Cierra el icónico restaurante de la Mola
- La Diputación de Barcelona plantea el futuro del espacio con entidades e instituciones, que convienen que hay que hacerlo más sostenible para evitar la degradación
- La nueva licitación del espacio de restauración, si la hubiere, llegaría después del final de la concesión actual, que es “improrrogable”
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Cierra La Mola, el restaurante más alto del Vallès. La concesión del espacio termina a finales de enero y el nuevo concurso de licitación, si lo hubiere, llegaría después de esa fecha, pues no hay más tiempo. Antes, la Diputación de Barcelona (DIBA), entidades e instituciones deberán decidir qué quieren hacer con la cima de la montaña homónima, aunque en un primer borrador aparece marcada en rojo la palabra sostenibilidad.
Este jueves, en Matadepera (Barcelona), tuvo lugar la esperada reunión de la DIBA con entidades e instituciones para trazar las líneas de futuro de la Mola, que pasan, como se ha dicho, por un modelo de gestión más protector con el medio, más sostenible. Un modelo en el que, a falta de un diagnóstico detallado, no tiene cabida el servicio de restauración actual.
Cabe recordar que en lo alto de la montaña se encuentran, además del comedor, un monasterio del siglo X, propiedad de la Diputación y declarado Bien de Interés Cultural Nacional (BCIN), así como servicios de visitas guiadas y otras actividades de interpretación, gestionados con un contrato de concesión del 2018 que finaliza a finales de enero del 2024 y que es “improrrogable”.
El argumento del cambio climático
En el encuentro de este jueves, enmarcado en la Comisión Consultiva del Parc Natural de Sant Llorenç del Munt i l’Obac, la corporación explicó que sus planes para la Mola pasan por integrar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), la Carta Europea de Turismo Sostenible (CETS) y nuevos requisitos técnicos y ambientales “en un contexto de cambio climático”. En este sentido, el diputado de Espacios Naturales e Infraestructura Verde, Xesco Gomar, subrayó que este ha de ser un “proyecto compartido con todos los ayuntamientos de los municipios” que integran el parque natural. Entre ellos, Matadepera.
Precisamente, el alcalde de esta rica localidad, Guillem Montagut, añadió que desde su consistorio quieren que la actividad que se desarrolle en la Mola “sea más sostenible” y se evite “la degradación del entorno”. Una degradación que algunas voces atribuyen, en parte, al restaurante, pues es un reclamo para muchos de los más de 300.000 excursionistas que visitan el parque natural cada año. En cambio, desde La Mola consideran que el deterioro lo favorecerá el cierre del negocio, pues la gente seguirá subiendo igual, pero entonces no habrá nadie que recoja la basura ni que cuide del monasterio.
Sin tiempo
Fuentes de la DIBA mantienen que están todos los escenarios abiertos hoy por hoy, pero antes hay que realizar un diagnóstico de la situación y, a partir de ahí, actuar. De lo que no hay duda es de que la concesión actual termina a finales del próximo enero, recuerdan que es “improrrogable” y que, si lo hubiere, el nuevo concurso para gestionar el espacio llegaría después de esa fecha, pues en dos meses –y con la Navidad de por medio– no hay tiempo para resolver antes este asunto.
Por lo tanto, La Mola cerrará, y lo hará el próximo 20 de enero, aunque el interrogante en este momento es si se trata de una clausura permanente o solo temporal, a la espera de la nueva licitación, de la que tampoco se conocen detalles.
Sea como sea, desde la Diputación insisten en que el plan tiene como “objetivo básico el establecimiento de un régimen de protección y conservación del medio físico, el paisaje, los sistemas naturales y la diversidad biológica del espacio natural, compatible con el aprovechamiento sostenible de sus recursos y la actividad de sus habitantes”. Por ejemplo, ordenar los accesos a la cima y mejorar la eficiencia energética.
Los bocadillos no salen a cuenta
Uno de sus habitantes es Gemma Gimferrer, gestora del restaurante, y que hace unas semanas pidió ayuda a “políticos, alcaldes y amigos” ante el incierto futuro de su negocio. Ella lleva allí 57 años, desde que su padre compró el establecimiento y, por lo tanto, mucho antes de que lo adquiriera la Diputación de Barcelona. Porque, aparte de trabajar, también vive en lo más alto de la montaña. Y desde el negocio avisan de que, si deben cambiar el modelo, es posible que no les salga a cuenta.
“Solo con el transporte –los víveres se suben en mulas, pues no hay alternativa por carretera–, el personal –unas 20 personas–, el almacén… nos dejamos más de 7.000 euros al mes”, explicó Joan, uno de los socios, a Crónica Global días atrás. Por lo tanto, tal y como están las cosas, no les saldría a cuenta cambiar los platos de cuchillo y tenedor por bocadillos y bebidas, como se ha rumoreado. Todo sigue en el aire.