Jordi Oriol (Barcelona, 1979) ama jugar con las palabras. Esa es una de las principales herramientas del teatro y con La mala dicció, ya van tres versiones de Shakesperare a las que les da la vuelta, en su título y en su forma, pero no del todo en su contenido.

En esta “per-versión”, como le llama él, de Macbeth hace lo mismo que el autor inglés, reflexionar sobre el poder y los beneficios y peligros que conllevan. En especial, habla de la palabra y del abuso de poder. Ese sentir que uno, con tan sólo hablar, puede cambiar el pensamiento de la gente y hasta el rumbo de las cosas.

Aliados

El dramaturgo no confía en el teatro, eso sería caer en una ambición, y demasiado grande. Sólo pone el acento allí, para que el espectador esté atento a todo lo que conlleva y cómo repercute en su día a día.

Para hacerlo, tiene tres aliados. Por un lado, el Teatre Lliure, que lo acoge una vez más a partir del 26 de mayo; por otro, Xavier Albertí, quien dirige el montaje; y para terminar, con el humor. Él y dos intérpretes más usan el clown para hacer llegar el mensaje al público que no da crédito de lo que se dice, de lo que sucede ni hasta donde se puede llegar con la palabra (y con Macbeth).

--Pregunta: En una temporada como la anterior en que hubo crisis de espectadores su obra llenó y ahora vuelve al Lliure. ¿Cómo lo vive?

--Respuesta: Sí, creo que funcionó muy bien, y el Lliure también salió muy contento. Nosotros tenemos muchas ganas porque realmente no hemos podido girar mucho el espectáculo. Se vio aquí, lo hicimos también en Temporada Alta, y hemos hecho cuatro bolos, pero creemos que hay mucha gente de la zona y alrededores que no lo ha visto y puede venir a verla.

--Para esas personas, ¿cómo definiría esta ‘mala dicció’? Parece una nueva reversión de Shakespeare, ¿no?

--Yo lo llamo un per-versión, porque realmente es una mirada diferente a partir de Macbeth. De hecho, es la tercera de una trilogía del lamento, como la titulé, porque no dejan de ser tres lamentos, de alguna forma. En esta obra, hay tres personajes que emulan al rey Macbeth, la reina Lady Macbeth, y a un criado de ellos. Se llaman Marc, Beth y Saitó, del Saiton original, con el que hay juegos en esta obra. La pieza quiere hacer una dramaturgia a partir de la historia de Macbeth básicamente porque me di cuenta de que en el momento que la escribí pasaban una serie de cosas que tenían mucho que ver con la historia de Macbeth. Este tipo de ambición de poder que tienen los protagonistas de la obra de Shakespeare era para mí la ambición que hemos tenido la humanidad de estar por encima de la naturaleza. Y de repente, dijéramos, de un día para otro, la naturaleza se ha vengado y ha querido hacernos caer en la realidad. Un ejemplo es esa escena final en la que el bosque de Birnam avance hacia el castillo, una maldición que le pareció imposible. Para mí es una forma de ver cómo la naturaleza se está tirando hacia la humanidad, está comiéndonos. En esa época que justamente estaba empezando a escribir estábamos confinados había jabalíes en las calles de Barcelona, pero también veía salir césped a sitios que no salían. Y está también la idea de la naturaleza vengándose contra la humanidad en forma de virus o de lo que sea e incluso el hecho de que la humanidad haya deforestado el mundo también hace que nosotros mismos estemos muriendo por la misma contaminación que generamos.

--Pero entonces ¿por qué decidió meter ahí la palabra, con ese título de ‘La mala dicció'?

--Mis piezas, en general, juegan mucho con la palabra, porque no sé jugar con otra cosa que no es la palabra cuando escribo, me resulta inevitable. Pero en esa trilogía en concreto, se basa en la idea del poder de la palabra, tanto por bien como por mal. En L’empestat, que era la anterior perversionaba La tempestad de Shakespeare, la palabra era el mal, o la peste, que hace que una persona inocente, salvaje, como Iván, a quien Próspero enseña a hablar, reflexione al final que ha aprendido a hablar y a la vez ha a maldecir. Ahora tiene los conocimientos en la cabeza y puede ponerle palabras, pero está aislado en una isla y sabe que nunca podrá usar todo lo que hay. Las palabras le sirven para maldecir y poder dañar. En La mala dicció quien tiene la palabra tiene el poder. Hay un juego metateatral en el hecho de que nosotros, como intérpretes y como personajes tenemos el poder y vosotros como espectadores estáis sometidos a ese poder. No tenéis la palabra, no os la damos y en un momento de la obra se dice: “me parece que la gente está empezando a hablar”, creemos que la gente se está empezando a mover las sillas y a empezar a decir algo porque quieren obtener el poder, quieren vengarse. Vi que desde el Macbeth de Shakespeare podía transcribir que el poder no fuese un cuchillo o una pistola que puede matar, sino que el poder estaba en la palabra y en la dialéctica. Si negábamos ciertas palabras o prohibimos ciertas palabras al espectador o al pueblo en general, era una forma de dominarlos.

Jordi Oriol / GALA ESPÍN - CRONICA DIRECTO

--La palabra combatiendo el poder y empoderando, pero ¿cómo se combate desde el teatro?

--Esto precisamente. Sólo quien tiene la palabra es quien tiene el foco y tiene el poder de ser mirado y escuchado. Es el debate que hay ahora con el fascismo en Europa, si se le da o no la palabra. El hecho de darle palabra es debido a que hay libertad de expresión y pueden hablar. Pero existe esa controversia, porque si ya le das palabra, no dejará de hablar y es muy probable que no deje hablar a los demás, que es lo que tiene el fascismo y entonces no permite que los demás puedan defenderse o decir la suya. Todos debemos tener voz, pero debemos vigilar lo que decimos, porque las palabras son engañosas, tienen diversas acepciones. Caben tantas cosas dentro de una expresión que puede pervertirse muy fácilmente. Esto lo saben mucho los que tienen la palabra y practican la dialéctica, y si el fascismo sabe hablar y le damos la palabra puede utilizar este recurso y, por tanto, hacer que nosotros pensemos que están diciendo algo que después no es.

--En la obra toda esa reflexión se hace a través de tres 'clowns' que están en escena ¿por qué hacerlo con payasos?

--De entrada, te diría que me gusta mucho exponer las cosas serias con humor, porque así a la gente, de algún modo, le entra. Hacemos que el espectador sonría y, mientras, observa la crueldad de la realidad. Te puede afectar de una forma mejor, porque reímos por no llorar. Si enfocas algo sólo en la forma trágica, lo vemos de lejos, nos sabrá mal, lloraremos por ello, pero no nos pasa a nosotros. Y la comedia lo que hace es transmitirlo fuera, que reaccione el público, y el público reacciona con una carcajada y le toca de una forma diferente. Por otro lado, hemos cogido un arquetipo trágico y otro cómico, como el clown. Reímos de sus penas, de sus miserias. Me cojo a la tragedia del clown para que nosotros nos podamos reír y podamos enfrentarnos a la tragedia que estamos viviendo todos hoy en día.

Entrevista a Jordi Oriol / GALA ESPÍN - CRONICA DIRECTO

¿Cómo nos ayuda el teatro, la obra o Shakespeare a enfrentarnos a esta tragedia?

--Todas estas grandes obras, que por eso se llaman universales y están dentro del canon de la literatura dramática, tocan son una serie de temas que están inherentes con la especie humana. Como aquel debate filosófico sobre si el mal es inherente en el hombre o no, si el mal existe ya de nacimiento, o nos hacemos malos. Quizás no se puede responder, es como el huevo o la gallina, pero sí hay toda una serie de cosas que no han cambiado con el tiempo y otras que no cambiarán tampoco. Está esa obsesión por obtener más, un poco más. Todos la tenemos y el capitalismo también nos lo ha hecho: tengo esto, pero es que puedo tener algo mayor por el módico precio de... o acceder a un sueldo más elevado. Todos queremos estar lo más alto posible, nosotros queremos triunfar por mucho que nos lo negamos. Esta ambición se traslada a todos los ámbitos, campos semánticos e incluso a todas las formaciones. En este juego metateatral, los actores quieren tener más papel y el dramaturgo se lo niega, “pero bueno, si haces esto, te daré un monólogo”. Y ahí nos sentimos espejados, porque “yo también quiero un poco más”. Ese querer un poco más puede que sea el mal de la humanidad. Por mucho que yo piense que soy buena gente, que reciclo y que hago todo tipo de cosas. Pero si me dan un coche, no voy a decir que no. Nos ponemos una serie de excusas, porque realmente, si podemos tener algo, querremos un poco más. Y la pandemia nos había hecho ver que realmente no era necesario hacer ciertas cosas para estar bien, ahora nos hemos vuelto a engañar. Quizás podemos observar y disfrutar de lo que hay a nuestro alrededor y no hacer tanto daño a la naturaleza ni a nosotros mismos, porque hacer daño a la naturaleza significa matarnos a nosotros.

Entrevista a Jordi Oriol / GALA ESPÍN - CRONICA DIRECTO

--Y como hablaba del poder de la palabra en positivo. ¿Se puede combatir todo esto con la palabra?

--Siendo más conscientes. El debate se acaba en el momento en que nos dejamos de mentir y nos enfrentamos con la realidad que nos negamos todos los días. Cuando leemos algo que nos toca, luego seguimos haciendo como si nada. En eso los medios de comunicación ayudan mucho. el hecho de ir explicando lo que está pasando en todas partes nos hace darnos cuenta de que no somos el ombligo del mundo. Hay gente que está sufriendo mucho más que nosotros, cuando decimos que no podemos comprarnos un coche. Es que hay gente que no puede ni comer. También creo que el teatro nos ayuda a enfrentarnos a esta realidad y plantearnos el debate, no quedarnos sólo con la hora y media que dura el espectáculo, sino después salir y tener el debate que lo hayamos generado, si les hemos hecho mover unas cuantas neuronas en la cabeza o aportado contradicciones y paradojas. No damos las respuestas, lo que generamos son preguntas, para que genere debate y conciencia.

--¿O sea que estos tres personajes no van a una?

--No, no, son contradictorios y, justamente, son malos, pero penosamente malos, a pesar de ellos. Ellos no se creen tan malos como los demás. Parece que nos engañamos y creemos que somos diferentes, los buenos, que no haces nada porque ya reciclas. ¿Eres suficientemente consciente de que esto no es reciclar para ser bueno? Vas andando a los sitios, sí, pero compras este tipo de cosas. Cuesta, y está muy bien que nos vayamos enfrentando a estos debates y que no seamos tan inocentes. Por mucho que quiera serlo, vivo en este mundo, no puedo evitar toda una serie de cosas, y, por tanto, no me niego a mí mismo.

Entrevista a Jordi Oriol / GALA ESPÍN - CRONICA DIRECTO

--Para pasar este mensaje no se lo pone fácil. Lo hace en verso. ¿O cree que acerca al espectador porque lo hace más simpático?

--Para mí, la forma, el cómo se explican las cosas, explica, incluso más que el qué, a veces. Todo el mundo habla de amor, de ambición de poder, de agresiones sexuales, de violencia, pero, en cambio, es cómo se explican las cosas, que puede hacer llegar de una u otra forma el mensaje. Nosotros podríamos haber optado por hacer algo muy realista y, por tanto, no podríamos hablar de cómo matar o secuestrar las palabras. Podríamos haber optado por ello, evidentemente, pero entonces yo creo que lo que sucede lo mismo que te decía antes con la tragedia y la comedia. Cuando los personajes son unos arquetipos, cuando son mucho menos definidos, y hablan de una manera formal, hacemos una belleza de la forma, de cómo explicarla y entra diferente. Lo que hace el espectador es traducir eso. La diferencia entre un cuadro hiperrealista de un paisaje de un vertedero y un cuadro abstracto que está contando el vertedero, que te asoma al vertedero y te da otros matices, es que éste hace que tú tengas que hacer toda la traducción. Y ese trabajo hace que el espectador tome mucha más de conciencia de lo que está sucediendo. Como con el Gernika de Picasso. Es esa belleza del arte lo que te hace viajar a otro sitio, sin dejar de hablar de la realidad. Con tu experiencia viertes todo lo que ves en el cuadro.

--¿Pero si piensan que es difícil?

--Yo diría que para mí es como la música. No hay música fácil o difícil, sino que hay música que te llega más o que no te llega. Y entonces habrá gente que le gustará mucho la música clásica, y le llega mucho, hay gente que no le entenderá nada, pero no por eso es más o menos compleja. El teatro tiene todas las disciplinas. Hay música, hay plástica, hay texto, hay literatura, hay colores, hay pintura, hay luz, audiovisual, danza... Y todas estas disciplinas aunadas es lo que hacen el todo. No es sólo el texto lo que llega. Depende de los sonidos, cómo te transporten. Y esto es lo que me gustaría que la gente también entendiera, que el teatro es todas esas otras cosas.