Juan Mayorga: "El teatro es peligroso"
El dramaturgo, que llega a Barcelona con su 'Silencio' acompañado de Blanca Portillo, apuesta por "luchar por la excelencia"
12 octubre, 2022 00:00Juan Mayorga (Madrid, 1965) es uno de los dramaturgos más reconocidos del panorama español. Premio Nacional de Literatura Dramática en 2013, Premio Princesa de Asturias de las Letras 2022, además de sus cinco Max –a mejor autor en 2006, 2008 y 2009– y a mejor adaptación –en 2008 y 2013– y otras decenas de galardones más avalan su trayectoria.
Sus obras se representan en todo el mundo, cineastas como François Ozon y Paula Ortiz han convertido trabajos suyos en películas y ahora él mismo se adapta en teatro. Lo hace de la mano de Blanca Portillo con quien desde hace más de un año presenta por todo el territorio español Silencio.
El poder del silencio
El montaje, que llega al TNC este 14 de octubre, surge del discurso que él dio al entrar en la Real Academia Española (RAE), pero eso no lo convierte en una lectura dramatizada. El autor crea una pieza paralela que se revuelve contra el texto y genera todo un dispositivo que lleva al espectador a reflexionar sobre las palabras, los discursos, el teatro y, en definitiva, la vida.
Crónica Global charla con el dramaturgo días antes de su llegada a Barcelona para desgranar cuán importante es el silencio en tiempos de palabrería y sobreinformación y qué cometido tiene el teatro en todo ello.
--Pregunta: ¿Qué se encuentra el espectador en 'Silencio'? ¿Una extensión de su discurso de ingreso en la RAE, una autoficción...? ¿Cómo lo definiría?
--Respuesta: Nos encontramos ante una obra de teatro autónoma. Es verdad que está basada en el discurso que pronuncié ante la Academia, pero que es independiente de este. Es una experiencia teatral en la que se presenta un relato. No es un discurso teatralizado, hay una historia: la de una actriz a la que un amigo académico le ha pedido que pronuncie el discurso de ingreso en la RAE en su lugar. Ese dispositivo dramatúrgico permite sostener un discurso y al mismo tiempo discutirlo, criticarlo, porque esta actriz va a distanciarse del discurso. Se hace cargo de él e incluso lo discute. Lo que hay en el centro de la obra no es lo académico, sino esa actriz que tiene una relación tan íntima y al mismo tiempo conflictiva con ese dramatúrgico/académico. Pero no es un ejercicio de autoficción. Quien está allí en escena es Blanca Portillo, pero no es ella, sino una actriz que ha recibido un encargo de un dramaturgo, pero que no es Juan Mayorga.
--¿Pero no es casi el cuestionamiento de una autoficción?
--No, porque ya cuando estaba escribiendo ese discurso pensé que eso podría ser el embrión de un espectáculo. Allí había una meditación sobre el silencio en la vida, en el teatro y en mi teatro. En un momento dado pensé que eso se podía convertir en un espectáculo en la medida en que algunos casos que cito, sobre todo en lo que al teatro se refiere, pudiera ser interpretado por un actor o actriz. Inmediatamente empecé a pensar en Blanca Portillo como la actriz ideal. Yo empecé a pensar esa experiencia teatral y hablando con ella durante el confinamiento nos reuníamos a través de la pantalla y hablábamos del montaje. Poco a poco, lo fuimos separando de nosotros y tomamos la decisión de que esa actriz no sería Blanca Portillo ni ese autor Juan Mayorga, aunque obviamente algo tiene de ambos.
--Una matrioska o una cebolla en la que poco a poco saca capas y pone a la vista la estructura. ¿Le gusta ese sistema?
--Creo que el teatro puede estar en cualquier sitio y, desde luego, este discurso permitía ese despliegue. Me interesa que aparezca lo conflictivo. Obviamente, Blanca Portillo podría haber pronunciado el discurso muchísimo mejor de lo que yo lo hice y hubiera tenido un enorme valor, pero decidimos construir una ficción. Inventarnos a esa mujer que tiene una relación amorosa con ese material al menos por dos razones, porque se adhiere a lo que el discurso tiene de homenaje al teatro y además porque es su ocasión de volver a escena. Se separa del discurso y en lugar de citar textos de obras como yo hice, los interpreta. Ella tiene esa relación de goce con la situación que vive y entra en conflicto con ese material, hay partes que no le interesan e incluso llega a pensar que no debe estar allí y se pregunta por qué el dramaturgo no está allí y le ha pedido que ocupe su lugar. Con eso hemos creado una conflictividad, de carácter peligroso para ella, que le da teatralidad. Este juego nos permite presentar dos personajes y un conflicto. En todo caso, da pie a un juego teatral y Blanca Portillo, una actriz portentosa, crea teatro en cada gesto.
--Hablaba del goce de la actriz, pero ¿cuál es su goce en el teatro que siente usted? ¿Qué le atrapó de su lenguaje y código?
--Yo califico el teatro como el arte de la reunión y la imaginación. Ambas son fuerzas que me hacen amarlo. Por un lado, el teatro es asamblea, nos convoca, nos saca de casa y nos reúne. Nos emocionamos con otros. Eso tiene un enorme valor. Y además es el arte de la imaginación, creo que por encima de cualquier otro, porque lo que se presenta allí es obviamente mentira, pero se convierte en verdad si el actor consigue provocar nuestra complicidad. La transfiguración se produce en nuestras cabezas, no en el escenario. Somos cómplices. Eso da unas oportunidades infinitas al hecho teatral que a mí me absorben y me atraen enormemente. La palabra en teatro tiene un valor muy especial, es palabra pronunciada, es literatura y al mismo tiempo es vida. Eso no deja de emocionarme. Pasolini decía que la palabra teatral tiene un carácter doble, por un lado, es la poesía que fijó el poeta y, por el otro, pronunciada tiene el mismo carácter que la muchacha que va a la fuente. Eso no deja de estremecerme. Igual que hay una huella dactilar única, la voz también lo es. Cuando empiezo a escribir el discurso, de hecho, intento recordar que tiene un carácter oral, debe ser escrito para ser leído, por lo que debe tener calidad literaria y poco a poco se me aparece el fantasma del actor, aquel que pronunciará la palabra delante de un espectador. Se me impone. Yo no tengo que buscar a Blanca Portillo, porque estaba entre líneas.
--¿De dónde viene esa relación con la palabra por parte de usted que es matemático? ¿Están tan reñidos letras y números?
--Precisamente en el discurso aludo a las matemáticas, tras una conversación con un amigo matemático. Cuando la actriz empieza a pronunciarlo critica que no le entiende, se distancia del texto y jugamos con ello. Yo no vivo esas pasiones --la dramatúrgica, la filosófica y la matemática-- como conflictivas. La matemática es una forma de poesía y me ha educado, me ha educado en la búsqueda de un lenguaje tan sintético como sea posible, desengrasado. La enciclopedia británica la define como la ciencia que se ocupa del orden, la estructura y la relación entre las formas. Eso tiene que ver con la dramaturgia. El matemático busca la expresión más sencilla posible para fenómenos muy complejos y diversos, piensa sino en la noción de triángulo o elipse. Esa búsqueda de una expresión extremadamente sencilla, simple, sintética también está en la sangre del hecho teatral. Hemos de ser capaces de buscar el gesto, la frase la situación que de cuenta de la forma más sencilla posible de algo complejo. La sencillez que no la simplicidad.
--¿Qué papel juega allí el silencio entre palabras, frases? ¿Y en el teatro? Porque parece que muchas veces el teatro se llena de palabras.
--Mi impresión es que hay una suerte de horror vacui que muchas veces es contestado llenando cualquier silencio de palabras que muchas veces son palabrería y, en ocasiones, son simplemente ruido. El silencio si uno lo elige puede ser necesario y fértil, sino calla porque otros le obligan. El silencio elegido puede ser importante para sí y para otro. El más importante en todo caso es el silencio de la escucha, en el que uno escucha la voz, los argumentos y razones de otros. De todos modos, nuestro espectáculo tampoco puede ser entendido como un elogio del silencio porque el silencio tiene muchas caras. El teatro es arte del conflicto y el silencio es en sí mismo conflictivo. Hay un momento que resuena en muchos espectadores, cuando dice "mil veces me arrepentí de haber hablado, mil y una de haber callado". El silencio puede ser virtuoso, pero también puede ser cobarde y cómplice de la injusticia. De todo eso habla la obra y también está en la vida.
--¿Pero por qué cree que da tanto miedo?
--Hay muchos seres humanos que le tenemos miedo al silencio como a la soledad. No me atrevería a decir el porqué pero quizás porque tengamos miedo a encontrarnos a nosotros mismos. Luego está el miedo al silencio impuesto, a que nos hagan callar, que nos censuren.
--Como el que parece vivir el teatro. ¿Teme esta autocensura o ese silencio a decir según qué cosas?
--La censura es parte de la historia del teatro. Por otro lado, no sólo debemos atender a las censuras más evidentes, sino también a otras. De algún modo se repiten determinados lemas y tópicos que podemos acabar aceptando acríticamente y viviendo al dictado. Yo cada día intento preguntarme, como ciudadano y escritor, quién escribe mis palabras. Hasta qué punto no soy alguien que escribe y piensa al dictado.
--Ver si no estamos condicionados todos.
--Yo creo que de alguna manera todos lo estamos. Se trata de pelear por alcanzar un lenguaje propio y tener una posición crítica hacia las palabras y los textos que nos envuelven, rodean y atraviesan y a los que nosotros mismos emitimos. Conviene ser recelosos.
--¿Qué función tiene el teatro en esa lucha contra estos discursos que se nos imponen?
--El teatro ha sido y es por antonomasia el arte de la crítica y la utopía. Siempre tendrá esa doble visión política: por un lado, darnos a ver e imaginar otros mundos posibles y, por el otro, examinar este. El teatro es capaz de provocarnos el escándalo por cómo usamos las palabras y a la vez nos muestra otras formas de decir. Cuando asistimos a un Calderón o un Lorca sentimos eso que llamo nostalgia de palabra.
--¿Es por eso que da miedo a ciertos sectores?
--El teatro es peligroso. Es muy interesante observar textos que pueden ser leídos y sin embargo sí representarlos. Pasa porque el hecho mismo de que la gente se reúna, el hecho de que practique esa especie de asamblea es vista como peligrosa, amenazante.
--¿Por eso debemos luchar por él?
--Yo siento el privilegio de pertenecer a este mucho y luchar por la excelencia para hacer un teatro a la altura de nuestro tiempo.