Cairo y la conexión valenciana
La revista barcelonesa fue refugio de una imbatible generación de dibujantes levantinos que revolucionaron la Ciudad Condal
22 julio, 2024 00:33De repente, la redacción barcelonesa de Cairo se nos empezó a llenar de dibujantes valencianos. Y todos eran buenísimos, cada uno en su estilo, y, no contentos con ello, también eran grandes personas humanas a las que les cogías un afecto inmediato, salvo a Daniel Torres (1958), quien, ser un sujeto desagradable o arisco, siempre se las apañaba para mantener las distancias (o esa impresión tenía yo). El compadreo, pues, me lo tenía que reservar para Mique Beltrán (1959), Micharmut (1953 – 2016) o Sento (1953), para el que acabé escribiendo un álbum titulado Velvet nights. Les unía a todos un elemento común: la admiración por el dibujante alicantino Miguel Calatayud, al que yo, lo reconozco, apenas conocía.
Es posible que, de manera inconsciente, hubiese generado cierta hostilidad a la historieta made in Valencia, una animadversión experimentada en la infancia ante los tebeos que me llegaban de allí y que me parecían absolutamente abominables. De verdad que no pretendo ofender a nadie, pero nunca pude con El guerrero del antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín o el delirante Pumby, un tebeo del que los niños barceloneses nos manteníamos alejados como de la peste porque creíamos que te confería un aura siniestra de simplón y gilipollas (el único fan barcelonés de Pumby que conozco es un amigo de la infancia de Joan Navarro cuyo nombre no citaré, dado que accedió a la aristocracia por vía conyugal y no quiero crearle problemas en ese ambiente de prosapia por el que se mueve tras muchos años de trabajo en La Caixa y de chamarilero dominical en el Mercado de San Antonio).
Para los críos barceloneses de mi quinta, todo lo que venía de Valencia nos parecía rancio y viejuno en comparación con lo que nos ofrecía la editorial Bruguera. Pero hete aquí que, muchos años después, de Valencia nos llegaba una pandilla gloriosa de artistas que, en cierta ocasión, hasta nos llevó a Navarro y a mí a considerar la posibilidad de trasladar nuestro cuartel general y nuestros absurdos planes de world domination a la ciudad del Turia.
El más comercial de todos ellos era, sin duda alguna, el reservado Daniel Torres. Espléndido dibujante, supo encontrar en su héroe futurista Roco Vargas un producto resultón, exportable y de una innegable brillantez gráfica (sus guiones ya eran otra cosa, pero, sin grandes alardes conceptuales, funcionaban). Micharmut (Juan Enrique Bosch Quevedo, Quique para los amigos) era el más raro de todos, y mucha gente se quejaba de que sus abigarradas creaciones no había Dios que las entendiera. Como en el caso de David Lynch, no era fundamental entender por completo a Micharmut. A mí me bastaba con sumergirme en su extraño mundo, en el que no había espacio para una narrativa tradicional, y dejarme llevar por sus ocurrencias. Mique Beltrán había optado por una mezcla de humor y aventura que funcionaba como un reloj suizo, como demostró con su Cleopatra, una mujer sexy con sentido de la auto ironía que estaba a medio camino entre Marilyn Monroe y Jessica Rabbit. Sento practicaba un estilo elegante y sofisticado que lo mismo servía para el humor que para la aventura que para una mezcla de ambas cosas. En resumen, la cosecha valenciana de Cairo no pudo ser más fructífera.
Con el paso del tiempo, Daniel Torres se coronó como el más comercial y profesional; Micharmut volvió a su admirable marginalidad y se nos murió antes de tiempo; Mique acabó abandonando los comics y probando suerte en el cine, donde llegó a rodar un interesante cortometraje; Sento optó por centrarse en historias que le afectaban personalmente y en desentenderse de las necesidades del mercado, colaborando en ocasiones con un maestro fallero cuyo nombre he olvidado. Cuando todos, menos Torres, nos fuimos de Cairo por desavenencias con nuestro editor, Rafa Martínez (ahora veo que no deberíamos haberlo hecho, obedeciendo a la inconsciencia prepotente de la juventud, pues resultó que fuera de Norma Editorial se pasaba hambre y frío), me las apañé para seguir en contacto con todos ellos (menos con Torres, con el que, en realidad, nunca había existido ese contacto: visto con perspectiva, pienso que fue el más listo de todos nosotros). Nos cruzábamos en el Salón del Comic de Barcelona, comíamos juntos, nos poníamos al corriente de nuestras actividades y echábamos de menos la época de Cairo, en la que llegamos a formar un equipo que a mí siempre me pareció imbatible, tanto a nivel creativo como humano (la prematura muerte de Quique nos sentó como un tiro a todos - especialmente a Sento (Vicente Llobell)-, que siempre fue su amigo del alma.
Han pasado muchos años de todo aquello, pero me queda una agradable sensación fraternal y muchas risas compartidas. O, como se dice en estos casos, Que nos quiten lo bailao. O lo dibujao.