Alex Brendemühl es un actor referente en el cine catalán, español y europeo. Trabaja en buena parte del continente buscando siempre papeles que le reten que le saquen de eso que se viene a llamar “zona de confort”. La última prueba de ello es el estreno de Hate Songs, película que llega a las salas tras su paso por el Festival d’Autor de Barcelona y que vuelve a poner sobre la mesa un conflicto como la memoria histórica. No la española, sino la de Ruanda. Pero, obviamente, al espectador español, lo que ve en la sala le resuena en su cabeza.
La cinta de Alejo Levis ficciona el reencuentro de dos actores ruandeses (Nansi Nsué y Boré Buika) y un técnico de sonido belga (interpretado por el catalán) en la antigua sede de la emisora de radio (RTLM) encargada de difundir mensajes de odios entre hutus y tutsis en la guerra civil y étnica de 1994. Lo que empieza como un ensayo de una ficción sonora, empieza a abrir heridas en los personajes que, al final, los lleva a la reconciliación.
Hate songs se convierte así en un ejercicio reivindicativo y de estilo donde el fuera de campo, aquello que no se ve se palpa a través de los sentimientos, la atmósfera creada por la cámara del realizador y las actuaciones de los intérpretes. Unos actores que no lo tienen fácil.
Brendemühl juega el rol del actor europeo que tuvo un papel crucial en este conflicto, pero como lo ha tenido Europa en otras muchas ocasiones, recuerda en esta entrevista con Crónica Directo.
- ¿Cómo definiría su personaje?
- Las guionistas querían que fuera antipático. Yo me rebelé (sonríe). Yo siempre encuentro en cada personaje su componente de humanidad. Está inspirado en un personaje real del que estuve viendo vídeos, observando cómo hablaba, cómo miraba. Me empapé de la esencia, del alma de este personaje. Era bastante gris, bastante banal. Pasaba inadvertido, y no podías imaginar ni entender demasiado si era un cabrón, si no lo es... Un poco la banalidad del mal, también. Es un personaje que, además, tiene una carga simbólica. Simboliza al europeo que se va a África, saca un beneficio, se coloca cerca del gobierno y chupa lo que puede. Es un personaje cobarde que no supo oponerse al horror de una radio que transmite odio y que incita a ir a buscar a la gente y asesinarlos.
- Sí, desde los medios.
- Es una cosa muy inconcebible, cómo se puede utilizar los medios, cómo se puede utilizar la radio para lanzar mensajes de odio, manipular. No se entiende cómo alguien puede estar detrás o secundar o permitir, desde su pasividad, que esto pase. Y te preguntas cómo convives tú con este horror de ser corresponsable de un genocidio de casi un millón de personas. Es un personaje complicado, con diferentes lados. Lo que “se salva” es esta historia de amor que tiene él y que lo humaniza.
- Supongo es difícil humanizar un personaje como este, ¿no?
- Yo asumo que a veces te toca encarnar a estos personajes. En el fondo hay una justicia poética. Los europeos tenemos una deuda con África por haberla colonizado y expoliado. En este caso es un belga. La historia de Bélgica-África es igual o peor que la de Francia, la de Inglaterra o la de Alemania. Un país tan pequeño como Bélgica, que ha expoliado países, y sin ningún pudor, se ha enriquecido y no ha pagado por nada. Sigue teniendo un rey con un caballo allí en las plazas, que simboliza el horror y la deshumanización total de la época. Mi personaje tiene esa la carga simbólica. Mi manera de aportar algo a través de mi trabajo es encarnar a estos personajes y demostrar lo que no debe ser, lo que se debe denunciar y donde se debe seguir poniendo una mirada y una atención: sobre todos estos horrores.
- Pero curiosamente, cuando se hace se apuesta por esta mirada al pasado, se critica que hacen un cierto revisionismo histórico. ¿Por qué cree que se considera un ataque cuando se hace? ¿Nos sentimos aún vulnerables o no estamos preparados para ver lo que hicimos?
- Muy buena pregunta. ¿Qué pasa con la memoria, qué pasa con el recuerdo? Esta película, precisamente, es interesante porque explica como en Ruanda han sido capaces de aceptarse, de mirarse a los ojos, de reconciliarse. No de perdonarse, pero sí de entenderse para continuar juntos un camino hacia adelante. Sin negar la historia, eso es lo importante. Sin negarla historia y sin manipular, o sea, aceptándose y entendiendo que ha pasado esto. Bueno, aquí estamos con la ley de memoria histórica, con esta guerra fratricida que fue la guerra civil, y que sigue dando signos de no estar resuelta. El problema es este. Cuando se corre un tupido velo, y dices “aquí no pasa de nada” todo vuelve a salir, vuelven a brotar los odios en este país. Quizás, a través de hablar de la historia de otro país, hablamos de alguna manera de lo nuestro, pueden recordar esta desmemoria de este país. Pero, desgraciadamente, estamos presenciando otro genocidio en Palestina ahora mismo. Por eso estamos ante una película muy universal que, con muy pocos elementos, explica el drama de la historia, de la colonización, de la manipulación de la información, de las fake news...
- La reflexión que hace de los medios es interesante. Sobre todo porque su personaje considera que se miente menos en la radio que en Internet. ¿Está la cosa así aún? ¿Debemos ir con cuidados?
- Los medios ahora están supeditados a las redes sociales, de donde la información ya viene distorsionada. En redes ves cómo la gente consigue crear hypes, bombas informativas... es un drama. Ahora mismo, la figura del periodista está completamente denostada. Yo empecé periodismo, porque mi madre me dijo que estudiara algo serio. Empecé. Paralelamente, entré en el Institut del Teatre y me hice actor, porque también es otra manera de poder hablar de la realidad, poder denunciar las injusticias y los problemas que hay en el mundo, que se revelan y que nos afectan a todos. Poder participar de esto es un componente apasionante de mi trabajo. En el fondo estás en el mismo bando de poner el foco en problemáticas que hay en nuestro mundo, en la sociedad. Y a través de una narrativa, hacer reflexionar y hacer transformar a las personas. (Sonríe) No sé, es una meta idealista, pero yo no dejo de creer en ello.
- Usted siempre se ha comprometido políticamente. ¿Le ha reportado problemas? ¿Le es complicado?
- Los artistas y creadores debemos encontrar ese equilibrio difícil en este sentido. Creo que debemos ser lo suficientemente neutrales como para ser un vehículo para dar un mensaje, para transformar, para mimetizarte en diferentes realidades sin que se te ponga el sambenito de nada. Pero también debemos ser incómodos y debemos ser un grano en el culo para los gobernantes y para que la sociedad, desde nuestro altavoz, pueda transformarse o, al menos, poner la atención sobre temas de los que no se hablan. Pero enseguida a los actores nos cuelgan la etiqueta de que somos gente de izquierdas, que vivimos del cuento, que nos quejamos mucho, que somos unos subvencionados…. Además, lo hacen desde el total desconocimiento, porque todo el dinero público que entra para la creación después se devuelve con creces.
- Por eso quería saber si es difícil, porque parece que no.
- Evidentemente, depende como, lo pagas. También a mí me ha interesado estar detrás de proyectos pequeños, incómodos, que a veces no tienen el reconocimiento o la difusión que podrían tener otros proyectos o una comedia comercial. En cualquier caso, creo que también es nuestro deber estar allí detrás. Y no digo que yo no haga entretenimiento, porque es igual de importante que las obras de reflexión.
- De hecho, pocas veces lo hemos visto en el puro entretenimiento. ¿Lo hace expresamente? ¿Qué es lo que le hace escoger por un proyecto u otro?
- En general funciono mucho por intuiciones, son corazonadas. También hay algo de estar alerta a los signos de los tiempos. Esto es la que pasó con este proyecto, por ejemplo. Que te vienen con este conflicto olvidado y lees el guion y ves que es superactual.
- ¿Nos olvidamos muy rápido de las tragedias que nos acontecen?
- Suceden dos cosas. Por un lado, es esto las modas de las noticias. Ahora esto está de moda, dentro de 15 días ya no se oye nada. Ucrania ya ha pasado a un segundo término, de Sudán ni se habla, cuando hay millones de personas desplazadas y muriendo en una guerra civil, y parece que Sudán no tiene ningún interés para nadie. Por el otro, hay intereses detrás de las noticias, intereses comerciales. Hay conflictos que no le importan a nadie porque no se puede sacar nada de aquel país y no les reportará nada… Entonces estamos en manos de los grandes grupos de poder, que son los que manipulan también la información y la actualidad de los temas. Y, por otro lado, creo que también hay un instinto natural en el ser humano de apartar cosas que nos hacen daño. Tenemos un cupo o un umbral para soportar el horror y las malas noticias. Es un mecanismo de defensa personal para protegernos. No puedes estar sufriendo todo el tiempo. A las personas que son sensibles, yo al menos me lo considero, les afecta lo que pasa en el mundo y lo que pasa en tu entorno. Entonces hay momentos que te blindas y te proteges porque no puedes estar todo el día empatizado.
- ¿El cine también peca de caer en los intereses comerciales?
- Sí. Desde que me dedico a esto, siempre que hay alguna película que funciona salen los remakes e incluso parodias de aquello que ha funcionado. Al final, la gente que financia los proyectos busca algo reconocible, para ellos y para el público. Entonces, todo lo que salga de aquellos esquemas no lo ven. Pero, curiosamente, cuando alguna película se sale de la norma, llama la atención y es un éxito inesperado.