Piet Mondrian / DANIEL ROSELL

Piet Mondrian / DANIEL ROSELL

Artes

Piet Mondrian, la línea de la modernidad

El pintor, objeto de atención en el Reina Sofía y la Juan March, fue un creador de perfil contradictorio: buscó la pureza pero sus obras se venden como objetos de consumo

19 diciembre, 2020 00:10

En los días en que París descubrió que la modernidad comenzaba por un ángulo, por el esguince de un violín, por un periódico descompuesto o por las cuatro esquinas de una manzana, Piet Mondrian ya se encendía los cigarros con un carbón de admiraciones a escasa distancia de Pablo Picasso y Georges Braque. Era 1912, era 1913. En el número 26 de la Rue du Départ, en el barrio de Montparnasse, donde se fregaban los suelos con petróleo, aquel calvinista de rígidas costumbres –que se alistaría en la teosofía y el espiritismo de la mano de Madame Blavatsky, y que se entregaba al foxtrot y al charlestón con pasos muy locos– fundaba una nueva galaxia del arte en los límites de la geometría, usando apenas las líneas rectas y los colores básicos. 

“En las artes plásticas, la realidad sólo puede expresarse a través del equilibrio del movimiento dinámico de la forma y el color. Los medios puros (limpios de funcionalidades de representación) ofrecen la forma más eficaz de conseguirlo”. A esta idea se entregó Mondrian (Amersfoort, Países Bajos, 1872-Nueva York, 1944) a lo largo de su vida con una obsesión carnívora. En torno a ella levantó su poética de silencio, la fragilidad rotunda de sus trabajos, lentos surtidores de misterio. Si en su obra desarrolló un alfabeto de enigmas espejeantes, en su vida prefirió un perfil más discreto, que no da lugar a demasiados excesos: estudió magisterio, gozó de un buen nivel de vida, vestía de forma impecable y frecuentó con asiduidad amigos y mujeres.

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Tres de las famosas composiciones de Mondrian, en el Museo Reina Sofía de Madrid. / MNCARS

De lo que, sin embargo, no hay duda es de que Mondrian concibió la pintura como un trallazo inexpugnable. Y a ella se dedicó desde su juventud, haciendo pie en la tradición figurativa de la pintura flamenca para inmiscuirse después en el cubismo y desembocar finalmente en una propuesta más radical: un arte abstracto basado en las relaciones entre formas rectangulares, planos de color y líneas rectas. En concreto, la combinación de los tres colores primarios (rojo, azul y amarillo), los tres neutros (blanco, negro y gris) y las dos direcciones básicas (horizontal y vertical). Aunque, además de perseguir la fórmula de la belleza, estaba también empeñado en desbordar el espacio pictórico y llevar la influencia de sus creaciones al espacio vivo y real. 

Así, llegó al neoplasticismo como quien se adentra con naturalidad en el océano de la vanguardia, sin forzar el paso. La pintura se vería, pues, lanceada por él, concebida a partir de entonces desde una dimensión que traspasaba los lenguajes al uso para habitar otro alfabeto, el de sus lienzos geométricos, condensados en un pensamiento con dinamita formulado hacia 1914: “El arte es superior a la realidad y no tiene una relación directa con ella”. A la misma diana, aunque desde miradores distintos, disparaban también Vasili Kandinsky y Kazimir Malévich, quienes iban a la búsqueda de un logro inédito y paradójico: evocar lo invisible a través de lo invisible. En el fondo, daba igual si se trataba de la emoción, la sensación pura o el ideal de belleza.

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Dos visitantes observan una obra inacabada de Mondrian, New York City, 3 / MNCARS

A esa pureza radical del arte que persiguió en vida le siguió, a raíz de su fallecimiento,  una insólita reproducción de sus creaciones con ánimo comercial. Sus características tramas, sobrias, elegantes, avivadas con una nota de color, llegaron a la arquitectura, la decoración, el diseño y la moda. El modisto Yves Saint Laurent presentó en 1965 una colección inspirada en los característicos patrones del artista neerlandés, pero también su arte racional y geométrico acabaría inspirando sillones, frigoríficos, material de papelería, Tantas veces se han reproducido sus sobrias y elegantes cuadrículas que resulta hoy complicado medir con exactitud su aportación al arte contemporáneo, donde la crítica lo ha situado en lo más alto del podio junto a Picasso y Duchamp.   

Podría decirse que Mondrian es, en cierta medida, un pintor con contorno mítico. Su sombra sobrevuela buena parte del arte de los siglos XX y XXI, aunque, a veces, esté a lo lejos o en las alturas. Valorado, por lo general, por su ánimo de búsqueda y su parada definitiva en un sobrio código estético, acaso su más rabiosa actualidad se encuentre en el interés que siempre mostró por experimentar cómo se relacionaban sus cuadros con el espacio y con el público. En este sentido, a menudo, separaba la tela levemente del marco con la idea de que la superficie pictórica irrumpiera en la estancia o volteaba los lienzos para convertirlos en rombos con la intención de cuestionar la perspectiva tradicional y provocar el desconcierto entre los espectadores.

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Composición número 2, de 1913, donde se reflejaba la evolución de la obra del artista / MNCARS

Existen razones de peso para afirmar que Mondrian, un héroe en las artes visuales, es el artista moderno por antonomasia”, ha asegurado Hans Janssen, comisario de la exposición Mondrian y De Stijl que le dedica ahora el Museo Reina Sofía de Madrid. Se trata de un buen argumento para conocer realmente quién fue, qué misterios atesoraba, qué fascinación le hizo situarse en el jardín ficticio que alberga a los mejores artistas del siglo XX. De ese hechizo da buena cuenta la exportación de los gestos y modales del movimiento que él capitaneaba a Europa y Estados Unidos, lógicamente, pero también a Latinoamérica, donde es posible hallar ecos suyos en los trabajos de Lygia Clark, Hélio Oiticica, César Paternosto, Jesús Soto, Juan Melé y Carlos Cruz-Díez, entre otros. 

Este mismo enigma recorre la primera exposición digital de la Fundación Juan March, El caso Mondrian, que planea sobre la muestra que esta misma institución cultural dedicó al artista allá por 1982, sacando a la luz las paradojas que aún le rodean. La propuesta virtual –diseñada por Manuel Fontán del Junco– indaga en algunas de sus contradicciones, como la pureza radical del arte que practicó en vida y su increíble vulgarización post mortem; la conjunción de un arte geométrico y racional, casi científico, con sus creencias espiritistas y teosóficas, y, por último, su relación con las dos formas artísticas más inmateriales, la música y la danza –o el baile, en su caso, que practicaba con asiduidad en los salones de París y en los locales de Nueva York–. 

Mondrian4Composición en rombo con ocho líneas y rojo (1938)  / MONDRIAN / HOLTZMAN TRUST / MNCARS

Cabe concluir que, si bien domesticado hoy por la reproducción incansable de sus creaciones, a Mondrian se le puede atribuir el mérito de asentar un lenguaje personal, cada vez más austero y sintético, por donde fue haciendo cabotaje sin olvidar las raíces de la pintura flamenca, las claves del simbolismo y la sacudida del cubismo, aliviando de color sus trabajos, investigando, depurando las composiciones. A las inesperadas naranjas que abren la exposición de Mondrian y De Stijl del Reina Sofía sigue una lista de retratos, flores, paisajes y árboles. Una colección interminable de árboles, que empiezan siendo verdes y figurativos, para bañarse luego en azul y violeta y terminar convertidos en líneas grises y negras, avivadas con sobrias cuadrículas de color.  

Aquello empezó a cobrar sentido, fuerza y difusión al quedar, a causa del estallido de la Primer Guerra Mundial, varado en tierras holandesas. Desde allí lideró el movimiento De Stijl (El Estilo), que tomaría cuerpo a partir de 1917 en una revista del mismo título donde proclamaba como propósito “hacer al nombre moderno sensible a todo lo que hay de nuevo en las artes plásticas”. La nueva estética –el neoplasticismo– empapó los Países Bajos y, tras los saltos de Mondrian y Théo van Doesburg, surgió un ejército de creadores que cogieron las brasas del movimiento para seguir rompiendo formas y conceptos: Bart van der Leck, Gerrit Rietveld, Vilmos Huszár y Georges Vantongerloo, entre los más sobresalientes. 

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Reconstrucción parcial de un dormitorio infantil diseñado por Vilmos Huszár / MNCARS

Para todos ellos, la formulación de la nueva plástica tenía como único objetivo la modernidad. De esta forma, una maqueta de arquitectura, o incluso una silla, podían convertirse en esculturas. “Este aspecto experimental y la diversidad de un trabajo colectivo realizado como si se tratase de un taller virtual de debate fue la fuerza del movimiento, pero también, como se descubriría al poco tiempo, su debilidad”, señala Hans Janssen, quien ha reunido un total de 95 obras –treinta y cinco de ellas firmadas por Mondrian–, así como documentación de la época (números diversos de De Stijl, correspondencia, fotografías y catálogos) para la exposición instalada en el Museo Reina Sofía hasta el 1 de marzo de 2021. 

Esta progresiva disolución de sus ideales y sus componentes se hizo palpable a partir de los años veinte cuando lo que inicialmente se pudo entender como un unánime movimiento utópico hacia el proyecto común de un arte realmente abstracto se convirtió en un crisol de opiniones y concepciones del arte en continuo combate. Quedaría la imagen de un estilo internacional caracterizado por una aspiración a la abstracción, la fuerte reducción de recursos plásticos y la geometría, si bien los caminos se diversificaron. Por ejemplo, Van Doesburg lanzó en 1927 su propio estilo nuevo, el elementarismo, y Vantongerloo optó por un camino más rígido, las matemáticas, para la depuración de sus lienzos, aunque sólo Mondrian destacaría a nivel internacional.   

A la vuelta de los años, la Segunda Guerra Mundial empujó al artista neerlandés a Londres, primero, y a Nueva York, después. Su obra en esta última etapa se vio muy influida por el dinamismo de la vida urbana y los ritmos de la música estadounidense, tal como se descubre en el lienzo Broadway Boogie Woogie (1942-1943), donde la trama se ha apretado hasta ser un damero que evoca tanto un tejido urbano como la ficha de una gramola o un código secreto. Arrastraba en el pulso un líquido denso y una tos de sonido mineral cuando la pulmonía acabó por taladrarle los pulmones el 1 de febrero de 1944. Para entonces, Mondrian ya había alcanzado ese terreno al que nunca antes nadie logró llegar, inscrito en el antiguo linaje de la gloria de los pintores.