Imagen de la miniserie ‘El quinto mandamiento’

Imagen de la miniserie ‘El quinto mandamiento’

Cine & Teatro

‘El quinto mandamiento’: un asesino cristiano

La miniserie británica es uno de los mejores acercamientos al fenómeno del mal, con una profunda reflexión moral sobre el abuso de poder

23 febrero, 2024 17:09

Excelente (y durísima) miniserie de la BBC en Filmin (cuatro episodios): El quinto mandamiento, escrita por Sarah Phelps y dirigida por Saul Dibb, es un true crime muy especial basado en las andanzas criminales de Ben Field, un tipo que, hace unos pocos años, se dedicó a eliminar a ancianos y ancianas a los que previamente había declarado su amor eterno e incondicional para que le nombraran heredero tras cambiar sus testamentos en su beneficio. Lo hacía, para colmo, como si fuese una misión divina, con la auto excusa de que estaba bien acortar la vida de personas cuyas existencias juzgaba lamentables, patéticas, solitarias y desesperadas. Llevaba siempre una cruz colgada al cuello y en sus ratos libres ejercía de sacristán. Sus dos víctimas (lo pillaron antes de que pudiera eliminar a una tercera a la que ya le había echado el ojo) eran creyentes, estaban terriblemente solas en este mundo y llegaron a creerse que un hombre de veintiocho años podía enamorarse de ellas. Ben Field (el inquietante Eanna Hardwicke) es, probablemente, el asesino más extraño con el que uno se haya topado en su vida, un asesino cristiano y presuntamente temeroso de Dios que, probablemente, no estaba del todo en sus cabales (aunque ese extremo no se aborda en la serie, decisión discutible, pero de una extraña eficacia, pues convierte al sujeto en una especie de enigma indescifrable). En la actualidad, Field cumple una condena de treinta y seis años de cárcel en una prisión británica de alta seguridad. Su perro faldero, Martyn (Conor MacNeill), un aspirante a mago medio tonto y de una inseguridad extrema, se salió de rositas porque lo único que había hecho era seguirle la corriente a Field, tal vez porque era el único ser más o menos humano que se había dignado dirigirle la palabra en toda su patética vida.

Más que un thriller, El quinto mandamiento (para los que no recuerden el mensaje de dicho mandamiento: No matarás) es una desoladora reflexión sobre la maldad y la crueldad gratuitas: las víctimas de Field eran de una vulnerabilidad exagerada, personas solitarias a la fuerza a las que nadie había querido nunca. En ese sentido, es especialmente conmovedora la primera, un profesor jubilado llamado Peter Urqhart, al que da vida un espléndido Timothy Spall: homosexual de armario, prácticamente virgen, célibe voluntario, meapilas total que ejercía de predicador a ratos y que era incapaz hasta de consumir pornografía por Internet, conformándose con mirar fotos de hombres vestidos con atuendos deportivos. Cuando el canalla de Ben se le declara, el pobre Peter no puede creer la suerte que ha tenido. Por fin va a conocer el amor (aunque sin sexo), por fin podrá abrazar a alguien, por fin va a abandonar la abrumadora soledad que le ha acompañado a lo largo de toda su vida. Lamentablemente, todo es una farsa que termina con su muerte por envenenamiento (el primer capítulo, gracias a Spall, es el mejor de la miniserie).

Timothy Spall, en 'El quinto mandamiento'

Timothy Spall, en 'El quinto mandamiento' FILMIN

La segunda víctima de Field es una vecina de Urqhart, una señora de ochenta y dos años, también ex docente, que nunca se casó y cuya vida sexual ha sido prácticamente nula. De hecho, esa vida sexual empieza y acaba con Ben Field, quien, a su vez, acaba con ella una vez ha logrado que altere su testamento para dejárselo todo a él. Si éste es el último crimen de Field es porque una sobrina de la víctima huele a cuerno quemado desde el primer día y, aunque algo tarde, se pone en contacto con la policía.

Tristeza y soledad

El quinto mandamiento no es una propuesta divertida con la que pasar el rato. De hecho, te deja con un mal sabor de boca notable y con el corazón encogido, pero es también uno de los mejores acercamientos al fenómeno del mal que uno haya visto últimamente: Netflix nunca le hubiese dado la luz verde. A diferencia de otros true crimes, aquí se impone a la trama policial una profunda reflexión moral sobre el abuso de poder y de confianza contra los débiles que da mucho qué pensar. La presencia constante de la religión (y sus desvaríos) añade un elemento especial y novedoso al género. Puede que haya quien encuentre deprimente el visionado de El quinto mandamiento, y en cierta medida lo es, pero el ángulo moral que aporta resulta asaz insólito en un tipo de producciones que, lamentablemente, suelen inclinarse más por los crímenes horrendos y cuanto más espectaculares, mejor. Aquí solo hay tristeza y soledad, y el dolor causado por un supuesto benefactor que intenta lucrarse mientras estudia para sacerdote y cree estar cumpliendo, a su manera, con los planes del Señor.

En resumen, una propuesta tan peculiar como interesante y conmovedora, bien escrita y con uno de esos repartos inmejorables que suele ofrecernos el audiovisual británico. Y perdonen que insista, pero la interpretación de Timothy Spall es impresionante y justifica por sí sola el visionado de la miniserie al completo.