Material de promoción de la película 'El caso Padilla'

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Cine & Teatro

El 'caso Padilla' según Pavel Giroud

Un documental muestra las imágenes del proceso político al que el régimen castrista sometió al poeta cubano, que provocó el desengaño de algunos escritores e intelectuales con la revolución

15 mayo, 2023 19:00

Dicen que una imagen vale por mil palabras. Del llamado caso Padilla teníamos las palabras, pero no las imágenes. Ahora esas imágenes salen a la luz por primera vez en el documental El caso Padilla de Pavel Giroud. Y, en efecto, valen por mil palabras. Son un documento valiosísimo, porque muestran en todo su delirio kafkiano una versión caribeña de los famosos procesos de Moscú estalinistas. Menos cruenta, pero igual de cruel y esperpéntica. Convocados los miembros de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, el poeta Heberto Padilla entona ante ellos un mea culpa, admite haber cometido todo tipo de deslealtades y traiciones a la revolución, hace propósito de enmienda y después procede a denunciar a otros, que a su vez se plantan ante el micrófono y cariacontecidos confiesan a su vez. ¿Cuáles son esas tremendas traiciones? Son fáciles de sintetizar: tratar de ejercer la libertad de pensamiento bajo un régimen totalitario.

Quizá convenga resumir brevemente los antecedentes por si se desconocen o no se recuerdan bien: Heberto Padilla fue detenido por la Seguridad del Estado cubana el 20 de marzo de 1971. Permaneció en sus calabozos treinta y ocho días y salió transformado. Se sospechó que lo habían torturado. Lo que es seguro es que fue sometido a severas presiones. Padilla había sido un revolucionario fervoroso de primera hora, como otros muchos intelectuales. Ocupó cargos y viajó por el mundo en misiones diplomáticas. Sin embargo, empezaron a producirse desencuentros con el régimen. En 1964 se le ocurrió criticar la novela Pasión de Urbino del oficialista Lisandro Otero y defender con entusiasmo Vista de amanecer en el trópico de Cabrera Infante (primera versión de lo que sería en su edición definitiva Tres tristes tigres). Ya por entonces este último era un serio aspirante a traidor supremo a la causa revolucionaria. Ambas obras competían por el Biblioteca Breve, que ganó Cabrera.

Heberto Padilla

Heberto Padilla

La tensión entre Padilla y el castrismo subió de voltaje cuando en 1968, su poemario Fuera de juego, acusado de dubitativo y derrotista por el oficialismo, ganó el premio de la Unión de Escritores y Artistas, pese a las presiones y conspiraciones de su presidente, Nicolás Guillén. Padilla se movía en el entorno literario de Lezama Lima, cada vez más desafecto al régimen. Para colmo, en 1971 se lo fotografió reuniéndose con el embajador chileno enviado por Allende, Jorge Edwards, que poco después fue expulsado y reflejó esa experiencia en Persona non grata. Finalmente, Padilla fue detenido con su esposa, la poeta Belkis Cuza Malé. A ella solo la retuvieron tres días, pero él permaneció más de un mes arrestado.

La situación provocó la protesta de intelectuales entonces todavía partidarios de la revolución que en dos cartas –la primera muy prudente, la segunda más contundente– mostraban su desacuerdo con la persecución del escritor. Entre los firmantes de la primera estaban Sartre y Beauvoir, Octavio Paz, Vargas Llosa, Juan Goytisolo, Carlos Fuentes, Enzensberger, Calvino… A la segunda se sumaron Valente, Marsé, Sontag, Pasolini…

El detalle más interesante es el de dos firmas que aparecieron en la primera, pero desaparecieron de la segunda: García Márquez (que llegaría a ser muy cercano a Castro) y Cortázar (que persistiría en demostrar su gran olfato político apoyando después a la revolución sandinista convertida en un vergonzoso espectáculo con sátrapa y parienta mefistofélica). Entre los que no firmaron ninguna de las cartas y criticaron a los firmantes por blandos, titubeantes y contrarrevolucionarios: Benedetti, Rodolfo Walsh, Salvador Garmendía…

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El caso Padilla marcó un punto de inflexión en el cándido apoyo de muchos intelectuales a la revolución cubana, bajo la ingenua premisa de que esta sí iba a ser pura y angélica, y jamás se dejaría asfixiar pro el abrazo del oso soviético. No fue así. Los Estados Unidos aislaron a Castro, patrocinaron tentativas de asesinarlo y chapuceras intentonas contrarrevolucionarias. El dictador devino paranoico y no tardó en viajar a Moscú. La cosa llevó a la crisis de los misiles en 1962 y Cuba acabó como acaban todos los experimentos comunistas, aunque algunas almas de cántaro se empeñan en seguir creyendo en los reyes magos (o en los mesías del socialismo).

Y en medio de todo esto, Padilla. La transcripción de su confesión pública ya se conocía. Ahora, una mano anónima ha sacado de los archivos del instituto de cine cubano la filmación de la sesión completa realizada por dos técnicos de la Corporación Cubana de Cine y Televisión. Hasta ahora nunca habían salido a la luz; al parecer, solo Fidel las visionó. Se trata de un documento histórico muy relevante que llega a manos del cineasta cubano residente en España Pavel Giroud.

Con ellas ha confeccionado su documental, que dedica la mayor parte del metraje a mostrar esa filmación. La contextualiza con algunas otras grabaciones de época: intervenciones en el programa A fondo de Joaquín Soler Serrano de Jorge Edwards, Cabrera Infante y Carlos Fuentes, más breves entrevistas de aquellos años a Cortázar, Vargas Llosa, García Márquez y Jean Paul Sartre, y una referencia a la renuncia al Premio Nobel por parte de Pasternak en 1958, tras las presiones de las autoridades soviéticas.

Las imágenes de la confesión de Padilla sobrecogen. Un alto cargo de la asociación de escritores excusa la presencia de Nicolas Guillén por enfermedad y presenta al poeta, que va a proceder a entonar un mea culpa. Acaba de salir de los calabozos de la Seguridad del Estado. Lleva una hoja, pero pronto la arruga en una bola y dice que va a improvisar. Asegura que es impresentable haber escrito versos derrotistas; que conspiró contra la revolución: que se le dieron oportunidades de reconducirse, pero no supo estar a la altura; cuenta lo bien que lo ha tratado la policía secreta, cómo le han hecho ver con suma amabilidad sus errores. Padilla está muy excitado, nervioso. Habla de forma enfática (a ratos parece el mismísimo Fidel en uno de sus engolados e inacabables discursos).

Por momentos pierde el hilo, tartamudea. Y hay un detalle que llama la atención: conforme avanza la declaración, empieza a sudar. Primero se seca la frente, después el borde superior de los labios. Poco a poco los goterones de sudor en su frente son evidentes. Y cuando termina, su camisa está completamente empapa. ¿Hacía mucho calor en la sala? Al fin y al cabo, estamos en un país tropical. Pero no, nadie más suda, solo Padilla mientras confiesa ante la mirada incómoda y preocupada de un reducido público de escritores. ¿Filtra el poeta en sus palabras algún mensaje en clave, alguna insinuación velada de que  está hablando bajo presión? Difícil saberlo, porque su discurso es errático.

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De pronto, hay un salto cualitativo. Padilla dice que no solo él se equivocó. Empieza a citar nombres de escritores amigos: César López, Pablo Armando Fernández, Manuel Díaz Martínez, Norberto Fuentes. La cámara, impía, los enfoca. Rostros lívidos, expresiones de agobio. Todos ellos eran próximos a Lezama Lima, que no ha acudido a la reunión; ha tenido la osadía de no presentarse. Dicen que dijo: “Esto no es contra Padilla, es contra todos nosotros”. Vio con claridad lo que se les venía encima. Hay dos escritores que sí están en la sala cuya reacción llama la atención: no aplauden cuando todos los demás lo hacen: Reinaldo Arenas y Virgilio Piñera. Como Lezama, también ellos saben lo que se les viene encima. La cámara, acusatoria, deja constancia de su falta de entusiasmo.

El aquelarre culmina con Padilla acusando a su propia esposa. Después, cada uno de los señalados se sienta tras el micrófono y admite, contrito, su culpa y su propósito de enmienda. Traición a la causa, derrotismo, pero han aprendido la lección, se van a enderezar. La mujer de Padilla también admite su culpa y dice incluso que fue ella quien incitó a su marido a tener esos malos pensamientos. Entre los que hablan está Norberto Fuentes. Al principio parece admitir su culpa. Pero sucede algo inaudito. Pide de nuevo la palabra, se sale del guion y empieza a acusar al régimen de haberlo marginado sin justificación. Miradas inquietas. Indignado, agarra el micrófono el director de la revista El Caimán Barbudo, un militar corpulento y muy agresivo. Su ataque a Fuentes es feroz, sin contemplaciones. Y se cierra a toda prisa el acto.

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Conocí a Fuentes en mi etapa de editor de Destino, cuando publicamos La autobiografía de Fidel Castro. Recuerdo una cena con él como una de las más divertidas de mi vida, pocas veces me he reído tanto. Contó desternillantes anécdotas malévolas sobre Fidel y los héroes de la revolución. Su libro no se vendió bien. Nadie lo acabó de entender. Era una biografía contra Fidel, pero que al mismo tiempo lo admiraba. Fuentes tenía mucha información privilegiada y era un personaje complejo.

En Cuba lo consideran un traidor, en el exilio de Miami, donde vive, lo miran con suspicacia como un posible agente doble. Una figura incómoda. Como Padilla. Este último es además una figura con un punto patético. Se revolvió contra los que lo apoyaron. Él y su mujer fueron obligados a abandonar La Habana y relocalizados en una granja. Ella logró salir del país porque tenía familiares exiliados en Estados Unidos. Él la siguió después. Nunca se aclimató al exilio. La derecha que lo quiso ver como el Solzhenitsyn de Fidel se sintió traicionada. En Cuba era también un traidor. Padilla se consideraba comunista, pero creía que la revolución había traicionado esos ideales. ¿Una víctima, un iluso, un gran manipulador? El caso Padilla deriva en el enigma Padilla.