El extraordinario legado de O’Keeffe
El museo Thyssen inaugura 'Georgia O’Keeffe', una amplia retrospectiva de la gran pintora moderna norteamericana fascinada por las formas y los colores
25 abril, 2021 00:00“Rara vez uno se toma el tiempo para ver realmente una flor. La he pintado lo suficientemente grande para que otros vean lo que yo veo”, dijo en cierta ocasión O’Keeffe (Wisconsin 1887-Nuevo México 1986) en referencia a los que son seguramente los lienzos más reconocibles de su excepcional obra. Su fascinación por las formas y los colores que nos regala la naturaleza fue siempre una constante a lo largo de la extensa trayectoria de esta artista, considerada como una de las máximas representantes del arte norteamericano del siglo XX.
El museo Thyssen-Bornemisza le rinde homenaje a través de una ambiciosa retrospectiva que recorre una prolífica carrera de más de seis décadas. Una tarea que la pandemia no ha puesto nada fácil a los organizadores ya que 85 de las aproximadamente 90 piezas que se exhiben proceden de museos y colecciones internacionales, la gran mayoría del Georgia O’Keeffe Museum de Santa Fe, una circunstancia que ha planteado serios problemas de logística. Las otras cinco pertenecen al museo Thyssen, la institución con más obras de la pintora fuera de EEUU.
La muestra se concibe como un paseo cronológico y temático por el magnífico legado de uno de los grandes iconos artísticos del siglo XX. Una mujer de fuertes convicciones, adelantada a su tiempo, además una artista reconocida y muy valorada que vivió y pintó con absoluta libertad.
Una musa de la modernidad arraigada a la tierra
“No puedo vivir donde quiero, no puedo ir a donde quiero, no puedo hacer lo que quiero. Incluso durante mi formación artística me enseñaron a evitar pintar como quiero. Por eso decidí que sería estúpido no pintar al menos como quiero y decir lo que necesito decir en pintura y que únicamente me concierne a mí, que es exclusivamente asunto mío”. Marta Ruiz del Árbol, comisaria de la muestra, esboza con estas palabras de la propia Georgia el espíritu que definió su vida y su obra.
Nacida en el último tercio del XIX en Sun Prairie (Wisconsin), en una granja de la América profunda, nada hacía presagiar que su futuro discurriría por un derrotero bien distinto, el artístico. Con un estilo que siempre fluctuó entre la figuración y la abstracción, la transcendencia de la obra de O’Keeffe está aún por descubrir. Ella fue pionera de las corrientes artísticas de vanguardia durante las primeras décadas del XX en los Estados Unidos, un hecho que la encumbró como una de las figuras más relevantes de la modernidad estadounidense, además de convertirla en un potente referente para futuras generaciones de mujeres artistas.
Su genuino catálogo visual está indisolublemente unido a sus orígenes rurales. La naturaleza luce omnipresente en el conjunto de su trabajo: los cuadros de granjeros recuerdo de su infancia, los paisajes del lago George y los de Nuevo México, las gigantescas flores que la hicieron célebre entre los círculos artísticos norteamericanos, también en las perspectivas a vista de pájaro fruto de los paisajes contemplados desde el avión o, incluso, en sus rascacielos del Nueva York de los años 20, en los que unas arquitecturas entregan el protagonismo a las nubes, a la luna, en definitiva, a los cielos. “Hay algo inexplicable en la naturaleza que me hace sentir que el mundo es mucho más grande que mi capacidad de comprenderlo, e intento entenderlo tratando de plasmarlo. Se trata de encontrar la sensación de infinito en la línea del horizonte o simplemente en la próxima colina”, declaraba O’Keeffe en 1976.
Viajes, paseos y souvenirs
Apasionada e infatigable viajera, primero por su país y durante el último tercio de su dilatada vida por el resto del mundo, su curiosidad le animaba a explorar los nuevos territorios dando largos paseos que aprovechaba, de paso, para recolectar todo tipo de objetos: huesos de animales muertos, trozos de madera, rocas, conchas, flores, hojas… una suerte de souvenirs orgánicos que luego trasladaría a sus pinturas. “Es la manera que ella tiene de introducir la naturaleza en su estudio”, apunta la comisaria. Algunas de estas obras, como los primeros planos de las flores o las conchas, constatan la influencia que ejercieron sobre ella numerosos fotógrafos como Paul Strand y Alfred Stieglitz, su pareja. Se reafirma así en la convicción de que la fotografía tiene relevancia en el arte. “Creo que parte de la fotografía que se está haciendo hoy día en América está más viva, es más vital que la pintura”, escribió en cierta ocasión.
En 1929 realizó un viaje a Nuevo México que le cambiaría la vida. Allí pasó muchos veranos hasta que en 1945 se instaló definitivamente en el pueblo de Abiquiú. Allí se sentía realmente a gusto rodeada de espectaculares valles y cañones, de colores tan asombrosos que parecen irreales pero no lo son. “Cuando llegué a Nuevo México supe que era mío. En cuanto lo vi supe que era mi tierra. Nunca había visto nada así, pero encajaba conmigo exactamente”.
Fue posiblemente entonces donde comenzó su interés y fascinación por la cultura hispánica. Sus símbolos, su religión, un hecho que la llevó a viajar a España en 1953 y 1954. La idiosincrasia, las fiestas y el folklore español le fascinaron. Especialmente impactante fue su visita al museo del Prado. Los maestros antiguos y sobre todo los cuadros de Francisco de Goya motivaron que regresara al año siguiente porque según decía había “pinturas en el Prado que sentía que tenía que volver a ver”. Quizás los visitantes que contemplen su obra sucumban a la misma necesidad.
Tras Madrid, la retrospectiva viajará al Centro Pompidou de París y a la Fundación Beyeler de Basilea, dos prestigiosas instituciones que han contribuido a la organización de esta imprescindible muestra.