La prejubilación de Harry Bosch
El personaje creado por el escritor Michael Connelly es de lo mejor que se ha creado en el género policíaco, y ahora se refleja en una serie de Amazon
10 julio, 2021 00:00El atormentado Matt Scudder, protagonista de una larga serie de espléndidas novelas a cargo de Lawrence Block, nunca superó haber matado sin pretenderlo, durante una operación policial de resultados funestos, a la pequeña Estrellita Rivera, cuyo recuerdo le acompaña en todas sus aventuras y que fue el detonante para darse de baja en la policía de Los Ángeles e iniciar una difusa carrera de investigador privado. Algo parecido le ocurre a Harry Bosch, el personaje creado por el escritor Michael Connelly en 1992 con El eco negro, en la séptima y aparentemente última (hay rumores de que la serie continuará en otra plataforma que no es Amazon) entrega de sus aventuras televisivas.
En este caso, se trata de Sonia Hernández, una cría que muere en un incendio provocado porque la puerta de salida a la azotea estaba cerrada a cal y canto. Scudder y Bosch tienen muchos puntos en común, y el principal es su personal concepto de la justicia, que no suele tener mucho que ver con el institucional y no traga con conveniencias políticas o componendas de ningún tipo. Bosch ha tenido más suerte en el mundo audiovisual, pues la serie es excelente en su discreción: sin ponerse de moda ni constituir un fenómeno global ni un éxito arrollador de crítica o de audiencia, Bosch ha sabido construirse una audiencia fiel que ha dado, hasta el momento, para siete espléndidas temporadas (Scudder se ha tenido que conformar con un par de adaptaciones cinematográficas simplemente dignas y protagonizadas por Jeff Bridges, en Ocho millones de maneras de morir, y Liam Neeson, en Un paseo entre las tumbas).
Bosch, además, se ha quedado para siempre con la cara de Titus Welliver, uno de esos secundarios a los que por fin se les concede la oportunidad de demostrar lo buenos que son (y lo mismo puede decirse del resto del elenco, que acaba introduciendo un plus de confortabilidad en el espectador, que enseguida se acostumbra a ellos y los echaría de menos si desapareciesen de un día para otro).
Como Scudder, Bosch va envejeciendo en cada novela: su mujer asesinada ya solo es un recuerdo triste; su hija ya no es una niña y trabaja para Honey Chandler, alias Money por su amor al dinerito, una abogada que es, al mismo tiempo, la amiga y la némesis de nuestro hombre; su compañero de coche, J. Edgar, lleva su divorcio bastante mal y arrastra cierto complejo de culpa por haber ejecutado a un canalla para que no se saliera de rositas en la sexta temporada… En la séptima, Harry debe enfrentarse a un sistema corrupto (o posibilista) dispuesto a hacer la vista gorda con según quién en aras de un supuesto bien mayor. Y pasa lo que tiene que pasar, como ya decía la canción I fought the law --que cuenta con versiones a cargo de The Clash y Loquillo, entre otros--, que Luché contra la ley y la ley ganó. Por eso, en el último capítulo de la temporada, vemos a Harry presentando su dimisión en el LAPD y solicitando una licencia para ejercer de investigador privado, abriendo así una puerta que Amazon nos cierra en las narices y que puede que otra compañía reabra próximamente.
La muerte de Sonia Hernández no podía quedar impune para Harry, aunque ello le costara el cargo. Estrellita Rivera llevó a Matt Scudder al alcoholismo y a un desorden personal que, paradójicamente, era compatible para él con el orden social y la justicia humana. Afortunadamente para nuestro Harry, el alcohol no es un problema y sabemos, gracias a las novelas de Connelly, que conservará íntegras como detective privado las virtudes que le distinguieron en su vida profesional.
Teniendo en cuenta que la saga literaria de Harry Bosch lleva años flojeando (Connelly escribe demasiado y eso empieza a pasarle factura, lamentablemente), la serie de Amazon ha constituido un feliz reencuentro con un personaje que para algunos ha sido de lo mejor que ha dado el género policíaco en toda su historia. Ojalá sea cierto que va a encontrar acomodo en otra plataforma. Personalmente, empiezo a cruzar los dedos para que así sea.