'Los chicos de la Nickel'

'Los chicos de la Nickel'

Cine & Teatro

'Los chicos de la Nickel' y 'Presence': el arte del cine con la perspectiva de la primera persona

Los directores Steven Soderbergh y RaMell Ross trasladan a la pantalla la óptica visual de la narración en primera persona en una fábula de terror y en una película sobre un reformatorio psiquiátrico que es, al mismo tiempo, política y poética

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La dama del lago, dirigida en 1947 por el actor Robert Montgomery, no ha pasado a la historia como la más lograda adaptación de las andanzas del detective Philip Marlowe. Sin embargo, si ocupa un lugar en los libros de cine por ser un experimento inusual en el Hollywood clásico. Lo que hizo Montgomery fue convertir a la cámara en el personaje de Marlowe. Es decir, a través de ella vemos lo que él ve y ese punto de vista se mantiene a lo largo de todo el metraje. El rostro del detective -el del propio Montgomery- solo lo vemos ocasional y fugazmente cuando se mira a un espejo o se refleja en algún cristal. 

Se trata de un intento de adaptar al lenguaje visual la narración en primera persona de la novela, pero las diferencias entre lo literario y lo cinematográfico complican mucho esta traslación. Porque el narrador y protagonista literario -sea el hipersensible de En busca del tiempo perdido o el adolescente de El guardián entre el centeno- no solo describe lo que ve, sino que divaga, elucubra, reflexiona… El cine puede hacerlo mediante una voz en off, pero eso significa tirar de un recurso literario. 

'Los chicos de la Nikel'

'Los chicos de la Nikel'

Dada la dificultad de narrar en imágenes en primera persona, son contados los intentos. Algunas películas lo han hecho de forma parcial, por ejemplo en la escena inicial del Doctor Jekyll y Mister Hyde de Rouben Mamoulian o en los primeros minutos de La senda tenebrosa de Delmer Davies. Gaspar Noe dirigió una tentativa muy experimental en Enter the Void, en la que la cámara se convierte en el espíritu de un muerto. Y podríamos sumar varias cintas de terror que juegan con el found footage como El proyecto de la bruja de Blair o REC, en las que se mantiene el punto de vista de un personaje, no a través de su mirada directa sino de lo que ve con la cámara con la que filma. 

Ahora nos llegan de golpe dos ensayos de narración visual en primera persona: Presence de Steven Soderbergh, recién estrenada en salas, y Los chicos de la Nickel de RaMell Ross, que Amazon ha estrenado en streaming sin ningún tipo de promoción, pese a haber sido una de las candidatas al Óscar a mejor película de este año. 

'Los chicos de la Nikel'

'Los chicos de la Nikel'

Desde que hace ya más de una década Soderbergh anunció que se retiraba del cine, se ha convertido en un director hiperproductivo (el mes que viene estrena un prometedor thriller de espionaje titulado Confidencial), que combina sin complejos títulos comerciales con otros más experimentales producidos con poco dinero. Presence pertenece a este segundo grupo. 

El cineasta juguetea con el género de terror para armar un virtuoso ejercicio de estilo. En todo momento la cámara funciona como los ojos de una presencia ultraterrena que habita en la casa que compra una familia para instalarse en ella. La cámara -la presencia- se mueve por todas las habitaciones, sube y baja escaleras, observa a los nuevos moradores y escucha sus conversaciones. La película está resuelta en largos planos secuencia y los fundidos en negro indican un salto temporal. 

'Los chicos de la Nikel'

'Los chicos de la Nikel'

A través de las conversaciones que escucha este ente fantasmal, el espectador se adentra en los conflictos de la familia formada por un matrimonio y sus dos hijos. Es la hija, traumatizada por la muerte de dos amigas cercanas por sobredosis -¿fueron descuidos o suicidios?- la que siente que hay una presencia invisible en la casa. 

Con picardía y pericia, el guion de David Koepp muestra las complejas relaciones familiares, marcadas por una madre muy rígida (Lucy Liu), que siente debilidad por el hijo (Eddy Maday) y no se entiende con la hija (Carolina Liang), en tratamiento psiquiátrico desde la muerte de sus dos amigas. En cambio, el padre (Chris Sullivan) sí la apoya, mientras que las tensiones con su esposa van en aumento. La presencia a través de cuyos ojos vemos este psicodrama puede parecer un elemento incorporado con calzador, pero varios giros de guion sucesivos hacen que poco a poco las piezas vayan encajando y se entienda por qué está en la casa y al final tiene un papel clave. 

Cartel de 'Presence'

Cartel de 'Presence'

Presence es una película pequeña e incluso menor, pero al mismo tiempo es un brillante ejercicio formal con el que Soderbergh se luce en su manejo de la cámara y del punto de vista. Una pirueta disfrutable para el espectador medio, que al mismo tiempo permite la disección entusiasta de los amantes del análisis fílmico. 

La propuesta de Los chicos de la Nickel es más ambiciosa y compleja. Adapta la magnífica novela del mismo título de Colson Whitehead (perteneciente al selecto club de los ganadores de dos Pulitzer, uno de ellos por esta obra). Dirige RaMell Ross, cineasta afroamericano muy aplaudido por su documental Hale County, This Morning. This Evening. Su mirada de documentalista dota de un estilo muy singular a su primera película de ficción. Su propuesta es muy fiel al espíritu y a los hechos narrados en la novela de la que parte, pero replantea por completo el punto de vista y con ello consigue que, lo que hubiera podido ser una adaptación previsible, eleve el vuelo y se transforme en una obra de arte. 

'Presence'

'Presence'

La narración de Whitehead está situada en un reformatorio ficticio llamado la Nickel, que está inspirado en un reformatorio real de Florida: la Arthur G. Dozier School for Boys, inaugurada en 1900 y clausurada por las autoridades en 2011. El motivo: las denuncias que empezaron a aflorar de malos tratos y torturas a los internos, que llegaban al asesinato. Cuando se dio la orden de excavar en los jardines, aparecieron restos humanos de cincuenta cadáveres.  Ambientada en los años sesenta, sus protagonistas son dos chicos negros -segregados de los internos blancos y objeto de un trato mucho peor- que se hacen amigos en ese lugar infernal. 

Con este material -que Whitehead supo convertir en una sólida novela- RaMell podría haber optado por un tono virulentamente dramático, lacrimógeno y hasta panfletario; es lo que probablemente habría hecho Spike Lee de haber caído el proyecto en sus manos. Sin embargo, opta por un planteamiento muy diferente y muy radical. 

'Presence'

'Presence'

En primer lugar, la cámara es los ojos del protagonista, Elwood (Ethan Herisse) y a través de ellos somos testigos de su infancia y adolescencia hasta que, por estar en el lugar inadecuado en el momento inadecuado, es enviado al reformatorio sin haber cometido ningún delito. En allí donde conoce a Turner (Brandon Wilson) y en determinado momento el punto de vista cambia y son sus ojos los que nos guían. A partir de aquí los dos puntos de vista se irán alternando y se incorpora una tercera capa con las escenas de Elwood adulto -en este caso, la cámara siempre en su cogote- que, instalado en Nueva York, está buscando información sobre los crímenes de la Nickel y los chicos que murieron. 

A esta audaz decisión narrativa se suma la sobrecogedora belleza y fuerza poética de las imágenes, que por momentos recuerdan al mejor Terrence Malick. Ya en los primeros minutos el recorrido por la infancia de Elwood a través de sus ojos es prodigioso, y el largometraje logra mantener -de forma inaudita- a lo largo de sus dos horas y veinte la capacidad de maravillar al espectador. RaMell maneja de forma muy sofisticada las transiciones y saltos, utilizando solo recursos visuales, sin hacer uso de la muleta de una voz en off aclaratoria. Y añade toques de realismo mágico, como la aparición de caimanes en los lugares más insospechados, justificada porque estamos en Florida.

'Presence'

'Presence'

El cineasta va colocando pinceladas de la época mediante la inserción de imágenes documentales de los cohetes Apollo, la marcha del puente de Selma, el asesinato de Kennedy y varias escenas de Fugitivos, aquella película antirracista de Stanley Kramer en la que un preso blanco (Tony Curtis) y uno negro (Sidney Poitier) se fugaban encadenados y debían aprender a convivir y cooperar.

La plasmación de la violencia mediante el punto de vista y la estética elegidos es elusiva, elíptica. Esta decisión puede parecer inadecuada e incluso disparatada para abordar semejante historia, pero la atrevida apuesta sale victoriosa. Porque evita cualquier atisbo de sensacionalismo y fácil demagogia, sin que ello signifique que amortigüe o esquive la brutalidad de los hechos.

Estamos ante una película al mismo tiempo política y poética. La barbarie apenas se muestra de forma directa, pero está omnipresente como una siniestra amenaza que lo corrompe todo. El cineasta prima la fuerza sensorial de las imágenes y la amistad de los dos chicos, como un modo de rebelarse, de no sucumbir a esa realidad atroz.