Fotomontaje de Carles Puigdemont, junto a un árbol de Navidad, en Waterloo

Fotomontaje de Carles Puigdemont, junto a un árbol de Navidad, en Waterloo

Política

Últimas Navidades en Waterloo

Carles Puigdemont afronta su novena Nochebuena fuera de España mientras ya diseña su regreso. La incógnita pasa por si seguirá liderando a Junts cuando vuelva y compruebe que buena parte de su público le ha dado la espalda

Contenido relacionado: Junts ya canta victoria y sitúa el regreso de Puigdemont en febrero

Llegir en Català
Publicada

Carles Puigdemont afronta unas nuevas Navidades en Waterloo con el convencimiento de que serán las últimas en Bélgica desde que se fugó en el maletero de un coche, sin avisar ni siquiera a sus consellers, el 27 de octubre de 2017 a causa del procés. Así lo advierten fuentes muy próximas al expresident de la Generalitat, aunque rehúyan del optimismo en público. 

El dictamen del abogado general de la UE respecto a la amnistía –que suele coincidir con la resolución del TJUE, prevista en febrero– abre la puerta a un retorno sobre el que el Tribunal Supremo tendrá, una vez más, la última palabra. Y Junts ya trabaja en el cambio de etapa que supondrá el aterrizaje de su líder, que no sólo no tiene claro su futuro más allá de los primeros meses, ya que la decisión sobre si seguirá en la primera línea política o no la tomará aquí.

Solemnidad y peregrinaje

La intención es que su llegada al Parlament –donde le espera, vacante, el escaño del jefe de la oposición– sea "solemne". La mayoría progresista de la Cámara, tan distinta de la que el expresident conoció, está por la labor, sea cual sea el tono de Puigdemont en su primer discurso, presumiblemente bronco con el actual Govern. Contará para los tempos con la complicidad de Josep Rull, votado por el independentismo como presidente de la Mesa precisamente con este objetivo. 

Si no hay elecciones generales, Puigdemont pretende tomarse unos meses para redescubrir el territorio. Su propósito es reunirse con militantes, alcaldes y representantes sociales y patronales de todo tipo en las cuatro provincias, en una ruta abocada a la constatación, como ya le ocurrió a Oriol Junqueras al salir de prisión, de que no se le recuerda con la heroicidad que espera. Y de que Cataluña ha cambiado mucho desde que se marchó.

El poder de las encuestas

A pesar de que Junts no ha ganado nunca unas elecciones, el partido sí gozó de un sólido apoyo durante los primeros años posteriores al referéndum ilegal del 1-O. Y aquella inercia le dio un buen resultado tanto el 12M, con 35 escaños en el Parlament pese a la pérdida de la mayoría absoluta independentista; como el 23J, con siete diputados en Madrid que siguen siendo decisivos para la gobernabilidad de España tras la ruptura de Perpiñán y los posteriores amagos de reconciliación con el PSOE.

Las encuestas, no obstante, marcan el destino contrario. Y es que Aliança Catalana (AC) ya superaría a Junts en intención de voto, cayendo los posconvergentes hasta los 19-20 diputados, según el último barómetro del CEO. Y abriendo las puertas a la disidencia, todavía tímida, entre sus filas. Su figura ya no genera unanimidad en el seno del partido, y las elecciones municipales de 2027 serán un examen decisivo para el proyecto, que se mueve a expensas de los planes del expresident.

Cambios orgánicos y discursivos

Por lo pronto, Junts ha reestructurado el grupo parlamentario apartando a Albert Batet, que ocupa ahora una dirección adjunta de nueva creación. Mònica Sales y Salvador Vergés han asumido las riendas en la Cámara catalana; y la figura de Míriam Nogueras, líder en Madrid, gana protagonismo en las televisiones y en las quinielas sucesorias. Muchos creen que podría ser un buen antídoto contra la líder de AC, Sílvia Orriols, siempre que Puigdemont opte por dar un paso al lado.

También, en consonancia con las derechas tradicionales que ven peligrar su espacio, han adaptado su discurso al contexto que sitúa a la inmigración descontrolada como una preocupación social de gran calado. Pese a la distancia que pretenden marcar con la ultraderecha, en enero presentarán un plan con propuestas que asumen buena parte de sus tesis en la materia. Una demanda de los alcaldes de la formación, aunque no tanto de su electorado burgués.

El empresariado, muy atento

Excel en mano, el empresariado catalán –que pese a su buena sintonía con Salvador Illa, sigue huérfano de una derecha catalana como la de antes– pide no juguetear con la llegada de mano de obra. Insisten en un catalanismo integrador como el que postulaba Convergència i Unió, y esperan que el regreso de Puigdemont sirva para dejar atrás el procés y articular nuevos planteamientos. Especialmente en el plano económico, donde Junts no ha sido todo lo liberal que esperaban. 

En tanto que canalizador de sus demandas en Madrid, algo a lo que aspiran, también presionarán en los próximos meses para lograr su apoyo a la financiación singular de Cataluña, que Junts ha criticado hasta la fecha desde su habitual ambigüedad. El debate llegará al Congreso en las próximas semanas, con la imprescindible votación del traspaso del IRPF a dicha autonomía, y sus siete escaños serán nuevamente decisivos. Hay urgencia, puesto que si cae el Gobierno actual, el nuevo modelo fiscal se trunca.

Una cuestión personal

Este puede ser el último salvavidas de Junts, y Waterloo lo sabe. Independientemente, una vez más, de los planes de Puigdemont, cuyo futuro vendrá marcado por una cuestión mucho más personal que política. Hay quien habla de desgaste, y apunta que su destino será la Oficina de expresidente, con sueldo vitalicio y todos los honores. Otros –lo que demuestra el caos actual del partido– todavía confían en que será capaz de "acabar el trabajo" que dejó a medias en 2017. 

Esto ocurrirá, en cualquier caso, a partir de primavera. De momento, más de un año después de la aprobación de la ley de amnistía del procés, Puigdemont hará cagar el Tió en la Casa de la República. Y, por haber, hay incluso quienes aseguran que el año que viene volverá a estar allí. O, como mucho, en la casa que alquila junto a la playa de Colliure, en el sur de Francia.