El escritor y militar alemán Ernst Jünger

El escritor y militar alemán Ernst Jünger PRE TEXTOS

Letras

Al infierno con la literatura: sobre los escritores no demasiado ejemplares

Cuando una obra gusta se eleva a los altares al autor, pero, en contra de lo que sostenía Jünger, hay piezas literarias exquisitas por parte de escritores personalmente deleznables

29 junio, 2024 14:23

Si bien suena poco elegante la tendencia de algunos críticos, analistas de la literatura e historiadores, a juzgar con los ojos del presente, o de corrientes de una ideología dominante, la actitud de nuestros antepasados, que vivieron en contextos muy distintos, también lo es la consagración de los escritores –y de los artistas— como santos sin canonizar. En este sentido me parece cuando menos injusta la tendencia, a la luz del triunfo actual del feminismo, y de exigencias de moralidad con las que en realidad nadie o casi Nadie –en este mundo hay santos, pero son pocos— puede estar a la altura, de juzgar y condenar a artistas del pasado. Un caso clamoroso es el de Picasso, quien ya no es, como era hasta hace poco, un creador incesante, fértil, casi mágico, y el artista más influyente del siglo XX (junto con Duchamp, claro: el español fue el último pintor de la tradición, propiamente se podría decir que su enterrador, y el francés el primer y más influyente artista de la contemporaneidad) sino como poco menos que un monstruo digno de ser cancelado. Antes, lo que hacía, según los beatos tradicionalistas, eran mamarrachadas que podían hacer también sus hijos de cinco años de edad; hoy, para los bonistas actuales, fue poco menos que un monstruo, a cuenta de sus relaciones supuestamente ultramachistas con las mujeres de su vida, de sus tratos de casi complacencia con los oficiales de la Wermacht más cultivados durante la Ocupación en París, y de otros episodios poco edificantes de su vida. Toda la inquisición sobre su vida afecta inevitablemente al aura de  su obra.

El escritor Milan Kundera / EFE

El escritor Milan Kundera / EFE

Por eso Milan Kundera sostenía, siguiendo la estela del pensamiento de Flaubert sobre la autoría de las novelas, que en el momento en que se publican las biografías de los grandes escritores –elige para sostener su tesis la figura de Kafka--, su obra queda contaminada, su legado más valioso empieza a agonizar, comienza a dejar de ser leído. El autor debería mantenerse perfectamente invisible y casi anónimo detrás de su obra y cuanto menos se supiera de él, mejor para sus creaciones, que son muy superiores a su vida, entre otros motivos porque son su vida transfigurada, mejorada. En este sentido, si somos sensatos sabemos que es inútil leer las copiosas biografías de Proust pudiendo emplear el tiempo que se pierde en ello a releer Por el camino de Swann. Pero, por un lado, no somos sensatos, y por otro la industria editorial tiene que alimentarse continuamente.

Alabar a un escritor

Para defender la posición flaubertiana, que ciertamente es, por lo menos, elegante y plausible, en realidad el autor de La insoportable levedad del ser eligió mal el ejemplo de Kafka, pues éste era un ser casi invariablemente encantador. El pobre Kundera tuvo en sí mismo un ejemplo más adecuado: como es sabido, un oscuro episodio de delación, cuando era joven, en la Checoslovaquia comunista, aireado décadas después por una investigación periodística de la revista Respekt en los archivos policiales de la época, le hizo salir de su retracción social, de su alergia a que se hablase de él: a partir de entonces su obra quedó mancillada y leída en clave freudiana y vergonzante declaración de mea culpa, sus tesis literarias pasaron a ser sospechosas, y con razón pudo quejarse el novelista de que la publicación de Respekt  --cuya veracidad, además, negaba, pero esto es lo de menos--, equivalía a "el asesinato de un autor": o sea, él mismo.

Pablo Picasso y Joan Miró, en Notre-Dame-de-Vie, Mougins, 1967, en una fotografía de Jacqueline Picasso.

Pablo Picasso y Joan Miró, en Notre-Dame-de-Vie, Mougins, 1967, en una fotografía de Jacqueline Picasso. ARCHIVO SUCESIÓN PICASSO

En este sentido, aunque a contrario sensu, es interesante la biografía de Florence Noiville, Milan Kundera, un retrato íntimo que acaba de publicar Tusquets, en que la periodista francesa, amiga y admiradora durante muchos años de la pareja Kundera, traiciona el testamento (por referirme precisamente a un ensayo de Kundera sobre este tema) de su admirado amigo y cuenta algunas cosas de su vida, que no puedo negar que he leído con un placer culpable. En estas páginas amenas se trasluce, por cierto, la probable influencia que tuvo el escándalo de Respekt en la salud mental del escritor, que poco después fue entrando en un proceso de afasia y senilidad, una de cuyas manifestaciones más raras era la de destrozar físicamente libros de su biblioteca y que concluyó con esta frase escalofriante, que le dirigió a un amigo cuando éste le dijo que se tenía que ir a casa, a escribir: “¿Escribir? ¡Qué idea más rara!”   

Cuando el lector se ha sentido positivamente exaltado o enriquecido por una obra literaria o artística determinada tiende, en un movimiento psicológico natural o por lo menos comprensible, a poner al autor en un pedestal. ¿Acaso no ha iluminado, con sus creaciones, aspectos ocultos o mal explicados de la naturaleza humana? ¿No ha creado territorios de belleza? ¿No está el lector, y la humanidad interesada en el arte, en deuda con él? ¡Es un santo! Con esta opinión, el autor suele estar de acuerdo: trabaja mucho, en la soledad y la duda, se siente con ello un benefactor de la comunidad, se merece el agradecimiento de ésta.

El escritor Máximo Gorki

El escritor Máximo Gorki EDITORIAL ALBA

Máximo Gorki, adulado hasta extremos delirantes por el régimen bolchevique –hasta que Stalin decidió que era un estorbo y fue asesinado por la KGB mediante un papel de pared en su dormitorio impregnado de veneno-- reconocía que la primera vez que leyó el sobre de la primera carta enviada a él a su domicilio –por cierto, la mansión de un magnate que había sido expropiada en su beneficio--  en que la calle figuraba como “calle Máximo Gorki”, sintió una pizca de incomodidad. Pero seguro que en seguida se acostumbró. Ser halagado y adulado le gusta a casi todo el mundo. Y a los escritores, casi a los que más.

Se olvida fácilmente que en realidad el autor es un ser humano como todos, con sus defectos, a veces graves y que como tal hemos de considerarlo, sin darle al asunto demasiada importancia. Porque primero se santifica al creador, y luego vienen los detectives a bajarle del pedestal y revelar que como ser humano, era una escoria.  

Un verano 'con malas personas'

En la siempre interesante obra de Ernst Jünger hay un párrafo en el que sostiene que no se puede ser a la vez un buen escritor y una mala persona. Porque, argumenta el autor de Tempestades de acero (citaré la frase exacta el próximo domingo, ahora no tengo a mano sus Radiaciones), escribir es una tarea que exige ecuanimidad, serenidad, sentido de la proporción, empatía.

¿Cómo podía equivocarse tanto un hombre tan sabio? Empapado de lecturas biográficas, he llegado a la conclusión de que sucede exactamente lo contrario, y el aforismo de Mae West “cuando soy buena, soy muy buena, pero cuando soy mala, soy mejor” se puede aplicar también al campo de la literatura. Me pongo, querido lector, al servicio del espíritu de los tiempos, y este verano trataré de mostrar que Jünger se equivocaba de parte a parte, hablando de los grandes escritores que eran también seres humanos deleznables. Mi único problema será que el verano tiene pocos domingos y la lista es casi interminable. ¡Al infierno con la literatura!