El cierre del restaurante de la Mola deja sin trabajo a una familia entera
- Gemma Gimferrer, al frente del servicio de comidas, ha pasado de la rabia a la resignación: “Toca buscar trabajo y no se nos caen los anillos”
- “Sufro por los animales, a los que ya rescatamos en su momento, y no me veo capaz de llevarlos al matadero”, relata emocionada
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Es la parte humana del cierre del icónico restaurante de la cima de la Mola, la montaña del Parc Natural de Sant Llorenç del Munt i l’Obac, en el término municipal de Matadepera (Barcelona). La sobrevenida clausura del comedor deja en la calle a una familia entera y a otros trabajadores que se han deslomado para sacar adelante este negocio de décadas, y que utiliza mulas y un burro –la única opción– para subir las provisiones y bajar la basura.
Gemma Gimferrer tiene 63 años, y lleva 57 en el restaurante, desde que su padre lo compró –mucho antes de que el negocio, ubicado en un monasterio del siglo X, pasara a manos de la Diputación de Barcelona–. Pero ahora, a las puertas de la jubilación, se ve obligada a buscar trabajo, pues la última concesión del espacio termina a finales de enero, es “improrrogable” y el siguiente concurso, si lo hubiere, tardará meses en llegar. La razón: los gestores del parque quieren apostar por un modelo de mayor sostenibilidad, y La Mola –así se llama el comedor– no entra en los planes, al menos con la actividad actual.
Mucha familia directa
En conversación con Crónica Global, Gimferrer asume, tras unos días consumida por la inmensa rabia que le produce esta situación, que “todo tiene un principio y un final”, aunque no era el esperado. “Esto lo arrancaron los padres y queríamos que lo continuaran los hijos”, explica. Tiene tres: dos varones y una mujer. Todos trabajan allí. De hecho, de los 20 empleados con los que cuenta, casi la mitad son familiares directos. Y se van a la calle.
“Mis hijos no me preocupan, se apañarán, y a ninguno se nos caen los anillos”, afirma. Por el contrario, su mayor angustia es el futuro de los animales, siete mulas y un burro catalán que ya rescataron de unas cuadras y que han educado para subir y bajar la Mola. “No puedo llevarlos al matadero”, declara con la voz entrecortada. Pero tampoco cree que la venta para trabajo sea una salida, pues ya no se utilizan para cultivar los campos, así que espera encontrar una masía en traspaso para continuar allí con su actividad y llevarse a los cuadrúpedos. El tiempo corre.
Dan de comer a 25.000 personas
Ahora bien, superado el bajón del cierre –que se les comunicó un día antes de que fuera oficial, en una reunión de urgencia–, Gimferrer explica los entresijos de esta situación. Ella era consciente de que la concesión terminaba en enero, y que era improrrogable, como todas las anteriores. Pero confiaba en que hubiera una nueva licitación por otros cinco años. No ha ocurrido, y eso que no hay, hoy por hoy, una alternativa para ofrecer un servicio de restauración en lo alto de la Mola. “Pedimos prolongar la concesión hasta encontrar una solución, y hacer una transición menos agresiva, incluso reduciendo el servicio”, afirma.
Además, ataca a la corporación y a todos los responsables de la gestión del parque natural, a los que acusa de mentir. En esta línea, asegura que el cierre por motivos de sostenibilidad –la DIBA busca un servicio más alineado con el cuidado del medioambiente, menos dañino para el entorno, según argumenta– no tiene fundamento, pues, si bien son más de 300.000 montañeros los que suben a la Mola cada año, el restaurante solo tiene capacidad para atender a 25.000; es decir el negocio de comidas no es la principal atracción de visitantes. “No somos responsables de que suba tanta gente; la gente tiene ganas de salir, venimos de una pandemia, y ahora somos muchos más habitantes”, esboza.
“¿Quién bajará la basura?”
A continuación, Gimferrer asegura que los gestores del parque “tienen un problema”, pues la única manera de ofrecer un servicio de restauración, o de llevar la electricidad a la cima pasa por el uso de los animales, que son los que transportan la mercancía y el combustible. Arriba no hay nada. “Ya se lo encontrarán”, desliza. Además, se pregunta quién bajará la basura generada por los montañeros, un cometido que ahora también realizan los trabajadores del comedor.
“Los funcionarios lo tienen bien –en referencia a los responsables de esta drástica decisión–, el día 22 de enero, el día en el que el restaurante ya no abrirá, tendrán su nómina; yo no”, concluye. “Es una pena”.