Pablo Iglesias
Al exvicepresidente del Gobierno le acaban de dar con la puerta en las narices en su querida Complutense, donde aspiraba a dar clases de periodismo
9 octubre, 2022 00:00A Pablo Iglesias Turrión, el tertuliano de Inter Economía que se inventó el partido político que ahora gobierna España a medias con un PSOE en horas muy bajas (para la social democracia, ya que no para Pedro Sánchez), le acaban de dar con la puerta en las narices en su querida Universidad Complutense de Madrid, donde ya había ejercido de penene tiempo atrás. Esta vez aspiraba a dar clases de periodismo, curiosa iniciativa si tenemos en cuenta sus peculiares opiniones sobre la prensa en general y la libertad de expresión en particular, que yo diría que no difieren mucho de las que debía tener el difunto Stalin en sus años de esplendor soviético. Pero le han dado calabazas. Lo han cateado con un infame cuatro de calificación, y no le han dicho ni que vuelva en septiembre. Algo me dice que en esa universidad aún queda gente que lo recuerda de hace años y que lo estaba esperando para darle una somanta de palos. Más que nada porque el periodismo no es una disciplina que requiera los conocimientos de la física nuclear, y su docencia está al alcance de cualquiera que conozca mínimamente los medios de comunicación y no sea un tarugo total.
Cuando yo estudiaba periodismo, allá por el pleistoceno, lo único que parecía exigírseles a mis profesores era que fuesen incapaces de encontrar trabajo en algún diario. Recuerdo al colectivo como una pandilla de ineptos que se dividían, grosso modo, en dos grupos: momias franquistas y progres no muy espabilados. En ambos colectivos se daban las lógicas excepciones, y recuerdo con agrado al inefable Pascual Maisterra en el primero (para ir a Bellaterra se instalaba en un vagón de primera de los Ferrocarriles Catalanes, para no rozarse con la chusma del alumnado, cosa que en la época me parecía algo infame y que ahora hasta comprendo y disculpo) y al gran Iván Tubau en el segundo, un hombre que hizo de todo en esta vida y que era muy simpático. Pero lo que más abundaba era la figura del inepto progresista consagrado al monólogo soporífero o la del profesor participativo que no parecía saber muy bien cómo organizar sus propias clases. Les aseguro que, en tan selecto ambiente, el señor Iglesias habría pasado convenientemente desapercibido.
Es posible también que los estudios de periodismo en España hayan mejorado y haya subido el nivel de los docentes. No lo puedo asegurar, pero de ser así, se entendería mejor que al señor Iglesias no le hayan dejado incorporarse al claustro de profesores de la Complutense. En cualquier caso, es evidente que su paso por la vicepresidencia no le ha garantizado el control de las puertas giratorias. Ni de las más humildes, pues el hombre no aspiraba a entrar en el consejo de administración de alguna gran empresa --actividad que dominan los del PSOE y los del PP--, sino a dar clases de un oficio que él mismo ha practicado, aunque de manera harto discutible. Que te digan que no sirves ni para dar clases de periodismo tiene que resultar asaz humillante.
Pero si le damos la vuelta a la cuestión, tal vez lo que debería sorprendernos no es que Iglesias fracase en su intento de fabricar periodistas progresistas, sino que consiguiera llegar a vicepresidente del gobierno español. Ya hay quien dice que lo raro no es que Irene Montero haya llegado a ministra, pues la colocó a dedo el amigo Pablo antes de dimitir, sino que obtuviera ese empleo en un supermercado que es, si no me equivoco, su única experiencia laboral conocida fuera de lo que ella entiende por política. Tal y como funciona ésta en España, puede que haya gente a la que le cueste más dar clases de periodismo y despachar en un Caprabo que llegar, respectivamente, a vicepresidente del gobierno y a mandamás de un ministerio más bien inútil. Pero, en cualquier caso, la humillación del señor Iglesias no hay quien se la quite. Aspirar a un carguito más bien gris y que te lo nieguen tiene que resultar muy molesto. Creo que nuestro Pablo no fue consciente del frío que puede hacer fuera de la política y en medio del mundo real.