El salón de Barcelona
El cómic sigue vivo, ahora en la Estación de Francia, aunque los años que más disfruté fueron aquellos en los que estuvo al frente del invento mi viejo amigo Joan Navarro, compañero de tantas batallas humanas e historietísticas
6 mayo, 2024 09:52Cada año, cuando se celebra el Salón del Comic de Barcelona, dudo entre visitarlo o quedarme en casa. Depende de mi estado de ánimo. Si me he levantado italiano y musical, como decía James Bond, es muy probable que me acerque a la plaza de España y entre en el recinto ferial, donde suelo cruzarme con algún superviviente de mis años de entrega a la causa. Si me he levantado con el pie izquierdo, la excursión down memory lane se me antoja un ejercicio de inútil nostalgia y me pregunto: “¿Pero qué pintas tú ahí?”. En esas ocasiones, me siento como un jubilado de esos que se presentan en su antiguo lugar de trabajo a molestar a los que siguen en activo y opto por saltarme una celebración que ya no es la mía.
El Salón del Comic de mi ciudad nació en 1981, una época de esplendor en la industria de la historieta: había revistas a cascoporro, Josep Toutain estaba hecho un potro, Norma empezaba a cortar el bacalao, acababa de nacer El Víbora y no faltaba mucho para que Rafa Martínez nos financiara el Cairo a Joan Navarro y sus amigos y conocidos. Nos creíamos que habíamos conseguido estabilizar la industria del comic y nadie pensaba que, unos años después, todas las revistas mensuales se hundirían una tras otra, los mangas japoneses se unirían a los súper héroes norteamericanos para copar la mayor parte del mercado y la normalización de la historieta como producto cultural, que dábamos por hecha, pasaría a mejor vida y volvería a su estado natural: los bajos emolumentos, la precariedad y el quiero y no puedo. Obtuvimos, eso sí, la respetabilidad social. Si eso no venía acompañado de unas ventas decentes, pues qué se le iba a hacer. Hoy día, se publica más que nunca, pero se pueden contar con los dedos de las manos los autores independientes que llegan tranquilamente a fin de mes.
Pero esos nubarrones ni se vislumbraban en 1981, cuando conseguimos que se celebrara en Barcelona un salón en la línea del de Lucca (creado en 1966) o el de Angulema (nacido en 1974 y que tanta envidia nos daba con Navarro cuando lo visitábamos. Aunque he olvidado muchas cosas de los inicios, sí recuerdo que la cosa no fue un largo río tranquilo. Como en todos los mundos pequeñitos (cuanto más pequeños, peor), la familia del comic, disfuncional a la postre, no se acababa de poner de acuerdo en nada. Milagrosamente, la cosa llegó a buen puerto y lleva ya más de cuarenta ediciones (solo dejó de celebrarse los años 1986 y 1987 por problemas de presupuesto). Por motivos lógicos (la amistad, el entusiasmo, el sentirse parte de algo y esas cosas), los años que más disfruté fueron aquellos en los que estuvo al frente del invento mi viejo amigo Joan Navarro, compañero de tantas batallas humanas e historietísticas (de 1988 a 1994), aunque me lo había pasado muy bien en las ediciones anteriores, cuando parecía que Cairo iba a alguna parte que no fuese acabar mal con Rafa Martínez, nuestro benefactor de Norma Editorial, como así fue.
Culturalmente vivo
En aquellos años, cuando llegaba el Salón del Comic, uno no dudaba en si asistiría o no. Durante cuatro días, uno vivía en el Salón y se pasaba la jornada hablando con los amigos, tomando cañas, comiendo en grupo, cenando con Navarro y compañía e ingiriendo alcohol hasta las tantas. El Salón era un hogar lejos del hogar y, prácticamente, mejor que el hogar. Ingenuamente, creías formar parte de algo que te encantaba y por lo que habías luchado (modestamente) durante años. Conocías a autores extranjeros, elaborabas planes a menudo irrealizables, te cruzabas con algún dibujante con el que tal vez acabarías colaborando y te sentías cultural y socialmente vivo. Cosas de juventud, en fin.
Después de Navarro, vinieron otros directores: Carles Santamaría, el tándem Marta Sierra & Toni Guiral, Jordi Sánchez, Pilar Gutiérrez…El Salón conoció diversas sedes: la Feria de Barcelona, las Atarazanas, el Born, la estación de Francia (donde sigue a día de hoy). Se hundieron las revistas y llegaron las vacas flacas, mientras el comic seguía escalando puestos en la respetabilidad social y se patentaba el término “novela gráfica” (sacado del americano graphic novel) para dignificar a los tebeos de toda la vida, como si hiciera la menor falta. Después de Cairo, Navarro creó la editorial Complot, se sacó de la manga una revista llamada Viñetas (que no duró mucho), se hizo con la delegación española de la francesa editorial Glenat, fundó EDT (Editores de Tebeos) y se arruinó: poco a poco, fui llegando a la conclusión de que nuestro tiempo había pasado y nos estaban echando amablemente de la gran familia disfuncional del comic.
Pero, como se dice en estos casos, fue bueno mientras duró.