Santiago Auserón
El futuro ya está aquí
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A Santiago Auserón Marruedo (Zaragoza, 1954), también conocido como Juan Perro, le ha caído muy merecidamente la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Me ha hecho gracia una foto suya, vestido de esmoquin, conversando con la reina Letizia: me recordaba esas imágenes de los viejos rockeros británicos en las que aparecen recibiendo el título de MBE mientras la reina (o el rey) les da unos golpecitos en el hombro con un sable y les sonríe maternalmente (o paternalmente), como si pensara, recordando el ambiente de los años 60, que pelillos a la mar y muchas gracias por vuestra contribución al lustre de nuestra nación.
La carrera de Santiago Auserón es una de las más brillantes y coherentes (en su evolución) de toda la música pop española. A medias con su hermano Luis, fundó el que para mí es el mejor grupo nacional de todos los tiempos, Radio Futura (1979–1992). Luego se convirtió en Juan Perro y redescubrió el son cubano antes que Ry Cooder, quien lo rentabilizó mucho más con su Buena Vista Social Club (un disco superventas y una película dirigida por Wim Wenders). Su música evolucionó de un pop a la inglesa a una fusión de géneros en la que lo latino podía coexistir con el rock o con el jazz. Paralelamente, ha escrito algunos interesantes ensayos sobre temas musicales en los que se nota su condición de filósofo (estudió dicha materia en Madrid y en París, con Gilles Deleuze). En los años de la Movida, el hombre destacaba poderosamente por su bagaje cultural ya que, pese a lo divertido que fue todo, no escaseaban precisamente los cenutrios dados a confundir la modernidad con el esnobismo, el rock con las canciones de Gaby, Fofó y Miliki y la velocidad con el tocino.
Conocí a Santiago a finales de los años 70, cuando Radio Futura ejercieron de teloneros de Elvis Costello en Badalona. A partir de ahí, nos fuimos cruzando por Madrid y Barcelona y mantuvimos algunas conversaciones muy estimulantes que recuerdo vagamente porque, en aquellos tiempos, ambos bebíamos más de la cuenta: lo que sí recuerdo es que era un tipo encantador y un inmejorable compañero de copas. Hace años que no le veo, pero le sigo a distancia y continúo admirándolo: un filósofo metido a músico popular, afrontando un arte juvenil desde una perspectiva culta y universitaria, es una rara avis en el pop español y yo diría que internacional. Me sigue gustando mucho el primer disco de Radio Futura, Música moderna, del que él abomina (y puede que con razón), pero que a mí me parece una obra maestra del arte naïf (¿cómo olvidar al protagonista de Enamorado de la moda juvenil, que, al pasar por la Puerta del Sol, “en un momento comprendí que el futuro ya está aquí”?).
Lo de Santiago ha sido un triunfo de la voluntad que ríanse ustedes del de Leni Riefehnstal: un no músico (así se definía Brian Eno en los inicios de Roxy Music) entra en un mundo ajeno y desconocido y lo hace avanzar con pasos de gigante. Yo diría que se ha ganado a pulso esa Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Y, en todo caso, añadiría que ha llegado con cierto retraso.