Director

Ser presidente del Barça es como practicar deporte de riesgo. Vives momentos de máxima euforia, adrenalina pura, pero la mayor parte del tiempo estás al borde del abismo; en la delgada línea roja que te puede conducir a un desenlace fatal. La presión y el desgaste personal que origina el cargo pueden mermar las fuerzas hasta del más bravo dirigente. Es lo que le pasa últimamente a Joan Laporta, el carismático abogado autoproclamado "presidente ejecutivo" del club para ahorrarse la figura del CEO, que alberga serias dudas sobre su continuidad al mando del FC Barcelona más allá de 2026. 

El actual dirigente, que demostró estar en plena forma durante su entrevista con Ricard Ustrell, es de tomar decisiones a última hora. Le gusta escucharse, hacer caso a sus sensaciones y seguir a la intuición más que a sus propios consejeros de confianza. Por este motivo, es pronto todavía para saber lo que hará en 2026, cuando acaba oficialmente el mandato que comenzó tras ganar las elecciones del pasado 7 de marzo de 2021. Sin embargo, la erosión que acumula le lleva a pensar desde hace tiempo --mucho tiempo, en realidad-- que su misión tiene fecha próxima de caducidad: llegó para resolver un problema y se irá cuando lo haya hecho. 

Imputado en el 'caso Negreira' 

Laporta, que acaba de ser imputado como investigado en el caso Negreira por la supuesta comisión de un delito continuado de cohecho --soborno a funcionario público--, advierte, una vez más, que estar vinculado al Barça implica el sometimiento a una persecución constante. Sandro Rosell y Josep Maria Bartomeu lo vivieron en sus propias carnes. La historia reciente dice que todos los presidentes del Barça desde José Luis Núñez han pasado por la cárcel, o han hecho noche en el calabozo o, cuando menos, se han sentado en el banquillo de los acusados. 

Nuñez, Gaspart, Laporta, Rosell y Bartomeu, presidentes del Barça

En esta ocasión le llega el turno a Laporta, después de que el juez Joaquín Aguirre haya retorcido el Código Penal para convencerse de que José María Enríquez Negreira, ex vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros dependiente de la RFEF que cobraba del Barça, tenía entonces la condición de funcionario público. No tuvo que pasar oposiciones, ni fue nombrado por una autoridad pública. Ni siquiera ostentaba un cargo remunerado --como, históricamente, no eran remunerados la mayoría de cargos en comités de federaciones deportivas, que ejercían esos roles por pura vocación--; pero a ojos del magistrado instructor, no hay dudas. 

Esta consideración de Negreira en tanto que funcionario público es la clave jurídica que permite trasladar la sombra de la condena a la última etapa presidencial de Laporta --a partir del 17 de julio de 2008-- durante su primer mandato (2003-2010). O lo que es lo mismo, es la única vía para poder abrir una causa penal contra el actual presidente del Barça. Una hipótesis que no solo han tratado de desmontar fieramente los distintos abogados de la defensa, sino que discuten la mayoría de penalistas consultados por Culemanía o entrevistados en distintos medios de comunicación. 

Un desgaste que pasa factura 

Pero no es el caso Negreira el que quita el sueño a Laporta, que ni piensa dimitir ni se ha planteado su continuidad en 2026 a raíz de este tema; sino de otros. El presi está acostumbrado a torear en las peores plazas, a bajar a los infiernos para volver a saborear las mieles del Olimpo, a lidiar con aquellos que le llaman mentiroso y le acusan de hacerse rico a costa del Barça sin que se le borre esa imperecedera sonrisa socarrona del rostro. Lo que peor lleva Laporta es el gran crecimiento que ha experimentado el Barcelona estos últimos años. La vasta magnitud de un club que quiere dirigir como una "empresa familiar" pero que se ha convertido en una multinacional que ronda los 1.000 millones de facturación anual. 

Lo que antes era una locomotora de carbón es ahora un tren de alta velocidad que le está costando el tiempo y la salud al presidente, un líder colectivo cuya fortaleza está fuera de toda duda. Sin embargo, el envejecimiento de Laporta en estos dos años y medio salta a la vista, más allá de esos kilos de más que últimamente ha logrado rebajar. Comía en exceso porque sufría ansiedad y, recientemente, los médicos le prohibieron volar hasta diciembre para cuidar su presión arterial, que le ha ocasionado una leve cojera al andar. El tiempo pasa para todos y especialmente para un Joan Laporta que de tanto querer abarcar, acusa un desgaste latente. 

Desde el entorno del presidente abunda la discreción, pero son varios a su alrededor los que hace meses reconocen que "este es un proyecto de poco tiempo". "Hay que arreglar la situación cuanto antes y salir, porque el Barça es una locura", comentaban, abrumados, miembros de la junta directiva muy afines al abogado, que renunció hace tiempo al día a día de su noble profesión para centrarse en los negocios derivados de sus contactos en el fútbol. 

El Gamper de los tiempos modernos 

Laporta encara el ecuador de su mandato --habrá durado cinco años y cuatro meses en lugar de los seis que establecían los anteriores estatutos porque llegó, como en 2003, a final de temporada y en plena crisis institucional-- con el objetivo de dejar el club mejor de lo que lo encontró. En una situación de solvencia económica, con un equipo competitivo y ganador, pero, sobre todo, con el honor de ser el presidente que construyó el nuevo Camp Nou

Joan Laporta, en el palco del Camp Nou antes del Gamper / EFE

Jan aspira a ser el Hans Gamper de los tiempos modernos. El presidente que perdure en los libros de historia de la institución. Y la obra magna del nuevo estadio, estrenado, presumiblemente, en noviembre de 2024 para poder celebrar el 125 aniversario de la fundación del club a lo grande, y finalizado en 2026, coincidiendo con el final de su presidencia, será la guinda perfecta del pastel para poner el final feliz a una historia de barcelonismo, catalanismo y forofismo. De amor, pasión y sentimiento.

Laporta llora con facilidad, últimamente. Se emociona, como también se emocionaba el presidente Núñez. Y lo hace porque sabe que ha sido un elegido para hacer cosas grandes, pero que estas también se acaban. Porque la suerte se puso de su lado y le brindó la oportunidad de volver a su amado Barça, para hacer feliz a su padre, que lo vigila y apoya desde el cielo. Así lo siente un confeso católico y creyente como él. 

La promesa de no convertirse en SAD

Por todo ello, el presidente intuye que 2026 es la fecha idónea para decir adiós. Con el mejor estadio del mundo servido en bandeja al barcelonismo y la promesa de no haber convertido el club en Sociedad Anónima Deportiva. Una cuestión que cada día se da un poco más por sentada en el entorno barcelonista y que podría ser una realidad cuando Laporta ya no esté.

Porque no estará el actual presidente, pero tampoco estarán los 40 millones anuales de derechos televisivos y los 100 millones de devolución anual mínima por el crédito del Espai Barça que están pactados a 25 y 30 años. Y, en cambio, se quedará y seguirá estando una deuda que actualmente es de 1.200 millones de euros --la deuda neta actual ha bajado a 552 millones-- y que se debe reducir de manera obligatoria en estos años venideros. En, probablemente, los últimos tres años con Jan al frente. 

La realidad es que solo Laporta tiene en su mano cumplir esa promesa y dejar el club mejor de lo que lo encontró. Y será el tiempo el que juzgue si su obra y su legado han estado a la altura de la grandeza del mejor club de todos los tiempos, el FC Barcelona

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