Winstanley y Hobbes, sombra y guerra civil
El mensaje de igualitarismo de la Biblia ha germinado en un sinfín de obras artísticas, como el 'Leviatán' de Hobbes, la película 'Winstanley' o el 'Imagine' de Lennon
31 julio, 2020 00:00"La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común (...) No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el importe de la venta y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad". La cita pertenece a los Hechos de los Apóstoles y hoy poca gente la consideraría que obliga a hacer nada. Pero en 1649, en plena guerra civil inglesa, la Biblia era una más de las armas a empuñar. Y en su nombre un puñado de hombres encabezados por Gerrard Winstanley (1609-1676) decidió apropiarse de unas tierras situadas en la colina de Saint George, en el condado de Surrey, que habían sido comunales. Se dedicaron a cultivarlas y a repartir sus frutos. El ejemplo cundió y al poco tiempo el movimiento se había extendido a media docena de puntos en Inglaterra.
Se denominaban a sí mismos los verdaderos niveladores y eran una escisión por la izquierda de los niveladores (levellers, en inglés), formado en buena parte por miembros del ejército del Parlamento enfrentado a los realistas de Carlos I. La diferencia entre unos y otros es que los verdaderos (a los que pronto se empezó a llamar diggers, es decir, cavadores, aunque a veces se ha traducido por zapadores) cuestionaban el derecho a la propiedad privada de la tierra. Winstanley y sus muchachos duraron poco (cinco meses). Los propietarios contrataron a mercenarios y con la ayuda del ejército de Cromwell liquidaron el asunto. Pero quedó la memoria. Hay quien asegura que John Lennon escribió Imagine (imagine no possessions) pensando en la colina de Saint George.
En un sentido u otro, se reconocen en el movimiento diversos experimentos de socialismo agrario, no pocos anarquistas e incluso el movimiento okupa. Tanto es así que cuando en 1965 Kevin Brownlow y Andrew Mollo consiguieron convertir la historia en una película, uno de los personajes principales fue interpretado por Sid Rawle (dirigente, por decirlo de algún modo, de los okupas de Inglaterra y declarado libertario). El papel protagonista lo interpretó Milles Halliwell, de profesión maestro de escuela y muchos de los actores eran aficionados.
La película, basada en la novela Camarada Jacob, de David Caute, es vibrante en muchos momentos, a pesar de que se hizo con falta de medios. Los discursos de Winstanley se confeccionaron con fragmentos de sus arengas, muchas de ellas publicadas. La fidelidad histórica es asombrosa, incluso se llegó a pedir prestada una armadura a la Torre de Londres. El uso del blanco y negro añade dramatismo a no pocas escenas. Tuvo una distribución muy irregular y fue reeditada en DVD en 2009.
La Biblia era entonces cosa seria. A Carlos I le cortaron la cabeza y, durante una década, Cromwell gobernó como Lord Protector. Tras la reposición de la monarquía en Carlos II, la iglesia anglicana recordó que el rey lo era por derecho divino y no por contrato social. Se publicó entonces Patriarca, un librito de Robert Filmer (1588-1653) que pretendía demostrar que el rey de Inglaterra ocupaba el cargo por derecho de primogenitura que le llegaba por línea directa desde Adán y Eva. Parecerá una broma, pero un amigo de John Locke fue ejecutado acusado, entre otras cosas, de haber criticado la obra.
Filmer, al que Locke llama campeón del absolutismo, había nacido el mismo año que Thomas Hobbes, a quien muchos consideran también un teórico absolutista. Hobbes tuvo buen cuidado en no provocar a la iglesia, de modo que su Leviatán consta de cuatro libros. En los dos primeros expone sus teorías hasta llegar a la formación del Estado, fruto del pacto entre iguales. En los dos últimos trata de demostrar que todo está de acuerdo con los textos bíblicos. No engañó a nadie. En vida no se metieron con él, entre otros motivos porque gozaba del favor del rey Carlos II al que había dado clases de matemáticas durante el exilio de ambos en París. Pero días después de su muerte, los estudiantes de Cambridge quemaron sus libros por considerarlo irreverentemente ateo.
Si ver Winstanley es un ejercicio de nostalgia, leer el Leviatán exige desprenderse de prejuicios. Se atribuye a Hobbes defender el poder absoluto de los gobiernos, basándose en el consentimiento de los ciudadanos. El Estado se forma por la decisión de abandonar un estado de naturaleza donde se da la guerra de todos. Hobbes nunca creyó, ni por supuesto afirmó, la existencia histórica de ese hipotético estado natural. Su tesis era sencilla. Si se acepta que todos los hombres son iguales (en apetencias y deseos), habrá que aceptar que apetecen los mismos bienes, que son más bien escasos. El resultado es la competencia por ellos. Una competencia que dirime el uso de la fuerza, lo que provoca incertidumbre y miedo.
La forma de evitar ese miedo es el pacto. Los ciudadanos renuncian a su derecho al uso de la violencia y lo ceden al Estado, con el objetivo de que garantice el cumplimiento de lo pactado y dé seguridad a la vida. Ahora bien, el estado natural acecha: en cualquier momento se puede producir un estallido violento que genere un conflicto civil. Ése es el verdadero estado de naturaleza. Hobbes lo sabía: lo había vivido en Inglaterra. De ahí que dedicara el Leviatán a Cromwell: al menos bajo su mandato había seguridad. Ahora bien, el gobernante tiene que cumplir con sus funciones, en caso contrario, la población recupera su derecho a defender su vida y propiedades que, en su opinión, son el medio que garantizan su subsistencia. De haber estado en Inglaterra Hobbes hubiera condenado la ocupación de tierras de los diggers, pero señalando el uso de la fuerza por los terratenientes como prueba de lo que ocurre cuando cualquiera puede tomarse la justicia por su mano.
La lectura del Leviatán tiene una segunda virtud, ésta de tipo estilístico: es muy claro. Había caído en manos de Hobbes un ejemplar de los Elementos, de Euclides, y lo abrió por la página en la que formula el teorema de Pitágoras. “No puede ser”, se dijo. Fue hacia atrás y se dio cuenta de que, si asumía los axiomas y definiciones que al principio proponía el geómetra griego, no podía dejar de aceptar lo que deducía y concluía. De modo que pensó el Leviatán como un tratado sobre la política, hecho con la precisión de Euclides y en el que se describiera el comportamiento social con leyes similares a las formuladas por Galileo sobre el comportamiento de los cuerpos. De hecho, aprovechó uno de los viajes al continente para llegarse hasta Italia y conversar con él. Hobbes escribió mucho, incluidas dos autobiografías. En una de ellas asegura que él era “hermano del miedo”, pues su madre lo parió del susto que tuvo al saber de la amenaza de la Armada invencible. Una hermandad que le sirvió de base para su política: un intento racionalista de vencer el temor y la incertidumbre.
La lectura del