El asombroso mundo de Cristo y Rey
Un documental y una serie abordan la vida de Bárbara Rey, una 'mocatriz' de la Transición que se puede calificar de personaje histórico si pensamos en su relación con el Emérito Juan Carlos I
8 diciembre, 2023 13:58Por motivos que no alcanzo a explicarme, he pasado los últimos días inmerso en el asombroso mundo de Bárbara Rey, célebre actriz de las películas de destape de la Transición que se las apañó para llevar una vida extra profesional de abrigo: un lío de años con don Juan Carlos I, un matrimonio catastrófico con un domador de leones, presunta chantajista de las que graban sus encuentros con gente importante, víctima del machismo o experta manipuladora de la realidad (según se mire)…
Netflix ha reunido en su catálogo dos series consagradas a la señora Rey (que, en realidad, se llama María García García), natural de Totana, Murcia, y de profesión, como diría Ojete Calor, mocatriz (modelo, cantante y actriz). Una de ellas es un documental en cuatro partes sobre las aventuras sentimentales y profesionales de Bárbara (dirigido por Óscar Bernàcer y producido por Daniel Écija), y su ingenioso título es Una vida bárbara. La otra es una miniserie de, digamos, ficción titulada Cristo y Rey (ocho episodios) y creada por el recién citado Daniel Écija, que encontró una mina de oro en las andanzas de la musa del destape. Ambas pasaron por Antena 3 Player y Antena 3 a secas, pero no les hice el menor caso hasta que aterrizaron en Netflix y se dieron las condiciones necesarias para tragárselas; es decir, estar gorroneando en casa de una amiga en el sur de Francia y optar, obedeciendo a un consumo cultural autodestructivo, por lo que nos pareciera más chungo a la hora de darse un paseo por las plataformas de streaming (esta clase de cosas no se pueden ver a solas porque lo más divertido es irlas comentando mientras te las zampas).
La curiosidad nos llevó primero a Cristo y Rey, versión modelo seudo ficción de la vida y milagros de la vedette y el domador. Nos tragamos los cuatro capítulos disponibles y, como nos habíamos quedado con ganas de más, nos zampamos casi del tirón el documental (cuatro episodios) Una vida bárbara, en el que nuestra mocatriz da su versión de los hechos y hace todo lo posible por presentarse como una víctima de la sociedad y de los hombres. La cultura basura puede ser muy atractiva, y tanto Cristo y Rey como Una vida bárbara forman parte de ella con todo merecimiento.
La fascinación por una época
Vayamos por partes: primero, la serie de supuesta ficción, que ilustra a la perfección la expresión anglosajona So bad it´s good (Tan mala que es buena). La ambientación es decente, aunque el presupuesto podría haber sido un poco más holgado, ya que, entre otras cosas, faltan extras por todas partes, el Circo Ruso de Ángel Cristo es del tamaño de una caja de cerillas y los leones generados por ordenador ofrecen un aspecto difuso y flotante. Belén Cuesta, que es una actriz estupenda, hace lo que puede por convertir a Bárbara Rey en un ser humano capaz de generar empatía, pero Jaime Lorente, con sus pretensiones de actor del Método, consigue fabricar un monstruo ligeramente incomprensible a partir de Ángel Cristo, que nos presenta como un sujeto que, tras sobrevivir a una infancia traumática de hospiciano con unas monjas, se convierte en un vehemente avasallador profesional que va por el mundo pisando fuerte, repartiendo bofetadas, sufriendo unos celos patológicos, enganchándose a la cocaína y, en definitiva, echando su vida a los cerdos por culpa de su carácter endiablado y su mala cabeza.
Para los que ya tenemos una edad y recordamos a Bárbara en su esplendor, lo mejor de la serie es asistir a la reconstrucción de una época cercana que nos resulta inevitablemente familiar (aunque casi todos los actores no guarden el menor parecido con los personajes que interpretan, hasta el punto de que ha habido que poner rótulos para identificar a más de uno), pero el tono melodramático y carente de humor de la propuesta la convierte, en el mejor de los casos, en un placer culpable. Cristo y Rey te interpela a tu pesar, por motivos extra creativos: si viviste la época que retrata, te atrapa social y sentimentalmente con su reproducción (por eso, los menores de 50 o 60 años se la pueden ahorrar tranquilamente: no sabrán de qué se les habla).
La frivolidad del Rey
En cuanto a Una vida bárbara, todo lo que se puede decir es que es la versión (supuestamente) real de Cristo y Rey. Daniel Écija (el hombre que nos trajo Médico de familia, entre otras perlas de la cultura audiovisual) es de los que muerde y no suelta. Es evidente que encontró un filón en Bárbara Rey y decidió explotarlo por partida doble, confiando en seducir al pueblo llano y a los devotos de la cultura basura con propensión a los placeres culpables. Una vida bárbara consiste, de hecho, en una retahíla de desgracias a cargo de la chica de Totana, a la que a veces te crees y a veces no. Resulta muy convincente explicando el maltrato físico y psíquico al que la sometió el celoso y enajenado domador, pero no tanto cuando se abordan sus supuestas habilidades para el chantaje, que ella explica a su manera, cuidándose de que no acabes de entender muy bien nada de lo que te está contando. La principal conclusión a la que llegué tras tragarme este documental es que Bárbara Rey no fue tan solo una mocatriz de la Transición, sino un personaje histórico de la misma que hasta llegó a poner en peligro el futuro de la monarquía española (con la complicidad del Emérito, que tanto aquí como en Cristo y Rey aparece como un frívolo, un badulaque, un metepatas y un tipo que solo se preocupa por su propio entretenimiento).
¿He perdido miserablemente el tiempo viendo estas dos series sobre el asombroso mundo de Bárbara Rey? Yo diría que no del todo. De vez en cuando, hay que permitirse un placer cutre y culpable. Y ambos productos, además de encajar perfectamente en lo que viene siendo la cultura basura, presentan cierto interés histórico para quienes vivimos la Transición (y puede que también para los que no, pero sientan curiosidad, si es que existe ese sector de la población juvenil). La vida te da sorpresas: en sus años de esplendor, nunca le hice el menor caso a Bárbara Rey, que ni siquiera me interpelaba sexualmente (yo era más de Nadiuska), y ahora, a mi avanzada edad, me tiro cuatro días en su compañía, tanto ficticia como pretendidamente real, en una casa del sur de Francia, mientras cae la lluvia en las calles vacías del pueblo.
La verdad es que no lamento la experiencia, pero tampoco la recomiendo. A veces se queda uno entre Pinto y Valdemoro.