Que no os engañen. Un nacionalista siempre preferirá la tribu a la democracia y se interesará por los derechos humanos solo si sirven al interés de su causa. Es por eso que Josep Guardiola o Xavi Hernández se atreven a tildar de “autoritario” el Estado español pero, en un ejercicio de amnesia o relativismo cultural, creen que la gente es feliz” bajo la monarquía absoluta de Catar. El caso de Guardiola llega hasta el punto de que declinó responder a la carta abierta de otro futbolista, Zahir Belounis, en The Guardian --este sí, preso político-- que le pedía denunciar públicamente su encarcelamiento por parte del régimen catarí. 

Lo mismo ocurre con Quim Torra, pero con mayor gravedad al tratarse de un representante político. Al máximo mandatario catalán le han costado tres días, un centenar de heridos y más de 500 incendios para condenar la violencia en Cataluña. Y en su crítica pública dejaba entrever que eran "infiltrados" los autores de estos actos vandálicos.

Solo le faltaba decir que eran españoles quienes los perpetraban, que es lo que hizo cuando todavía era editor y podía dar rienda suelta a su xenofobia. En el diario El Matí Digital publicó un artículo --distinto a su célebre texto de las “bestias con forma humana”-- titulado Un día de furia y vergüenza, en el que veía la violencia del movimiento de los indignados del 15M ante el Parlament como algo exterior, es decir, español. Y con “regusto africano”, que le obligaba a un “exilio interior” en su propia tierra. Para Torra, aquellas protestas eran inasumibles, situaban a Cataluña en una situación "peor que Uzbekistán” y se mostraba preocupado por las “conclusiones” que sacaría “la prensa internacional”.

Estas palabras leídas ahora resultan paradójicas. Su doble rasero con la violencia es evidente y parece que el fin de la independencia justifica los mismos medios que criticaba en otras protestas. Si el escenario no cambia mucho, Barcelona está abocada a una ola de decadencia que persistirá mucho más allá del procés. La dejadez de la Ciudad Condal y el ensimismamiento de unos líderes políticos que solo se miran al ombligo ya ha pasado factura. Hay varios ejemplos. Por poner uno, la pérdida de Barcelona como sede de la Agencia Europea del Medicamento

Stefan Zweig en su libro sobre la reina francesa María Antonieta describe muy bien este ensimismamiento de las clases dirigentes del Antiguo Régimen, que llegan hasta el extremo de reírse de su decadencia. Es un goce oculto que lleva, según Zweig, a la reina a preparar un pase de la ópera Las bodas de Fígaro de Mozart en la intimidad de su corte. El libreto de la ópera, escrito por Beaumarchais, es una crítica mordaz a la aristocracia que Luis XVI llegó a prohibir en los teatros de Francia.

Torra sabe que es cuestión de tiempo que lo descabecen de la presidencia, puesto que solo le apoya Puigdemont en Waterloo. Pero se empeña, como María Antonieta, en vivir haciendo caso omiso al principio de realidad. Si se sigue afectando al turismo, a la producción o a la seguridad, pronto pedirá que los catalanes coman croissants cuando se acabe el pan.