre el bien y el mal dependen en buena medida de las personas con las que deseamos pasar nuestras vidas y a las que tomamos como modelo. Fernando Savater ha sido y sigue siendo en ese sentido un ejemplo y esperamos poder seguir leyéndole durante muchos años.