Pau Vinyals es un actor comprometido con su personaje, con el teatro y con la sociedad. Desde hace años forma parte de la Companyia Solitària donde se expresan política y artísticamente, hace cuatro se expone a él y la historia de su familia en El gegant del pi y, ahora, llega al Teatre Lliure con Ifigènia, la obra de Eurípides que protagonizan Emma Vilarasau y Pere Arquillué.
En cambio, en las entrevistas, prefiere no hablar de cómo estas obras hablan al espectador. Asegura que es el teatro, los personajes en escena, los que han de hablar, no tanto él dar respuestas. Aun así, lleva su compromiso en las venas y no lo puede evitar.
El intérprete ha hecho un parón en su autoficción y a la de su familia para meterse de lleno en Ifigènia, una obra que habla del sacrificio, de la guerra, de la violencia. Pero sobre todo, del sinsentido de todo ello. Algo que ya estaba en la Grecia clásica y parece resonar en el presente.
Crónica Directo habla con Pau Vinyals para saber cómo ha sido meterse en este clásico y reflexionar sobre el sacrificio.
- ¿Qué papel hace en la obra?
- Soy Aquiles, dentro de la obra de Esquilo. Es un Aquiles particular, porque los griegos toman los mitos y los utilizan cada uno a su manera.
- ¿El suyo cómo sería?
- Es el de la historia de Eurípides, un autor que vive la etapa final de las tragedias y de todo un sistema. También una etapa de muchas guerras. Sus personajes son un poco menos elevados que los del resto de autores. Son más personajes, no tanto dioses. Y en la obra su objetivo es trascender, quiere ser una persona importante dentro del sistema y que su nombre pase a la historia. Claro que, para que esto pase, tiene que pasar algo muy grave. Si no, no puede ir a Troya y ser el Aquiles que todos conocemos.
- Por tanto, ¿es un Aquiles ambicioso?
- Sí, lo es ambicioso, pero también sabe que no puede ser ambicioso, porque quedará manchado por ello. Él juega constantemente con una serie de razones que dice tener para actuar como actúa y para ir sorteando las situaciones que se le presentan. Es más un driblador que una persona que toma grandes decisiones.
- En cualquier caso, para que él triunfe debe haber un sacrificio que parece aceptar.
- La sociedad griega de la época cree que necesita un sacrificio para poder seguir adelante y estar todos unidos y dejar de lado las rivalidades que tienen entre ellos. Para eso sirve el sacrificio. Para nosotros entender las funciones reales del sacrificio y aceptarlas puede ser complicado. Nos parece peor que lo nuestro, y seguramente lo sea, pero ellos tenían sus razones. Pero dentro de nuestro sistema hay una serie de cosas que, según mi punto de vista, nos parecen normales, pero nos hacen daño a todos.
- Claro, pero en la obra este sacrificio es el de una niña. ¿Qué se hace por presión o por voluntad real?
- Las tragedias hablan de la caída de un sistema establecido. No saben exactamente a dónde irán. Por tanto, hay una serie de fuerzas y de razones contrarias que juegan para intentar entender cuál es el nuevo lugar. Y fíjate que el sacrificio de Ifigenia no soluciona nada, porque hay algo del sacrificio que ya no tiene la función que tenía antes. Ha perdido valor. Eso es lo interesante de la obra, que se intentan solucionar las cosas de una manera quizás ya antigua, ya obsoleta, y que esto tiene unas consecuencias. Porque además la obra sigue y no se queda con el sacrificio de Ifigenia, sino que vemos hasta a Ifigenia Táurida. Vemos que este sacrificio no ha parado la violencia, sino que la ha perpetuado y la multiplica. Si la función del sacrificio sería limpiar de sangre el sistema, esto no funciona.
- Esa sociedad que se desmorona, esos sacrificios que bien dice que se hacen, ¿llevan a poder hacer una lectura contemporánea de la obra?
- Hacer una tragedia nos conecta a una cosa menos racional que pensar en una utilidad. Conecta con una fuerza, con una violencia, con un abismo que nos es muy difícil imaginar, porque lo tenemos muy escondido, muy tapado, con un sistema muy ordenado, en que cada cosa tiene su espacio. La tragedia nos propone dilemas morales o situaciones que se nos escapan de las manos. Por tanto, la moral, la ética, desaparecen, y lo importante es abordarlas desde aquí. Nos sirve para conectar con eso que todos tenemos en lo más hondo. Lo que pasa es que luchamos mucho y nos esforzamos mucho en hacer ver que no tenemos esa violencia, que no tenemos esa animalidad, porque estamos en una sociedad que nos protege mucho y que nos explica muy poco de nosotros mismos. Nos hace huir más de nosotros mismos que mirarnos a nosotros mismos y ver el peligro real que somos para nosotros mismos y para la sociedad.
- Claro, pero eso tiene su parte buena, ¿no? Si no nos acabaríamos destrozando entre todos.
- Mi función como actor es generar una serie de preguntas y de abismos. Si te respondo a esta pregunta, no haré bien mi trabajo. Yo tengo mi opinión, que cambia cada día. Mi trabajo es hacer que la gente venga y se atreva a hacerse la pregunta de por qué servía el sacrificio y qué tenemos nosotros, aún, de aquella sociedad que en el fondo todos reconocemos porque es el fundamento de la solidaridad occidental. O sea, estamos viendo guerras en streaming, prácticamente, en situaciones muy similares. Porque ¿qué es un sacrificio?
- Hay muchas maneras de entenderlo: desde sacrificarse por un país a parte de sacrificar tu vida por el éxito.
- Cada uno sacrifica una parte de sí mismo, de los otros… Como espectadores y como sociedad, prejuzgamos mucho y eso hace que no nos planteamos los dilemas y problemas que nos encontramos, sino que los evitamos.
- ¿Buscamos respuestas o certezas en vez de hacernos preguntas?
- Exacto, queremos una respuesta para estar tranquilos. También pasa muchas veces con el teatro. Hay mucho teatro que quiere dar respuestas a cosas que nadie tiene. Para mí, el teatro es un espacio donde el individuo se investiga en colectividad, en un juego, que es el teatro. De alguna manera se cree que eso pasa de verdad, aunque sepa que es mentira. Este juego de la verdad y la mentira se juega todo el tiempo, porque en el fondo lo que pasa es verdad. Es un juego que te permite abrirte y ponerte en peligro desde un lugar muy seguro. También como actor. Por eso es interesante el teatro para mí, y la tragedia griega lo es en el máximo exponente.
- Es curioso porque habla del juego de la verdad y la mentira, de lo poco que han de mostrarse los actores en las entrevistas, pero usted ha jugado activamente en su propia obra, 'El gegant del pi'. ¿Le fue difícil hacerlo entonces?
- Sí, pero yo expuse mi historia y la de mi familia con una razón muy clara, plantear un problema que creía que no se estaba abordando en nuestra sociedad: que durante el franquismo ha habido verdugos y ha habido víctimas, y se hizo un pacto de silencio, en el que se afirmó que todos eran iguales. Por tanto, no se ha pedido perdón o reconocido que el franquismo fueron 40 años de una dictadura feroz que ha separado niños de sus madres, de sus padres. Que hay padres a los que se les arrancaron sus hijos de sus manos y se les dijeron que estaban muertos. Pero también la falta de derechos, de libertades… Para mí, el Estado y las personas responsables deberían haber pedido perdón. Mi abuelo no era un verdugo, pero sí que aceptó que la mejor opción era el sistema franquista. Para mí, aquí había un dilema moral que creía que era interesante abordar y que no se había hecho hasta ahora aquí en España.
- ¿Qué lo impulsó a hacerlo y además montando una compañía, que es complicado?
- Es muy difícil. Hay mucha precariedad, cada vez que haces algo te arriesgas, porque tiras adelante un proyecto sin saber si funcionará. Arriesgas tu tiempo y tu dinero sin saber qué pasará. Y cada vez es más difícil.
- ¿Pero qué lo llevó entonces al teatro?
- No lo sé. Fue lo primero que me vino y a lo primero que me lancé. El teatro tiene algo que pasa muy poco y que es muy bonito: es la reunión de varias personas en un espacio en el que suceden cosas. Desde un lugar pausado, respetuosos, normalmente, sin alcohol. Es un lugar tranquilo para estar juntos y plantearnos cosas, disfrutar o ambas cosas, que es lo que más me gusta.