Victoria Luengo es, decididamente, otra. Para empezar, ha dejado atrás el diminutivo de Vicky, porque de joven le parecía un “nombre de señora”. Pasados los años, se ha amistado con ello. Pero, sin duda, ese no es su mayor cambio. Desde que hiciera sus primeros pinitos a los 14 años y se dejara ver por el Club Super 3 ha llovido mucho. Han sido muchos papeles, muchas series, muchas películas y, sobre todo, mucho teatro.
La actriz catalana se siente bien sobre un escenario. Recuerda que antes de mudarse a Madrid disfrutaba sobre las tablas en Barcelona, donde ahora regresa convertida en una de las grandes actrices de su generación. Lo hace con decenas de films y obras sobre la espalda y con un papel que ha ganado el aplauso de crítica, público y compañeros de profesión. Se trata de Tessa, la abogada de Prima facie (Suzie Miller, 2019) quien, tras sufrir una agresión va a ver cómo su mundo, tal y como lo entendía se desmonta ante sus ojos. Incluido el de la justicia, en la que tanto creía como abogada defensora de agresores sexuales.
El montaje, dirigido por Juan Carlos Fisher, llega este 29 de mayo al Teatre Poliorama de Barcelona tras conocerse la nominación de Victoria Luengo a los premios Max, pero sobre todo con una actriz comprometida con su trabajo y con la sociedad. Con más de 80 funciones a cuestas, la barcelonesa defiende que se queda con lo que la hora genera en las personas que la vienen a ver. Con aquellos que se le acercan para darle las gracias por hacerles ver cosas que nunca vieron o quisieron ver o, directamente, por hacerlas reaccionar y concienciarse.
La obra no es fácil. Ni para ella ni para el público. Habla de la violencia de género, de sus consecuencias y del papel de la justicia y la sociedad en general que pone constantemente en tela de juicio la palabra de las víctimas, incluso los hechos que han vivido. Un montaje tan duro como necesario.
- Por fin llega a Barcelona con esta obra. ¿Tenías ganas ya de venir? ¿Nervios?
- Sí, tengo muchas ganas de estrenar aquí la función. La verdad es que hace seis años que no actúo en Barcelona y es algo que tenía muchas ganas de hacer y que echaba mucho de menos. Y sí, tengo un poco de nervios, pero también es verdad que llevo casi 80 y hay una sensación de que la función ya es lo que es. Espero que a la gente le guste y si no le gusta, pues qué le vamos a hacer.
- Además, la obra viene avalada por el reconocimiento de crítica y público.
- Ya no es tanto si ha gustado o no, sino que realmente creo que la obra consigue que la gente conecte mucho emocionalmente. Hay algo que se produce en el patio de butacas de este espectáculo que tiene que ver con una comunión con la gente que viene a ver la función cada noche. Pasa algo que yo no había visto nunca o no había tenido la suerte de vivirlo actuando. Y es muy bonito.
- ¿Cómo describiría eso que se genera y dice que no había vivido?
- Me pasó algo parecido a cuando hice Una gossa en un descampat, de Claudia Cedò, con María Rodríguez. Creo que son un tipo de funciones que hablan de una herida común. Y una herida común que normalmente quizás no se habla lo suficiente. De algo que no nos atrevemos a hablar y que la sociedad lo tiene un poco tapado y se vuelve tabú, de alguna manera. En este caso, el monólogo se ha estructurado de una manera donde parece que el personaje te está contando algo solo a ti. Porque lo que hago es miraros y contaros una historia a la cara, mirándote a los ojos. Eso genera una sensación de intimidad conmigo, que la gente sale muy impactada, al menos es lo que me han dicho la gente. A mí los comentarios más fuertes que me han hecho nunca después de una función me los han dicho después de esta obra, porque la gente me da las gracias. Desde una mujer de 80 años que me dice “gracias porque me has dado voz, has dado voz a un momento en que yo me quedé muda” a otra persona de 20 años que me dice “gracias a ver la obra, he conseguido contarle a mi familia que me agredieron sexualmente”, u otra mujer me dijo “gracias porque ver la función me ha hecho perdonarme por no haber denunciado cuando me violaron a los 20 años”. Realmente, las respuestas del público son muy fuertes.
- ¿En los hombres también?
- Sí. El otro día en Toledo un señor de 80 años vino con su esposa a la puerta, estaba muy serio, y la esposa me dio las gracias y tal, y cuando estaba yéndose ella, él me dijo “gracias. Nunca había pensado sobre este tema de la manera en que lo he hecho hoy”. Eso es muy potente. Ya sólo conseguir que un hombre de 60-70 años se plantee esto, si antes no lo había hecho nunca, como dice este hombre, es muy fuerte.
- Dice que hay gente que se le acerca porque por fin ha podido hablar o representa aquello de lo que no se atreve hablar. Asimismo, citaba antes la existencia de una herida común de la que sea habla poco. ¿Por qué sucede?
- Yo creo que tiene que ver realmente con algo presente en la sociedad. Aún vivimos en una educación muy patriarcal y muy machista que hace que cuando la víctima habla, se la señale, se la critique, se la ponga en duda, se la juzgue. Entonces, como víctima de violencia sexual, no lo hablas, no lo dices. Para empezar, porque la mayoría de veces no sabes ni que has sido víctima de violencia sexual. Porque como estamos educados en lo que te he dicho, apenas lo sabemos, a veces no te das cuenta o te das cuenta mucho tiempo después. Por otro lado, la gente que sí se ha dado cuenta y lo está sufriendo, muchas veces no se atreve a decirlo en voz alta porque no tenemos un sistema judicial ni educativo que cuide a las víctimas. Seguimos señalándolas, seguimos juzgándolas, seguimos poniéndolas en duda y eso hace que muchas no se atrevan a hablar.
- Su papel en ‘Prima Facie’ también se cuestiona esto, ¿no?
- Ella es una abogada penalista que defiende a supuestos agresores sexuales. Toda la primera parte es una persona que te cuenta cómo funciona su trabajo, de dónde viene ella, quién es y cómo es su día a día. Y luego hay un momento en que ella sufre una agresión sexual, no te diré por parte de quién, y de repente la vida se le da la vuelta. La abogada pasa a ser la víctima y empieza a plantearse si todas sus creencias y todas las cosas que ella había defendido tiempo atrás son posibles y si realmente tiene sentido seguir defendiéndolas. Es una obra que habla del sistema judicial. Lo más importante para mí era hacer esa pregunta. Pero el discurso, el debate, me interesa, pero no tanto. Estamos martillados por los debates políticos sobre la violencia sexual, las leyes sobre la violencia sexual. A mí lo que me interesa es que un espectador venga al Poliorama, se siente en la butaca, y si consigo que uno salga cada día entendiendo qué le pasa al cuerpo de una persona que ha sido agredida sexualmente, con eso me quedaré contenta.
- ¿Qué diría qué le pasa a ese cuerpo y cómo se muestra en el escenario?
- Hay partes que no te las explico porque es importante que vengas a la función y lo veas, pero te explico lo que me ha pasado a mí, por ejemplo. Yo creo que un cuerpo agredido sexualmente es un cuerpo destruido, es un cuerpo lleno de tensión, es un cuerpo pequeño, es un cuerpo que no ocupa espacio, es un cuerpo cerrado. Yo misma haciendo la función lo he pasado muy mal. El cuerpo no sabe que eres actriz y durante el proceso de la función, tuve que ir al fisio cada semana porque las lumbares me duelen mucho, porque al final estás todo el rato haciendo un cierre de la pelvis, y eso, por ejemplo, es una contractura y unos dolores muy típicos de una persona que ha sido agredida sexualmente. La espalda se encorva mucho por el miedo, es la reacción de defensa de un cuerpo que se ha quedado en un susto de querer ser defendido, como cuando tienes un accidente de coche, que a veces el cuerpo también se bloquea. Y, a veces, es todo eso, y también supongo que no sé qué se ve desde fuera.
- El tema de que la protagonista sea una mujer fuerte es importante, ¿no? Porque parece que ellas no pueden ser víctimas.
- Porque volvemos a lo mismo, es que se pone en la mujer, en la persona agredida, la obligación de parar la agresión. Entonces te dicen, no, es que tú tienes que decir que no, es que tú tienes que... Y se presupone que una mujer que tiene una fuerte autoestima, un lugar de poder, una capacidad para poner límites, podrá decir no y que sufrirán menos agresiones sexuales. ¡Eso es algo ridículo! Cualquier persona puede ser víctima de una agresión sexual, y si la sociedad dejara de pensar eso, se evitarían estos casos.
- ¿Queda algún ámbito donde no se den estos casos, estas agresiones? Porque parece que cada vez salen más. También en el cine, como el caso de Carlos Vermut, por ejemplo.
- Es algo que lamentablemente es transversal. La obra trata sobre la violencia sexual, pero es que esto es una violencia estructural. Es decir, no tenemos un problema de agresiones sexuales, tenemos un problema de violencia estructural machista en la sociedad. Dices que ahora sale en el cine y están saliendo las cosas, pero vaya, esto pasa en los hospitales, en las comisarías de policía, en todas partes. Y tiene que ver con cómo nos educan para considerar que esto es normal. Es que fliparías. Yo la obra la llevo haciendo muchas veces, ha venido mucha gente, y hay personas que salen de la obra y me dicen que no tienen claro que sea una violación. Eso es muy duro de escuchar, me genera mucha frustración, porque me doy cuenta de que tenemos mucho trabajo por hacer. Aunque digamos que las cosas están cambiando, que evidentemente un poco están cambiando, las cosas no están solucionadas y nos queda mucho trabajo por hacer. Sobre todo cambiar la educación. Hasta que no cambiemos la educación, por mucho que modifiquemos un poco las leyes, las cosas no cambiarán.
- ¿Y es posible? Porque claro, se han modificado las leyes y las cosas parecen haber empeorado de vuelta.
- Sí, pero es que se han modificado las leyes, pero es que hasta que no cambie la educación... Un juez es igual que tú y que yo. Es decir, yo estoy educada en una educación machista y patriarcal. Un juez también. Entonces, la persona que hace las leyes, hasta que no cambie la manera en que ha sido educada, no verá las cosas desde el punto de vista donde la víctima no es la culpable, donde la víctima no puede ser juzgada, donde la víctima no puede ser puesta en duda constantemente. Y si me preguntas cuál es la solución, no lo sé. Sólo sé que se tiene que cambiar la educación. No puede ser que estemos teniendo violaciones grupales de chicos de 14 años a niñas de 12. Eso quiere decir algo. La gente me dice que estamos mejorando. ¡No estamos mejorando! ¿¡No lo veis!? Por eso es una cuestión educacional, no es un tema de leyes. Y la ley ha ayudado mucho. Yo soy una gran defensora de la ley del sí es sí. Es muy importante. Para empezar, porque antes de esta ley, si te violaban, no podías ir al hospital a recoger muestras. Tenías que ir a poner una denuncia antes, porque, si no, no podías recoger muestras en el hospital. Por lo tanto, te estaban obligando, aun en estado de shock, a ir a denunciar cuando tal vez no te atrevía. Porque si te ha violado tu tío, tu jefe o tu padre, quizás necesitas un tiempo para atreverte a ir a la comisaría. Esto es algo que la ley ha cambiado. Que después todo el mundo, incluidos los abogados, busquen la excepción para ir en contra de la ley para hacer su trabajo es otra cosa. Ya no es culpa de la gente que hace las leyes, no significa que la ley sea una mala idea. Eso significa que, cambiando la educación, y con mucho trabajo, tenemos que ir encontrando maneras de que la ley sea cada vez mejor.
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