El traslado de Franco abre el debate sobre quién rompió el consenso de la Transición
La ley de Memoria Histórica de Zapatero marcó una frontera con los pactos de la Transición, pero los expertos también señalan a Aznar y a publicistas como Pío Moa o César Vidal
24 octubre, 2019 00:00“La reconciliación estaba hecha antes de la ley de memoria histórica y de Zapatero”, ha señalado estos días Francis Franco, el primer nieto del dictador Francisco Franco. Ese jueves, después de un periplo judicial, y pese a la negativa y los obstáculos de la familia Franco, los restos del Generalísimo saldrán del Valle de los Caídos en dirección al cementerio de Mingorrubio. El plan es trasladar esos restos en helicóptero. Su salida reabre el debate sobre la Transición. La izquierda y el mundo independentista ha querido ver en esa exhumación de los restos de Franco, fallecido el 20 de noviembre de 1975, una señal de que el paso de la dictadura a la democracia fue más un apaño que una ruptura real. Sin embargo, pese a los lamentos del nieto de Franco, el debate académico, con consecuencias prácticas en el debate político actual, es acalorado. Historiadores, y expertos en el discurso sobre la memoria histórica apuntan en varias direcciones: ¿lo rompió el presidente Rodríguez Zapatero, o fue José María Aznar, tras su mayoría absoluta?
Exhumación de los restos de Franco / EUROPA PRESS
Zapatero, efectivamente, quiso solventar las carencias de esa Transición con la Ley de Memoria Histórica, en 2007, para reconocer a todas las víctimas de la Guerra Civil. Y otro presidente socialista remata aquel impulso político con la decisión de exhumar los restos de Franco del Valle de los Caídos. Pero, ¿cómo se interpretan todas esas decisiones desde la recuperación de la democracia?
Revisionismo de la Guerra Civil
El historiador José Álvarez Junco recuerda que José María Aznar llevó a cabo “un revisionismo de la Guerra Civil” de tinte “neofranquista” con historiadores de cabecera como Pío Moa o el divulgador César Vidal. “Fue un debate académico, no tuvo nada que ver con medidas legislativas”, explica a Crónica Global. Sin embargo, añade Álvarez Junco, desde Adolfo Suárez hasta la primera etapa de Felipe González se llevaron a cabo iniciativas para “ir reconociendo tensiones” y “restituyendo en sus puestos a los represaliados de cárcel. Se hicieron desde la restauración de la democracia”, apostilla.
El catedrático de historia contemporánea en la Universidad Nacional de Educación a Distancia, Abdon Mateos, recuerda que “a partir de 1993 y, sobre todo, en 1996, con la llegada de Aznar se rompió con la idea de echar al olvido el franquismo/antifranquismo, es decir, el discurso de la reconciliación, el todos fuimos culpables”
El error de la izquierda
Esta enmienda a la Transición volvió a ganar protagonismo con la irrupción de Podemos en la política española. La formación liderada por Pablo Iglesias llegó a impugnar “el régimen del 78” con su aterrizaje en las instituciones. Después de cinco años, no obstante, el partido ha matizado su discurso y, a la vez, ha visto como un PSOE renovado, el que lidera Pedro Sánchez, ha abanderado esa causa con el decreto ley para exhumar el cadáver de Franco.
Pero, ¿por qué ha ocurrido ese debate en el seno de la izquierda? Quien lo ha tenido muy claro es el historiador Santos Juliá, fallecido justo este miércoles, y que ya no verá la exhumación del cadáver de Franco. En una entrevista en Crónica Global, Juliá señalaba que la propia izquierda se había metido un gol por la escuadra, al plantear Zapatero la Ley de Memoria Histórica. Fue Zapatero, a juicio del mejor biógrafo de Manuel Azaña, quien estableció, aunque fuera de forma indirecta y sin ser consciente, una enmienda a la Transición, que había sido un gran logro de la izquierda. “Al introducir esa ley, se dio pie a una conexión, a la idea de que había una deuda, del reconocimiento de que los vencidos estaban pendientes de una reparación, de que se podía deslegitimar la Transición”, señalaba en la entrevista. Y de aquel hilo tiraron los nietos de los protagonistas de aquel momento, los que impulsaron Podemos.
La Ley de Memoria Histórica
Lo que ocurrirá este jueves es de capital importancia, al margen de qué sentimientos suscite o a quién pueda beneficiar a las puertas de unas elecciones generales. Franco es el único de los dictadores aliados del eje fascista de la Segunda Guerra Mundial que seguía manteniendo una tumba en un lugar público con una clara idea de homenaje. La decisión de exhumarlo contó con el apoyo de todo el arco parlamentario y la abstención de PP, Cs y Foro Asturias.
Según el catedrático de la UNED, Abdon Mateos, “la huella de la Guerra Civil seguirá presente mientras queden generaciones que vivieron el conflicto o recibieron testimonios directos de las que lo sufrieron”. Asimismo, Álvarez Junco señala que Zapatero no se atrevió a legislar sobre el dictador. “La Ley de la Memoria Histórica no preveía hacer nada en el Valle de los Caídos más allá de prohibir los actos políticos que se hacían cada 20 de noviembre”, abunda. Álvarez Junco advierte de que todavía hay “nostálgicos” y que si “Vox hubiera estado ya representado en el Congreso” se hubieran “opuesto” a sacar a Franco del mausoleo.
Zapatero, superado
Pero eso no resolverá el debate de fondo, el que moviliza políticamente, teniendo en cuenta que la crisis de las democracias occidentales, como señala el filólogo y ensayista Jordi Amat, favorece la polarización de la sociedad a través de batallas culturales. La memoria histórica, por tanto, se convierte en un mecanismo de confrontación. Amat engarza con la reflexión que suscitó Juliá. Pero amplía el perímetro, al considerar que todas las políticas de Zapatero, basadas en los derechos individuales y de género, con medidas como el matrimonio homosexual o la misma Ley de Memoria Histórica, supusieron “una guerra cultural implacable”.
Los mismos consensos de la Transición, según Amat, se reabrieron. “No era la intención de Zapatero, que lo que quería era redefinir el consenso fundacional, pero la revuelta que se generó contra su propuesta truncó el espíritu del pacto fundacional”. Se combatió con dureza, con la “popularización de lecturas contrarrevolucionarias sobre el origen de la guerra civil española”, señala Amat.
Aznar 'blanquea' el franquismo
Pero hay más factores, que procedían de una etapa anterior. La izquierda pone más el acento en esa parte, en la línea de Álvarez Junco. El ensayista y filólogo Jordi Gracia, autor de La resistencia silenciosa, señala las diferentes etapas que se han vivido: “Estuvo muy de moda en los medios progresistas asegurar que el PP del primer Aznar, en 1996, llevaba una agenda oculta que siguió oculta porque se vio obligado a pactar con Jordi Pujol. Desde 2000 dejó de ser oculta porque la mayoría absoluta del PP promovió la rehabilitación de un discurso abiertamente comprensivo sobre el franquismo, donde la guerra civil no empezó en 1936 sino en 1934 y donde destiló la sospecha de que los perseguidos por el franquismo algo habrían hecho. La derecha había vivido la travesía del desierto durante años y sintieron llegado por fin el momento de rebajar la acritud contra una etapa que había dado un potente crecimiento económico a España y que, en realidad, tampoco había sido tan mala”.
Ese es el precedente que se encuentra Zapatero, y, por tanto, se vio forzado a reinterpretar, de nuevo, lo sucedido, según esa óptica que precisa Jordi Gracia: “Entonces empezó a suceder otra cosa y es que llegó a su madurez la generación de los nietos de la guerra civil y empezó a suscitarse un interés colectivo por un pasado épico y trágico tan mal conocido como casi todas las etapas pasadas. Y frente a la rehabilitación del discurso neofranquista que el gobierno de Aznar mimó y azuzó, con insolventes tortuosos como Pío Moa y César Vidal, algún libro muy singular, como Soldados de Salamina, de Javier Cercas, logró cuajar en 2001 una rebeldía activa para identificar ahí un pasado contado sin el maniqueísmo elemental y lógico de la resistencia antifranquista y sin la adulación soft del franquismo de la nueva derecha”.
La ayuda de la literatura
Ese es el punto intermedio, o la conjunción de varios factores, con la llegada de nuevas generaciones, que quieren saber, que reclaman que se les explique otra vez qué sucedió, pero de una forma más clara y sin tergiversaciones interesadas.
Jordi Gracia lo ve a partir de la propia literatura, que ayuda de forma directa: “Empezó entonces a activarse de veras la necesidad de difundir y ensanchar la memoria de la derrota, del antifranquismo y del exilio a través de asociaciones voluntaristas y autores tan activos como Almudena Grandes o Rafael Chirbes, más tarde. Había estado siempre ahí esa memoria; lo que no había estado ahí todavía eran las herramientas para contarla de otra manera ni el público dispuesto a enterarse sin libros con notas a pie de página, soporíferos documentales o investigaciones de alta exigencia: las ganas de saber, incluso si lo que se supiese diluía ideas míticas, se impusieron a las trolas de la viejas derechas y a los recuerdos míticos de la vieja izquierda. Y ahí estamos todavía”.
Ahí estamos, el día en el que se exhuman los restos de Franco, y que podría suponer una inyección electoral para Pedro Sánchez. Según diferentes sondeos, son las generaciones nacidas después de 1975 las que entienden mejor que esos restos no debían seguir en el Valle de los Caídos.