Todo lo que ha conseguido la reacción política y mediática en su ofensiva contra Fernando Simón, portavoz del Ministerio de Sanidad para la crisis del coronavirus, ha sido bautizarle como simones, que es la forma en que se conoce a su familia --son seis hermanos-- en el pueblo donde pasan las vacaciones. El personaje ha sobrevivido.

El activismo más agresivo y conservador de la derecha española, que tantos éxitos ha cosechado con campañas de este estilo cada vez que ha gobernado la izquierda, no ha podido con un hombre solo. Puede que la razón de ese fracaso obedezca a que Simón no es un político, más allá de que sea un hombre comprometido como apunta su trayectoria profesional. Y a que transmite honestidad.

 

 

Fernando Simón durante la rueda de prensa / EP

No les ha disuadido que ocupe la dirección del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias desde 2012, cuando gobernaba Mariano Rajoy, y que ya fuera portavoz en crisis anteriores, como la gripe A, el ébola, el zika y la listeriosis. Tampoco les tranquilizó saber que Simón, como sus cinco hermanos, había estudiado en un colegio del Opus Dei antes de hacer medicina en la Universidad de Zaragoza. Algo que no induce, en principio, a socialcomunismo.

Se trataba de darle una patada al Gobierno en el culo del portavoz, fuera quien fuera. Lo consiguieron con los militares, cuya comparecencia diaria fue un intento fallido de blanquear la imagen del Ejército, y que cometieron algunos errores, empezando por su elección: el rango no garantiza la eficacia en la comunicación.

Simón se atrevió a saltar como un espontáneo en defensa del general de la Guardia Civil José Santiago. “Sé que me estoy exponiendo de nuevo”, dijo cuando disculpó al picoleto con la misma serenidad con que reconoce ignorar un dato e insta al periodista de turno a que espere 24 horas hasta que se lo estudie. Ayer mismo admitió sin rodeos no haber leído los textos legales que sustentan la declaración del estado de alarma, algo que nunca haría un político. Y, aparentemente, se quedó tan tranquilo.

Han llegado a cuestionar su licenciatura, de la misma forma que le han tratado de farsante por no disponer del MIR, un título que cuando él se licenció no era requisito para ejercer los empleos en los que trabajó.

Gaspar Llamazares, que también es médico, ya le advirtió de lo que le esperaba. Él había sido víctima de ese tipo de campañas y sabía que, una vez iniciadas, concitan adhesiones de todo tipo. De hecho, el televisivo Pablo Motos se sumó al escarnio riéndose de su aspecto desaliñado –“Parece que lleva 40 días durmiendo en un coche”--, como hizo el científico Oriol Mitjà pidiendo su dimisión por haberse equivocado. (Mitjà sabe ahora, y lo ha aprendido en propia carne, que la política y la ciencia son como agua y aceite.)

Simón retuitea mensajes de todo el mundo, sobre todo de su jefe, Salvador Illa, y del jefe de su jefe, Pedro Sánchez. Se diría que es un poco pelota. También ha contestado a Miquel Iceta --“Gràcies, Miquel”-- si el socialista catalán sacude a la Generalitat de Quim Torra por algo relacionado con el virus. Cuando vi ese coleguismo pensé que igual se conocían de Menorca, donde el primer secretario del PSC pasa las vacaciones. Pero no es así, no se conocen. Simón no navega en el Mediterráneo, sino en el mar de Aragón, en Caspe.

Es más, ni siquiera está en Twitter. Eso no impide que en la red vivan cuatro perfiles falsos –los cuatro creados en marzo pasado-- que dicen actuar en su nombre y que han conseguido reunir a unos 20.000 seguidores. Los ignora como hace con quienes tratan de reducir su papel al de escudo del Gobierno para destruirle como si fuera un ministro que se expone cada día al desgaste de los focos y las cámaras.