Thomas Glanzmann
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Grífols ha vuelto a dar preocupantes síntomas de una manifiesta hipersensibilidad en los mercados. A la mínima noticia negativa sobre su situación, la sobreacción de los inversores lleva a la compañía a protagonizar desplomes que cada vez complican más encontrar la salida del laberinto en el que la farmacéutica está atrapada a raíz de la crisis generada por el informe de Gotham.
Una debilidad que no llega por sorteo ni por genética. No deja de ser la consecuencia de una gestión que ha dejado mucho que desear, especialmente en los últimos tiempos, y cuya enmienda no va a llegar en el corto plazo. Quizá, ni siquiera en el medio.
El problema de tener que tomar medidas urgentes y, por ende, arriesgadas es que cualquier resbalón o circunstancia no prevista se convierte en un obstáculo insalvable. Es lo que ha sucedido con el productor de hemoderivados cuando ha decidido acudir al mercado para refinanciar parte de su elevada deuda. Las sucesivas bajadas de rating y las dudas generadas entre los inversores le han obligado a emitir a tipos demasiado elevados para conseguir los objetivos; mientras, el alivio de los esperados recortes de tipos en la zona euro parece que tendrá que esperar algo más de lo previsto.
En circunstancias normales, el cambio de perspectiva en cuanto a la política monetaria del BCE no supondría más que unos pequeños ajustes en el plan. Para Grífols supone un nuevo choque contra su realidad, que se traduce en cientos de millones de euros que se escapan por el desagüe de la bolsa.