
'Vivir a la iglesa'
El año 'british' de Julio Camba
Ricardo Álamo rescata para Renacimiento 69 crónicas inéditas (en libro) del gran articulista gallego donde, con un humor descomunal, retrata la Inglaterra de 1910
Julio Camba (1884-1962) explicaba la vida a través de miniaturas. No sólo, como acostumbra a recordarse cuando se le rememora, porque era la viva encarnación (en versión pontevedresa) de Bartleby, el famoso personaje de Melville, practicante de la filosofía del preferiría no hacerlo, indiscutible maestro del folio y medio, sino porque su industria –humilde, artesanal, mística– consistía en encajar toda la inmensidad del ancho mundo en la estrecha caja de un columna de periódico.
“He adquirido la facultad de convertir todas las cosas en artículos de periódico. Ya pueden ustedes darme las cosas más absurdas: un gabán viejo, un par de gemelos de teatro, una máquina de afeitar, un pollo asado, un mujer bonita. De cada una de esas cosas yo les haré a ustedes una columna de prosa periodística, o si ustedes lo prefieren, les haré una columna de todas esas cosas juntas. El articulista es como un avestruz. El avestruz lo convierte todo en cosa de comer y lo digiere todo; el articulista lo reduce todo a un artículo de periódico”.

Julio Camba / DANIEL ROSELL
El periodismo consiste en esto: mirar las cosas –y sus asociaciones– desde la perspectiva de aquel que tiene que fabricar, cada día, un artículo distinto. Sin repetirse. Claro que dicha obligación, que algunos ejercemos con sumo gusto por aquello de que peor sería tener que trabajar (en serio), no arroja siempre idénticos resultados ni frutos infalibles. Un artículo de periódico es siempre el articulista que lo escribe. Una obra fruto del carácter, de una determinada forma de ser, de un destino distinto a los demás.
Por eso es tarea vana e imposible catalogar a los columnistas en estirpes, generaciones y escuelas. Esto sólo puede hacerse con los imitadores. Cada columnista es inequívocamente suyo y debe fundar su propio mundo. Es el señor de sus palabras y el dueño de sus omisiones, pero no debe ser un esclavo de nadie más que de la escritura y de la obligación de servir –a sus lectores– sus impresiones de cada día.
Acaso por eso los artículos de Camba compartan un tono común –el humor, la ironía, eso que antes se llamaba finezza– pero se escapen de lo previsible. Cada uno es un prodigio de relojería, un artefacto perfecto, igual que un poema (en prosa). Lo demuestra que cada vez que se rescatan sus crónicas y sus columnas, y por fortuna esta marea no cesa, se descubre cómo emergen de las hemerotecas, esos cementerios de papel, maravillas como las que el editor Ricardo Álamo acaba de seleccionar para el sello Renacimiento, dedicado a construir las bibliotecas que nunca tuvieron grandes periodistas como Camba o Manuel Chaves Nogales.

'Londres'
La editorial de Abelardo Linares acaba de sacar una colección –inédita en formato libro– de 69 de los artículos que el periodista gallego escribió entre diciembre de 1910 y marzo de 1912, poco más de un año escaso, durante su primera estadía como corresponsal en la capital británica para el diario El Mundo. Se trata de un conjunto textos –Vivir a la inglesa es su título, idéntico al que aparecía en la primera página del diario– que completan la antología de piezas dedicada a Londres, publicada por vez primera en el Madrid de 1916. Álamo ha obtenido los originales de los ejemplares del periódico monárquico, que todavía atesora material tanto anterior como posterior al periodo temporal elegido para esta edición.
El resultado es sobresaliente: los artículos de costumbres británicas de Camba están, sin duda, entre lo mejor de su producción, a pesar de no haber sido conocidos, al margen de sus coetáneos, por casi nadie más. Encontramos en esta antología a un articulista con pleno dominio del arte de la caricatura, el humor ingenioso y el contraste expresionista. Todas sus columnas de esta época, escritas para explicar a sus lectores españoles la idiosincrasia británica, explotan la disparidad de hábitos, rutinas y valores entre ambas culturas, que entonces todavía no habían sido objeto de asimilación. Camba plantea sus artículos sobre una dicotomía básica: Inglaterra es Inglaterra y España es España.

Postal de Regent Street en 1910.
Y a partir de aquí aplica su óptica (irónica) de forma sistemática a todo lo que ve, contempla, siente, observa y piensa. Por supuesto, se trata de piezas periodísticas subjetivas, personalísimas, pero donde el escritor gallego –entonces con 26 años– condensa con maestría las divergencias entre su aquí y su allá sin caer en el truco fácil de alimentar la discordia entre naciones. Camba, que llegó a Londres desde París, donde vivió sus años más felices como corresponsal, se queja de la meteorología inglesa, admira el sentido de la jerarquía y las dotes sociales de los británicos, pero bufa (de forma magistral) cuando descubre molestias tales como como la horrenda gastronomía, la lluvia persistente, la estricta hora de cierre de los pubs o la imperturbabilidad y flema del carácter británico.
El periodista dibuja a los ingleses como arquetipos y monigotes, un tratamiento que –en justicia– también usa con los españoles e, incluso, se aplica a sí mismo. El método es eficaz: al leer sus columnas se siente la misma extrañeza gozosa que debió sentir él, que se estrenó en Londres con un madrugón –“siete y media de la mañana en un andén de la estación Victoria”– y con lluvia: “El clima de Londres lo explica todo: la falta de imaginación, el sentido práctico de la vida, el self-control, el whisky, la vida interior, el sentido de asociación y el aburrimiento”.

'Viviendo a la inglesa'
La lógica inglesa –lógica imposible desde la perspectiva ibérica– es, sin duda, admirable, pero también inservible para el humor hispánico, que es individualista, anárquico, siempre contestatario. Camba nos regala estas dos proyecciones del espejo: una Inglaterra educada, laboriosa, donde para hacer cualquier cosa hace falta tener posibles –su espíritu menesteroso le atormenta porque piensa sin cesar que va a quedarse un día sin dinero– y una España, en la distancia, donde la prisa mata, la calle sirve para estar –no para ir de un sitio a otro– y se puede vivir perfectamente sin trabajar, del ingenio, el sablazo, la fantasía, la política o el robo.
“En España, cuando le presentan a uno una cuenta” –escribe en la magistral ‘Influencia de la perra gorda’–, “uno puede pagarla, pero, además, puede hacer otra porción de cosas: decir que la pagará al día siguiente, demostrar que ha tenido un contratiempo inesperado, enseñar un cheque que va a cobrar, un billete extranjero que va a cambiar…Pagar es una de las muchas cosas que se pueden hacer en España al recibir una cuenta, pero aquí es la única. Estos ingleses no tienen imaginación y no se hacen cargo de nada. Vienen a cobrar y hay que pagarles”.
Y así, entre citas del Don Juan de Byron, reproduciendo con gracia la fonética cockney –escribe camaleón plis, en vez de come on, please–, el maestro construye todo un retablo de las maravillas de su experiencia en la pérfida Albión, a la que no diremos que ame, pero siempre observa con curiosidad y asombro. Los fogonazos de estos artículos de Camba conservan, más de un siglo después de haber sido escritos, su fuego. Su prosa, sencilla, escueta, directa, es pura fibra. Y su don para la paradoja –“El pueblo inglés es el más reaccionario del mundo, lo que no le impide, al tiempo, ser uno de los más adelantados”– es proverbial.

Primera página del diario 'The Daily Mirror' del 19 de Noviembre de 1910
Pero conviene no engañarse: debajo de la felicidad que causa la prosa de Camba, que nos hace reír con inteligencia, sin caer nunca en lo vulgar o en lo chabacano, palpita un hondo sustrato de sabiduría sociológica. Se atisba cuando compara la devoción del pueblo inglés por la monarquía y la aristocracia –dueña de todos los predios de Londres a perpetuidad– con “esos grandes de España que no tienen dos pesetas y entran a tomar unas copas en casa del Regatero, mano a mano con un mozo de estoques”. También en su colección de frases lapidarias, escritas como saetas:
–“Yo no creo, como la vieja de mi pueblo, que los ingleses sean personas. Yo creo que son máquinas de precisión”.
–“Un inglés es un hombre que siempre está de parte de la ley”.
–“Este es el país reaccionario más democrático del mundo, al revés de España, que es una especie de anarquía inquisitorial”.
Camba recrea diálogos –reales e imaginarios– y dota a su prosa de una transparencia asombrosa. Nadie ha sido capaz de decir tanto en un periódico con tan pocas palabras. O convertir frases hechas en un prodigio de perspicacia, como demuestra en el artículo 'Idiomas de exportación':
–“¿Usted no sabía nada de inglés antes de venir a Inglaterra?
–¡Oh! Sí, señora. En España todos sabemos estas tres expresiones inglesas: Struggle for life, Business is business y Time is money.
(..,) No trate usted nunca, invocando razones sentimentales, de convencer a un tendero inglés para que le deje tal o cual mercancía en un precio más barato que el corriente.
–Sí –le dirá el inglés–. Nosotros somos muy amigos. Usted está necesitado. Yo no perdería nada dejándole a usted esto en el precio que usted quiere. Todo esto es verdad, pero…Business is business, my friend!
No pretenda usted tampoco entretener jamás a un inglés atareado, aunque sea para contarle la historia más bonita del mundo.
–No puedo escucharle a usted. Time is money!
Y para justificar sus actos en cualquier circunstancia, el inglés opondrá a las censuras de usted este argumento supremo: Struggle for life.

Retrato de Julio Camba fechado alrededor de la década los años 20 del siglo pasado.
En cambio, vean ustedes las frases que han exportado los italianos: chi va piano va lontano, si non é vero é ben trovato y dolce far niente.
–No me hable usted. El tiempo es oro, dice el inglés.
El italiano, por el contrario, se complace en el relato, aunque sea una sarta de embustes. El caso es que estén bien contados. La utilidad práctica de lo que oyen está para ellos en segundo término. Arte: imaginación. Esto es lo principal. Y, al final, como para justificarse a sí mismos del tiempo perdido, exclaman:
–Si non é vero é ben trovato.
A un inglés no se le hubiera ocurrido nunca esta expresión. ¿Qué le importa a un inglés que una cosa esté mejor o peor contada? Lo importante para él es que sea exacta. No haga usted digresiones ante un inglés. Time is money”.
Magistral es poco. Nos quitamos el sombrero. En este caso, el bombín. ¡Genio!