
'Tardes de soledad': Albert Serra y la verdad de la tauromaquia
'Tardes de soledad': Albert Serra y la verdad extrema de la tauromaquia
El documental del director catalán, hecho con una mirada despojada, limpia y concentrada en lo esencial de la fiesta, descubre como nunca se había visto en cine toda la mitología de belleza, dolor, crueldad y muerte, del arte de la lidia
“Hoy has toreado con verdad” le dice uno de los miembros de su cuadrilla al diestro Andrés Roca Rey. Sea lo que sea lo que signifique exactamente la frase, diría que es aplicable a Tardes de soledad de Albert Serra (Banyoles, 1975): una película que aborda la tauromaquia con verdad.
Como hace ya tiempo que el debate sobre la lidia en España se ha politizado, parece que la obligación de todo el mundo antes de hablar de este largometraje es posicionarse como taurino o antitaurino. La lectura más inmediata -y la más banal- que se va a hacer de esta película va a partir de esta perspectiva. Ya está ocurriendo, con un resultado bien curioso: la utilizan como arma arrojadiza los dos bandos. Para unos demuestra que el toreo es un arte y ensalza sus virtudes plásticas, mientras que para los otros pone en evidencia en toda su crudeza la bárbara crueldad de la fiesta.

'Tardes de soledad': Albert Serra y la verdad de la tauromaquia
Abordar la película según estos criterios es un error, porque la propuesta cinematográfica los trasciende. Serra no juzga, muestra. Su aproximación no es ni política, ni sociológica, ni folclórica, ni moral (mucho menos moralista). Su mirada es antropológica. Le interesa la tauromaquia por motivos muy similares a los que sedujeron a pintores como Picasso y Barceló. Por el rito, por lo atávico, por la vinculación -primaria y acaso sagrada- con la muerte y el sacrificio, por el misterioso vínculo que se establece entre el toro y el torero en una suerte de danza pagana. La película añade unas gotas de absurdo reflejado con ironía y el juego con la reiteración y la extensión de los tiempos como modo de incordiar al espectador que son marca de la casa del director.
Esta es su primera incursión en el documental y esto significa un abordaje distinto de otro elemento clave en su propuesta estética: la improvisación. Aquí elevada a su máxima expresión, porque no hay modo de prever ni controlar lo que sucede. Si con los actores puede jugar a descolocarlos y buscar así reacciones inesperadas, aquí de lo que se trata es de atrapar la magia que puede surgir en el momento más inesperado. En este caso, solo una vez terminada la filmación, durante el proceso de montaje consigue el director asumir el control de su material para manipularlo.

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Nada tiene que ver su acercamiento a la tauromaquia con el de documentales precedentes como Torero (1965), rodada en México por el exiliado español Carlos Velo o Arruza (1972), la última película del norteamericano Budd Boetticher -el rey de los westerns de serie B protagonizados por Randoph Scott-, también rodada en México, con el diestro Carlos Arruza. Serra prescinde de voz en off narrativa, de entrevistas o declaraciones, de banda sonora invasiva (hay unas pocas puntualizaciones musicales muy sobrias, entre las que destaca el uso en un par de ocasiones del Vals triste de Sibelius).
La mirada del cineasta es despojada, limpia, concentrada en lo esencial, en lo nuclear de la tauromaquia. Toma en este sentido una decisión formal muy relevante: excluye al público, que solo está presente como un extraño -casi desconcertante- fondo sonoro, con sus gritos, vítores y abucheos. Hay incluso un momento en el que por un desliz -que se dejado en el montaje final- que nos confirma la metódica aplicación de este criterio: el operador de cámara se percata de que está saliendo en cuadro el público y de inmediato, con un movimiento brusco, corrige el encuadre. Lo que se consigue de este modo es un resultado que oscila entre la realidad y el mito, porque lo que vemos podría haber sucedido ayer mismo o remontarse a rituales atávicos de nuestros ancestros.

'Tardes de soledad': Albert Serra y la verdad de la tauromaquia
No trata la película de explicarle al público no versado los detalles del desarrollo de una corrida. El montaje -que aísla, desordena y repite escenas- tiende a alejarse de cualquier tentativa aclarativa. La atención se concentra en la interacción del torero -y su cuadrilla- con el toro. A ello se suman escenas del diestro vistiéndose y preparándose en la habitación del hotel con la ayuda de su apoderado -un minucioso rito- y otras de la cuadrilla en la furgoneta que los traslada desde o hasta la plaza. No se aprovechan sus conversaciones con intenciones didácticas. Serra explora en los cortes del vehículo que elige los silencios -punteados por diálogos lacónicos y en ocasiones crípticos- y sobre todo la mirada perdida y las muecas en el rostro del torero que acaba de abandonar el coso triunfador o magullado.
Son las intervenciones de la cuadrilla -en la plaza y en la furgoneta- las que relajan la trascendencia de la soledad del torero -en la habitación o frente al toro- e introducen cierta comicidad en la exacerbación de la masculinidad y la idolatría al diestro. Se oyen muchos “cojones”, muchos “maestro” y elogios y piropos desmedidos, tal vez un modo de descargar la tensión que viven.

'Tardes de soledad': Albert Serra y la verdad de la tauromaquia
Sin embargo, lo nuclear del largometraje es la confrontación -en esas tardes de soledad compartida- del toro y el torero en una danza extrema, con una perturbadora mezcla de belleza y dolor. Lo que magnetiza a Albert Serra de la tauromaquia es su condición ancestral. En una sociedad contemporánea que transmuta simbólicamente o trata de desactivar -banalizándola o estilizándola- la violencia y la muerte, el coso taurino es el último escenario en el que se exhibe en toda su radical crudeza.
El toreo es por tanto una anomalía, una transgresión, un remanente atávico en una sociedad que ha sustituido el circo romano por el estadio de fútbol, la matanza del cerdo por la asepsia alejada del ojo público de los mataderos, y que trata de rehuir el desgarro de la violencia y la muerte reales banalizándolas -en la saturación de los telediarios o los videojuegos- o estilizándolas -en el cine de acción.

'Tardes de soledad': Albert Serra y la verdad de la tauromaquia
En Tardes de soledad la violencia y la muerte son muy reales. Hay sangre, mucha sangre: se escurre por el lomo alanceado del toro, la escupe el animal por la boca, mancha la cara del torero tras una cogida. Y cuando este se saca el traje de luces en el hotel, la ropa está empapada en sangre. Por eso, si con algún documental tiene un vínculo esta película es con el cortometraje de Georges Franju La sangre de las bestias (1949), rodado entre las calles suburbiales y el matadero de París.
Serra no elude ni elide, no estiliza o embellece con el uso de la cámara lenta o la banda sonora. Muestra. Nunca se había filmado de forma tan directa y despojada la muerte del toro: la cámara atrapa el instante del tránsito entre la vida y la muerte en un ser sin conciencia. Somos testigos -privilegiados, cautivados, transidos- de la agonía del animal. Vemos cómo se desploma, cómo boquea, cómo se le vidrian los ojos, como apaga su mirada y se rinde a la muerte. Hay algo primario, acaso trascendental y sagrado; un atisbo de lo sublime -belleza y terror- de los románticos. Después, cuando la vida ha abandonado al animal, este es tratado con indiferencia y hasta desprecio. Los operarios de la plaza lo atan a un arrastre de mulas que sin dignidad alguna lo sacan del coso, dejando en la arena un rastro de sangre.

'Tardes de soledad': Albert Serra y la verdad de la tauromaquia
Las cámaras de Serra captan también varias cogidas, entre las que hay una de una de gran impacto, por lo sorpresiva que resulta y por su brutalidad, cuando un toro aplasta a Roca Rey contra la barrera. La película se ha rodado siguiendo el método habitual del director de utilizar tres cámaras; en este caso alguna más en algunos momentos para no perder detalle. En las escenas de la furgoneta la cámara graba sin operador, para no ser intrusiva y que los protagonistas se comporten con naturalidad.
Desde el punto de vista estético la propuesta tiene dos puntos fuertes. Por un lado, las imágenes tomadas con zoom producen una inusual sensación de cercanía -la cámara logra atrapar lo que al ojo humano le pasa desapercibido- y aíslan a toro y torero del entorno. Nunca se ha visto con tanto detalle la mirada del toro, los gestos retadores del torero y su rostro que se transmuta en una expresión extática. Serra pasa de unas primeras tomas más abiertas, que permiten ver el desarrollo de la faena, a planos cada vez más cerrados que tienden casi a la abstracción, y logra encuadres arrebatadores. Y, en segundo lugar, hay que destacar el uso prodigioso del sonido, que logra convertir en un fondo casi abstracto el griterío del público y aislar la respiración del animal y las conversaciones de la cuadrilla.

'Tardes de soledad': Albert Serra y la verdad de la tauromaquia
Rodar hoy en España un documental sobre la tauromaquia puede verse como un gesto provocador. Serra se siente cómodo en este tipo de desafío: sus películas pueden gustar o repeler, pero no admiten la indiferencia. Sin embargo, la provocación de Tardes de soledad va más allá del combate político que envuelve a la lidia. Está vinculada con las exploraciones estéticas del cineasta y su empeño en adentrarse en aquello de desborda la normalidad burguesa, en el tabú. Pese al salto al documental, esta película se mueve en territorios paralelos a los de la seducción y el vampirismo de Historia de mi muerte, los de la ritualización de la agonía del rey que es también hombre en La muerte de Luis XIV y los del despliegue de las perversiones de los libertinos de Liberté.
Tardes de soledad es algo más que un simple documental sobre la tauromaquia, porque forma parte de la obra de un director singularísimo, cuyo empeño es construir un cine hipnótico -somnífero, dirán sus detractores- que parece más conectado con ciertas propuestas de las vanguardias plásticas y de la literatura clásica que con los códigos narrativos y los planteamientos visuales del cine mainstream. Aunque ya haya dejado atrás la marginalidad -el underground- de sus inicios, la suya sigue siendo una carrera excéntrica y subversiva en el panorama del cine español.