Parte inferior del cuadro 'Blue Flower' de Georgia O'Keeffe, de 1918, en el Georgia O'Keeffe Museum / okeeffemuseum.org

Parte inferior del cuadro 'Blue Flower' de Georgia O'Keeffe, de 1918, en el Georgia O'Keeffe Museum / okeeffemuseum.org

Artes

La pintura genital de Georgia O’Keeffe

Flores sensuales que, a diferencia de Balthus o Corbet, no invitan a mirar sino a ver, entender, descubrir, amar

9 mayo, 2021 00:00

Nada tan oportuno y tan actual como la pintura de Georgia O’Keeffe (1887-1986), que ahora, aunque con mascarilla y reservando hora, puede verse en una muy representativa exposición en la Thyssen; oportuna no por su matizada y original paleta de color, ni por la originalidad del punto de vista (sobre flores, paisajes desérticos de Nuevo México, aglomeraciones de casas de adobe, escorzos extraños de los rascacielos de Nueva York entre los que asoma el cielo, ríos serpenteando por la tierra, o el icónico cráneo de res suspendido en el aire sobre un paisaje), ni por su luz, sino porque su acercamiento de tipo venerante y casi místico a la naturaleza (“pintar es rezar”: Balthus), y por su condición femenina (“orgullosamente femenina” dirían acaso algunas, algunos y algunes) --a la que ella negaba cualquier sentido relevante pues, hija de su tiempo, tenía la ambición de ser buena entre todos los artistas, no entre “las” artistas, lo que le parecería lo mismo que jugar en un división inferior-- la hacen tan como a propósito para este momento del siglo.

Contemplación venerante y activa de la naturaleza, postulando la atención, que desemboca lógicamente en una invitación al “cuidado”, ya que con la naturaleza, como con casi todo en el mundo, “conocerla es amarla”... Y “empoderamiento”, “visibilización” o “reivindicación” de la mujer y de su voz, superando la cosificación o el paternalismo: bienvenidos a los años veinte del siglo XXI. El nuevo tiempo de O’Keeffe.

Vemos las flores que la artista americana pintaba como espléndidos y armoniosos y bellos (con perdón por la palabra) logros artísticos y también como imponentes manifiestos. A diferencia de la tradición G.O, decidió pintarlas grandes, ocupando todo el lienzo, desprovistas de un fondo que distrajese la mirada de ellas: “Una flor es relativamente pequeña. Todo el mundo tiene muchas asociaciones con la flor, con la idea de las flores. Extiendes la mano para tocar la flor. Te inclinas para olerla. Quizá la tocas con los labios sin casi pensarlo. O se la das a alguien como un regalo. Pero aún así, de alguna manera, nadie ve la flor de verdad --es tan pequeña--, no tenemos tiempo, y verla requiere su tiempo, igual que tener un amigo lleva tiempo… De manera que me dije: pintaré lo que veo, lo que la flor es para mí, pero la pintaré grande y se van a sorprender tomándose el tiempo necesario para mirarla. Voy a hacer que cada ocupado neoyorquino tome tiempo para ver lo que yo veo en las flores. Voy a hacer que te tomes tiempo para mirar lo que yo vi...”

Paisaje de Black Mesa, Nuevo México, 1930 / GEORGIA O'KEEFFE MUSEUM

Paisaje de Black Mesa, Nuevo México, 1930 / GEORGIA O'KEEFFE MUSEUM

Lo que vemos en la flor son el interior de la genitalidad femenina, vulvas, en una manera que no es la del voyeur de Gustave Corbet en El origen del mundo, o sea descubierta por la mirada bajo la sábana --un cuadro pintado para esconderse, como las alegorías que le pintó Tiziano al Felipe II joven o la Maja desnuda de Goya--, ni la vulva impúber, sadomasoquista y conscientemente provocadora, de la Lección de guitarra con la que Balthus calculaba que causaría escándalo, se haría un nombre y ganaría dinero, como así fue. En las flores silenciosas, en las flores absolutas de O’Keeffe, que hace casi un siglo también chocaron al aficionado neoyorquino, que sentía una leve incomodidad y sopesaba si aquella imagen tan gloriosamente bella representaba lo que a él le parecía que estaba viendo o si era que su mente era calenturienta, no solo no hay escándalo sino que la artista negaba insistentemente esa asociación flor-vulva. Lo cual es absurdo, por otra parte. Flores sensuales de O’Keeffe, que a diferencia de Balthus o Corbet no invitan a mirar sino a ver, entender, descubrir, amar. Que es lo que hace la pintura con el mundo.