Salvador Puig Antich
La beatificación de un anarquista
Se cumplen 50 años de la ejecución de Salvador Puig Antich (Barcelona, 1948–1974) y andamos por Cataluña sobreactuando un poco con su supuesta importancia: actos políticos comandados por el presidente de la Generalitat Pere Aragonès (cuya relación con el MIL es, digamos, discutible), exposiciones organizadas por el millonario trotskista Jaume Roures (quien ya financió hace años una biopic de Puig Antich, Salvador, dirigida por Manuel Huerga) y grandes muestras de solidaridad con el difunto a cargo de partidos que, en su momento, lo dejaron más solo que la una (lo cual tampoco es de extrañar si tenemos en cuenta que el Movimiento Ibérico de Liberación lo componían una pandilla de iluminados tirando a chapuceros a los que la resistencia antifranquista, aunque tampoco fuese gran cosa, era incapaz de tomarse en serio, pensando incluso que hacían más daño a la causa que otra cosa). Estamos en un plan tal que solo nos falta promover la beatificación de Salvador Puig Antich, olvidándonos voluntariamente del policía al que se cargó, Francisco Anguas Barragán, de 24 años de edad, porque, total, solo era un sicario del franquismo, ¿verdad? El hecho de que algunos investigadores hayan demostrado que el tal Anguas no era ninguna bestia parda, sino un chaval razonablemente culto y sensible, no es tenido en consideración jamás.
La verdad es que la carrera político-delictiva del MIL fue catastrófica y solo daba para una película de Berlanga: después de un golpe, igual aparecían por su pueblo en un cochazo que ninguno de ellos se podía permitir; un día se olvidaron una bolsa con armas en un salón recreativo al que habían entrado para jugar al futbolín o echar una partidita de billar… Y así sucesivamente. Hace años, tuve cierto trato con un exmiembro de la banda (no diré su nombre) y debo decir que era un tipo muy simpático y con un sentido del humor tirando a delirante, pero no era alguien en el que nadie pudiera confiar a la hora de acabar con la dictadura franquista. El MIL siempre tuvo un punto grotesco (como después Terra Lliure) que nunca ha sido tenido en cuenta: hemos optado por la épica y así nos pasamos la vida montando homenajes a Puig Antich (amigos que lo conocieron me aseguran que era un tipo estupendo, y no lo dudo, pero me temo que no lo había llamado Dios para la lucha armada) y santificando al personaje, ignorando la posibilidad de que fuese un iluminado rodeado de una pandilla de descerebrados. Es como si quisiéramos hacer olvidar que, en su momento, perdonen que me repita, la izquierda catalana en general se desentendió de sus problemas con la justicia y lo dejó literalmente en la estacada.
Salvador Puig Antich tuvo muy mala suerte. Si ETA no llega a volar por los aires al almirante Carrero Blanco, puede que se hubiese librado del garrote vil, entre otras cosas gracias a la presión internacional. Creo que él mismo, al enterarse del atentado, se dio por muerto, como así fue. Es muy probable que merezca ser recordado, pero por sus seres queridos (conocí a una de sus hermanas en el festival de cine español de Toulouse y era una mujer encantadora), no por ricachones trotskistas que creen formar parte de la solución cuando son un elemento esencial del problema, ni por políticos oportunistas en busca de héroes cuya principal virtud para ellos es que están muertos y no pueden enmendarles la plana y decirles que son una pandilla de hipócritas y filisteos.