El proceso soberanista sí que ha sido un fraude. Por más que la intelectualidad retribuida directa o indirectamente por Artur Mas con los fondos públicos de la Generalitat insistan en lo contrario, es un fraude, como dijo el dirigente de la CUP, de los que pasarán a la historia. Me explico:

1. Un fraude persigue obtener una ventaja y, desde 2012, Artur Mas y su corte de asesores y palanganeros no han buscado otra cosa que eso, lograr un rédito electoral cortoplacista. El soberanismo ha sido una coartada política para no atender las responsabilidades de corrupción en las que puede incurrir su partido político y, lo más grave, para ladear la incapacidad de gobernar con escasez de recursos y en tiempos de profunda crisis económica. Inventarse un horizonte político que lo justificaba todo era, para quienes lo hicieron, un método para evitar aplicar consideraciones ideológicas, de clase incluso, a la gobernación. Los catalanes independientes comeríamos helado de postre y viviríamos más han sido sandeces agrupadas en programas y proclamas electorales.

2. Es fraudulenta de manera parcial la movilización social que cimentaba el soberanismo electoralista. Los conteos más científicos demostraron que hubo siempre mucha gente en aquellas manifestaciones del 11 de septiembre, pero jamás los millones que la propaganda del régimen lanzó. El efecto propagandístico del fraude en la contabilización perseguía sobredimensionar el movimiento. Eran manifestantes bienintencionados en su gran mayoría, creyeron muchos que con el apoyo a un sentimiento iban a ser capaces de mejorar las relaciones entre la administración catalana y la del Estado. No todos los que se manifestaban de forma lúdica deseaban romper con España ni tensar aún más las relaciones territoriales. No todos eran rupturistas.

3. El soberanismo de Mas y su corte ha sido también un fraude de tacticismo electoral. Hoy algunos se sorprenden de que Oriol Junqueras se postule como nacionalista sucesor e intente recoger para su formación el espacio del catalanismo templado que otrora era feudo de CiU. Los masistas, que son legión después de tantos años de reparto de prebendas y dádivas con cargo a fondos públicos, acusan ahora al líder de ERC de traidor. Lo hacen en voz baja, y se olvidan, por supuesto, de los tiempos recientes en que le presionaron hasta la extenuación para que Junts pel Sí evitara la visualización de una CDC decadente y de un Mas campeón del mundo en pérdida de diputados e influencia.

4. Mas aceptó que la CUP le diera sus votos. Admitió para ello emprender un plan de choque social en el que jamás pensó como gobernante en sus meses anteriores, con el apoyo de ERC. Sabía que era papel mojado, un fraude político adicional a los ya cometidos. Los chicos de la CUP hubieran sido instrumentalizados y el cumplimiento del plan era seguramente dudoso. Por fortuna, la coherencia de la CUP en su incoherencia política, ha impedido que Mas se salga con la suya en su condición de vendedor de humos apoyado en las nuevas técnicas del márketing político.

5. El proceso ha sido un fraude porque ha generado ilusiones que hoy son frustraciones, colectivas e individuales. Apostó por los sentimientos y hoy Mas no tiene ninguna respuesta para todo ese colectivo de ciudadanos bienintencionados.

6. Su última propuesta de hacer un gobierno de Junts pel Sí hasta la próximas elecciones de marzo es el último intento de defraudar la democracia con las astucias políticas que le han llevado a obtener el sobrenombre de ‘El Astuto’. Incluso ERC considera un fraude democrático la propuesta del presidente en funciones.

Son argumentos suficientes. Lo que está haciendo Artur Mas y su séquito defrauda expectativas y supera lo razonable. La historia es ya la única que podrá llevarlo a su sitio.