David Jiménez, exdirector de 'El Mundo', con su libro 'El director' / FOTOMONTAJE DE CG

David Jiménez, exdirector de 'El Mundo', con su libro 'El director' / FOTOMONTAJE DE CG

Creación

'El director', el libro del periodista que descubrió la sopa de ajo

David Jiménez publica una obra sobre su fugaz paso por la dirección de 'El Mundo' con una mirada anecdótica hacia la profesión y una discreta reflexión sobre las empresas de comunicación

20 abril, 2019 23:30

Portada de 'El director', de David Jiménez

Portada de 'El director', de David Jiménez

No hay un solo profesional del periodismo en España que no hable en las últimas semanas del libro de moda en el oficio. El director. Secretos e intrigas de la prensa narrados por el exdirector del mundo (Libros del KO, 2019) es la obra que sin pretenderlo reabre el debate sobre el proceloso mundo de los grandes diarios en España, la transformación o supervivencia de una industria de la comunicación que vive unos de sus más dramáticos momentos en la historia contemporánea de la prensa.

David Jiménez García (Barcelona, 1971) fue un director breve. Sustituyó a Casimiro García Abadillo, que a su vez había relevado al fundador Pedro J. Ramírez. Firmó 366 portadas. Su aportación al periodismo en un convulso momento de la política y la economía española fue tan escasa como insignificante. Sin embargo, el libro que firma incorpora tanto de revancha contra su empresa y sus excompañeros como un ajuste de cuentas, de manera prioritaria, con Antonio Fernández Galiano, presidente del grupo Unidad Editorial, a quien apoda El Cardenal y retrata como un conspirador de bajo nivel y altas pretensiones a quien le invade una especie de oscura aureola vaticana de perversas intenciones.

Corresponsal inexperto convertido en director

Jiménez emplea un tono de falsa humildad. Reconoce errores durante su gestión que son evidentes, pero esconde durante todo el relato la mayor: su manifiesta incapacidad para motivar una redacción afectada por los acontecimientos empresariales y una nula habilidad para conducir su empresa hacia un territorio de modernización y equilibrio interno que permitiera dar paso a la transformación del popular rotativo hacia los nuevos tiempos.

Jiménez había sido hasta su nombramiento (abril de 2015-mayo 2016) un periodista con escasa experiencia en una redacción. Vivía, en cierta medida, en la burbuja profesional del corresponsal que vegeta alejado del núcleo decisorio del medio y que subsiste apresado por el síndrome de Estocolmo con el territorio al que da cobertura o los acontecimientos de los que debe informar. Evelyn Waugh retrató a finales de los años 30 del siglo pasado esa sensación en Noticia bomba (Anagrama), una recomendable novela que describe a la perfección como los corresponsales acababan recluidos en un hotel del país en conflicto y pactan las crónicas, falsean informaciones o practican todo tipo de triquiñuelas para alimentar a los periódicos en los que trabajaban. Un corporativismo que, aún hoy, sigue presente en no pocas actuaciones del cuarto poder.

Un grumete al frente de un trasatlántico

El Breve tiende a separarse de esa mala praxis corporativa, pero no lo hace desde una reflexión conceptual sino desde una condición que embadurna todo el texto de su obra: un exacerbado individualismo, que supura desde el estilo de escritura, todo en primera persona, hasta las constantes idas y venidas a su endogámica visión de lo acontecido. Ese egocentrismo que rezuma El director es la explicación misma de su fracaso al frente del medio, aunque aparezca revestido de una defensa numantina de principios y libertades. Al menos así lo podemos interpretar quienes hemos pasado más de tres décadas en redacciones periodísticas ocupando todos los empleos habidos, desde el imberbe soldado voluntario, pasando por el cabo furriel de las noticias, hasta el generalato. No hay éxito sin trabajo en equipo, que siempre resulta ser la suma de individualidades bien lideradas.

Como un sorprendido grumete, el periodista narra su aterrizaje como capitán en el puente de mando de un trasatlántico sin los conocimientos ni la experiencia suficiente. Esa es su coartada para destrozar desde un infantil romanticismo profesional todo lo que descubre en el cargo. En algún momento de la obra atisba --no insiste, porque se quiere a raudales en todo su texto-- que Fernández Galiano se equivocó con su designación como director.

‘El cardenal’, un conspirador al uso en las empresas

Fernández Galiano quizá erró con el nombramiento de Jiménez, es cierto. Porque el ejecutivo representante de los accionistas italianos en España --un hombre al que le une una especial amistad con otro buen conspirador catalán, el socialista José Zaragoza-- pudo pensar que un chico joven, formado en el extranjero, con una visión global del mundo de la comunicación, con todos esos activos profesionales impactantes para un head hunter podía resultar capaz de poner orden en un grupo periodístico aquejado por todos los males del anacronismo digital y de la falta de un patrón español, que se ocupara de su crecimiento y transformación. Un perfil que se distinguiera de sus dos antecesores para demostrar a los accionistas y al mercado que era posible sustituir con éxito con un ternerito a una vaca sagrada. El error aún lo paga caro en cualquier caso el ejecutivo al que Jiménez mata diferentes veces en su libro con la mera descripción demoledora de su escaso talento, lubricado carácter y servil desempeño. A la sazón, y visto sin la pasión del escritor, El Cardenal sería un tipo normal en una biografía empresarial, donde los codos y la ambición son tan frecuentes como resultan reprobados en El director por un inocente Jiménez.

Fragmento de la obra 'El director', de David Jiménez, exdirector de 'El Mundo'

Fragmento de la obra 'El director', de David Jiménez, exdirector de 'El Mundo'

Fragmento de la obra 'El director', de David Jiménez, exdirector de 'El Mundo'

Quienes hemos vivido, conocido y construido las empresas periodísticas desde su interior sabemos con certeza que no existe gran diferencia entre un grupo de comunicación y su equivalente en el mundo de la industria, los despachos profesionales o el comercio. Sorprende en consecuencia el asombro que muestra David Jiménez al encarar con falsos apriorismos una organización compleja, con trayectoria e historia para tener en su seno recursos humanos conservadores y otros más dispuestos a jugarse el puesto en el avance de su carrera y la de su empresa.

¿Diferente a EEUU?

Jamás Steve Jobs habría logrado hacer de Apple el monstruo tecnológico que desbancó a Microsoft con una visión buenista del interior de las empresas y atrincherada en una falsa ética. Jamás habrían nacido gigantes como Mercadona si Juan Roig no la condujera con mano de hierro. ¿Acaso piensa Jiménez que, en su idílico mundo, casi paradisiaco acomodo del periodismo de corresponsal, General Electric, o IBM, o las petroleras, o las farmacéuticas, ¿no presionan al Wall Street Journal? ¿Piensa el autor de la obra en cuestión que la CNN o el The New York Times no reciben presiones de la Casa Blanca?

El director muestra que la dirección periodística es un arte, no una carrera profesional. Lo demostraron sus antecesores en el cargo, en especial el fundador de ese decaído producto, Pedro J. Ramírez, pero también desde otras perspectivas profesionales gente de la valía profesional de Juan Luis Cebrián, Luis Maria Anson, Joan Tapia o Antonio Franco, todos ellos coetáneos del estallido de la prensa democrática en España y todos ellos periodistas que supieron en su calidad de líderes lograr los equilibrios suficientes y necesarios para edificar una prensa libre, aquella que fiscaliza los poderes, garantiza la supervivencia de las empresas que dirigen y de los empleos que crean, con el avance de la democracia en España.

El periodismo será digital o no será

Cabe, si acaso, una cercanía con el autor del libro. Su visión de que El Mundo será digital o no será. Sin duda esa era una filosofía que sólo recalcitrantes profesionales podrían poner en cuestión como método para preservar sus canonjías. Digital y sostenible empresarialmente, algo que parecía importarle un pimiento a quien fue su máximo responsable editorial durante un año. Criticar el espíritu de lo que llama “los acuerdos” con las empresas o la colaboración con el mundo económico y político es vivir ajeno a una realidad que resulta indiscutible desde que los lectores han dejado de ser los propietarios de los medios por la caída, gratuidad y diversificación de las audiencias y, como mucho, aspiran a ser sujetos pasivos de sus informaciones. Analizar la situación actual desde los privilegios de la anterior etapa es tan desatinado como tramposo.

Jiménez, El breve, pasará a la historia sin pena ni, por supuesto, gloria. Quedará en los anales, eso sí, que él es el periodista que ha descubierto la sopa de ajo. Triste bagaje, triste libro, que puede convertirse en un éxito de debate profesional aupado por la falsa progresía que piensa en los medios de comunicación como en una ONG. Lo de las ventas es otra cosa: su edición circula de manera gratuita por los grupos de Whatsapp de todas las redacciones españolas.