Los poetas de las trincheras
El director Terence Davies estrena 'Benediction', una película sobre la Primera Guerra Mundial dedicada al narrar la peripecia vital del escritor Siegfried Sassoon, antibelicista y homosexual
8 julio, 2022 20:101917, de Sam Mendes, con su único plano secuencia –rodado con truco– logra transmitir al espectador la angustia y el horror que vivieron los jóvenes empujados a combatir en la Primera Guerra Mundial. La brutalidad verista de algunas imágenes convierte a la película en un equivalente de lo que supuso para la Segunda Guerra Mundial la larga secuencia inicial del desembarco de Normandía de Salvar al soldado Ryan. La Gran Guerra ha dado pie a menos películas que la segunda, pero entre ellas hay un puñado de grandes títulos del antibelicismo y el antimilitarismo: la más conocida Senderos de gloria de Kubrick, y en una línea similar Rey y patria de Losey y Hombres contra la guerra de Francesco Rosi; el cine italiano se aproximó al tema también con la prodigiosa comedia de Mario Monicelli La Gran Guerra (cuyo equivalente para la Segunda Guerra Mundial es la igualmente memorable Todos a casa de Comencini, ambas con Alberto Sordi).
Ahora Terence Davies (Liverpool, 1945) añade una nueva película al canon de la Gran Guerra: Benediction, sobre la figura de Siegfried Sassoon, uno de los war poets o poetas de las trincheras británicos. La Gran Guerra se cobró un alto precio en el mundo cultural; sin ánimo de ser exhaustivo: el escultor Henri Gaudier-Brzeska –cuya agitada vida plasmó Ken Russell en una de sus mejores películas: El mesías salvaje– murió en el campo de batalla en Pas de Calais; Alain-Fournier –el autor de El gran Meaulnes– falleció en los primeros compases de la guerra cerca de Verdún; Charles Peguy, en la batalla del Marne; Franz Marc, en la batalla de Verdún; Georg Trakl se suicidó con una sobredosis de cocaína en noviembre de 1914 incapaz de digerir lo vivido en los combates; el escritor expresionista August Stramm pereció en el frente oriental en 1915; Granados se ahogó después de que un submarino alemán torpedease el vapor británico SS Sussex en el que viajaba; Guillaume Apollinaire volvió con una herida de bala en la cabeza y murió poco después de la gripe española; Hemingway salió mejor parado y acabó recuperándose de sus heridas en un hospital italiano y escribiendo Adiós a las armas, una de las novelas más célebres sobre la Gran Guerra junto con Sin novedad en el frente de Erich Maria Remarque…
Sin embargo, la guerra pareció cebarse de forma especial con una generación de jóvenes poetas británicos que dejaron testimonio de las carnicerías de los campos de batalla y muchos de los cuales perdieron la vida en las trincheras. En la poesía inglesa hay unos cuantos poemas épicos que glosan las hazañas de los héroes en batalla, probablemente el más célebre y logrado sea La carga de la brigada ligera de Tennyson –uno de sus grandes poemas, junto con Los lotófagos y La dama de Shalott– que celebra la embestida suicida –“Into the valley of Death/Rode the six hundred (Hacia el valle de la muerte/cabalgaron los seiscientos)”-de una brigada de caballería en la guerra de Crimea (episodio que dio pie mucho después a una película aquí titulada La última carga, dirigida por Tory Richardson).
Entre los poetas de la Gran Guerra, solo Rupert Brooke opta por este tono épico-patriótico. Amigo de Virginia Woolf y de Yeats –que hizo sobre él el célebre comentario de que era el hombre más bello de Inglaterra–, Brooke compuso una serie de sonetos publicados como 1914 and Other Poems, que adquirieron gran popularidad y entre los que destaca El soldado, que incluye estos versos: “If I should die, think only this of me: / That there’s some corner of a foreign field / That is for ever England. (Si muero, piensa esto de mí/Que hay en algún rincón en un campo extranjero/Que será por siempre Inglaterra”. Brooke, sin embargo, no tuvo una muerte gloriosa bajo las balas enemigas: falleció de septicemia en el Mar Egeo, en el barco que lo transportaba rumbo a Galípoli, debido a la infección de la picadura de un insecto durante la travesía.
El tono de los restantes poetas es muy diferente. La cruda realidad de esta guerra –la primera en que se utilizaron armas químicas y la primera profusamente fotografiada y filmada, lo cual permitió ver sus atroces consecuencias– no daba para grandes arrebatos épicos. El que mejor plasmó su monstruosidad fue Wilfred Owen. Antes de ir a combatir era un poeta menor, sufrió neurosis de guerra y fue enviado al hospital militar de Craiglockhart, cerca de Edimburgo y allí conoció a Siegfried Sassoon que se convirtió en su mentor, un episodio retratado en la recomendable película Regeneration, basada en la novela de Pat Barker. Curado, Owen regresó al frente, donde escribió sus mejores versos, antes de morir cuando ya estaba a punto de firmarse el armisticio.
Los grandes poemas de las trincheras de Owen, como Extraño encuentro, Himno por los jóvenes malditos y sobre todo Dulce et Decorum Est, que describe la experiencia de los gaseados –“But someone still was yelling out and stumbling/And flound’ring like a man in fire or lime (Pero alguien todavía gritaba y se tambaleaba/como un hombre en llamas o cubierto de cal)”-, no son simple desgarro y mera denuncia, tienen una elevadísima calidad literaria. Benjamin Britten utilizó algunos en su War Requiem, compuesto en 1962 para la consagración de la catedral de Coventry, destruida durante la Segunda Guerra Mundial.
También murieron en el frente los menos conocidos Isaac Rosenberg, poeta y pintor, y Frances Ledwidge, que cayó en la batalla de Ypres, como el novelista de ciencia ficción William Hope Hodgson, autor de Los piratas fantasmas y La casa en el confín de la Tierra (novela que admiraba Lovecraft). De todos los poetas británicos caídos en la Gran Guerra, el mejor –aunque en puridad no es un poeta de las trincheras, porque no escribió sobre este tema– es Edward Thomas, que perdió la vida en Pas-de-Calais. Thomas, a quien el americano Robert Frost había animado a escribir poesía, construyó su obra en apenas ocho años y es el más digno heredero de la monumental poesía de Thomas Hardy. Su tema central es la naturaleza que, como en Hardy, da pie a la reflexión sobre la belleza, el tiempo y la pérdida; entre su no muy extensa producción destacan piezas como Adlestrop, 3 de marzo, Belleza, Preparando el heno, Álamos o Llueve –“The parsley flower/Figures, suspended still and ghostly white,/The past hovering as ir revisits the light (Las flores del orégano/suspendidas como blancos fantasmas,/el pasado que vuelve con la luz)”.
La brutalidad de la guerra fue plasmada por pintores británicos como Christopher Nevinson, que había militado en el vorticismo del fascista Wynham Lewis y tras las muertes que vio en el frente, donde actuó como sanitario, cambió de estilo y elaboró lienzos espectrales como Cosecha en la batalla y Senderos de gloria (ambos pueden verse en el Imperial War Museum de Londres) o Paul Nash, cuyos paisajes surrealistas al estilo De Chirico se transmutaron en lunares campos de batalla como el de We Are Making a New World (en el mismo museo). Sin embargo, la visión más impactante es la del gran retratista americano John Singer Sargent, entonces residente en Londres, que fue enviado por el British War Memorials Comitte a visitar el frente occidental en 1918, pasó por Arras e Ypres, y pintó el lienzo de grandes dimensiones Gaseados (también en el Imperial War Museum) cuyos cegados soldados en fila india emulan La parábola de los ciegos de Brueghel el Viejo.
De los poetas británicos que sobrevivieron a la guerra destaca Robert Graves, que fue herido de gravedad en la batalla del Somme (se llegó a informar de su muerte a sus padres). Fruto de la experiencia escribió su primer poemario del que después abjuró y sobre todo sus memorias, Adiós a todo eso, en las que las la guerra tiene un peso muy relevante. En Francia, Graves se hizo amigo de otro oficial de su regimiento, Siegfried Sassoon, que de una patriótica actitud inicial pasó a una postura antibelicista que refleja en poemas –de menor calidad que los de Owen– como Contraataque: “Lost in a blurred confusion of yells and groans/Down, and down, and down, he sank and drowned,/Bleeding to death. The counter-attack had failed (Perdido en la confusión de gritos y lamentos/Cayó y cayó y cayó hasta ahogarse/Sangrando hasta morir. El contraataque había fracasado)”. Escribió también las memorias noveladas Memorias de un oficial de infantería. En Benediction Terence Davies narra las vivencias bélicas de Sassoon, pero aborda también el sentido de culpabilidad de quien sobrevivió (Sassoon se encargó de la edición de los poemas de guerra de Owen) y sus dificultades para ubicarse acabada la contienda. La película retrata a un hombre desnortado, que trata de evadir su homosexualidad con un matrimonio infeliz y busca al final de su vida un sentido de redención en la conversión al catolicismo.
Es especialmente disfrutable para quien conozca bien el mundo británico de la época, porque está repleta de personajes históricos: empezando por Wilfred Owen, a quien conoció en el sanatorio escocés donde coincidieron; Robbie Ross, el amigo y albacea de Wilde (uno de cuyos hijos, por cierto, murió en la Gran Guerra), que fue quien consiguió evitar a Sassoon un consejo de guerra cuando se declaró pacifista y que lo enviaran al sanatorio como paciente de estrés postraumático; Graves, Lady Ottoline Morrel, Edith Sitvell, T. E. Lawrence, Geoffrey Keynes –el hermano cirujano y escritor de John Maynard Keynes–, el pintor Rex Whister, y los dos amantes de Sassoon, el popular cantante y compositor Ivor Morello (que también aparece en Gosford Park) y el aristócrata, socialite, poeta y caradura Stephen Tennant (cuyo hermano Edward murió en la Gran Guerra), que formó parte del grupo de los Brigh Young People con Rex Whistler, Cecil Beaton, los hermanos Sitwell, lady Diana Cooper y las Mitford (Nancy se inspiró en él para algún personaje de sus novelas y fue una de las fuentes de inspiración del Sebastian Flyte de Retorno a Brideshead Evelyn Waugh).
Davies es un cineasta especialmente adecuado para plasmar las complejidades de Sassoon, y de hecho no es la primera vez que se enfrenta a llevar a la pantalla la vida de un poeta. Lo hizo previamente con Emily Dickinson en Historia de una pasión (el título original, A Quiet Passion, es mucho más acertado), obra con una preciosista puesta en escena y atención a los detalles de época, en la que el cineasta ya demostró su capacidad de explorar otra psique compleja, la de la reservada escritora de Amherst. Davies empezó a explorar los conflictos interiores desde sus inicios como director, centrándose en sus propias vivencias y traumas –su infancia en Liverpool, su educación católica, su homosexualidad– en la llamada trilogía formada por los mediometrajes Children (1976), Madonna and Child (1980) y Death and Transfiguration (1983), en las que sigue el recorrido vital de un alter ego, Robert Tucker, a través de la infancia (un padre abusivo, acoso en el colegio), la mediana edad (con la madre enferma y la asunción de la homosexualidad) y la vejez (con la agonía del personaje).
Continuó indagando en este universo personal, centrado en una familia de clase obrera en el Liverpool de las décadas de 1940 y 1950, con un padre violento que falleció pronto, en el díptico formado por Voces distantes (1988), en la que la música tiene un papel relevante como catalizadora de la memoria, y El largo día se acaba (1992), en la que las películas que el niño ve en los cines del barrio son una evasión emocional de la crudeza de la realidad. El cineasta completaría esta exploración de su universo personal años después con el documental Of Time and The City (2008), sobre la transformación de la ciudad de Liverpool.
El resto de su obra son adaptaciones literarias en las que el amor imposible y los impulsos de libertad son temas centrales: adaptó a Kennedy Toole en La biblia de neón (1995), nueva mirada sobre la infancia; a Edith Wharton en La casa de la alegría (2000), sobre una mujer que trata de romper sus cadenas, y al escocés Lewis Grassic Gibbon en Sunset Song, un proyecto largamente acariciado, que por fin pudo rodar en 2015, y en el que, por cierto, también aparece la Primera Guerra Mundial. La mejor de sus adaptaciones literarias es la de la pieza teatral de Terence Rattingan The Deep Blue Sea (2011), de nuevo sobre un amor imposible y unas ansias de libertad que llevan al personaje femenino protagonista a una trágica decisión final.
EL dramaturgo había construido a este personaje, Hester Collyer, inspirándose en el suicidio de su amante (Rattigan, gay como Tennessee Williams, convertía –adaptándose a las convenciones de la época– en femeninos a personajes que tenían un origen masculino). La pieza de Rattigan –y la película de Davies– es una sutilísima reflexión sobre el deseo enfrentado a las convenciones. Rattigan sigue todavía hoy arrastrando la mala fama de dramaturgo demodé que le adjudicaron los Angry Young Men que revolucionaron el teatro británico entre finales de los cincuenta y principios de los sesenta y lo convirtieron en el paradigma del teatro caduco (como, en menor medida, hicieron con el comediógrafo Noel Coward).
Sin embargo, siendo cierto que algunas de sus obras no han envejecido bien, tanto sus mejores comedias –la temprana French Without Tears y después Harlequinade– como los grandes dramas de su plenitud creativa –La versión Browning (gran adaptación cinematográfica clásica de Anthony Asquith–, El chico Winslow (portentosa adaptación moderna de David Mamet) y The Deep Blue Sea– son piezas teatrales de impecable factura. ¿Qué queda en cambio de los Angry Young Men, con la excepción de Harold Pinter, que esquivó el realismo kitchen Sink para abrazar el absurdo más perturbador en piezas como La fiesta de cumpleaños, El cuidador o El regreso al hogar? Con su sensibilidad para adentrarse en las psicologías conflictivas, es lógico que Terence Davies se sintiera atraído por la obra teatral de Rattigan. Y, en el fondo, el personaje de Hester, su dolor, su sentido de culpabilidad, su transgresión imposible, su incapacidad de seguir adelante, no está tan alejado del tormento intenrior de Siegfried Sassoon que plasma en Benediction.