El independentismo se organiza, con llamamientos de algunos de sus más altos representantes, a definir qué deberá pasar si en las elecciones al Parlament de Cataluña se obtiene más del 50% de los votos. La reflexión es oportuna porque, aunque con la ley en la mano no deberá pasar nada, es cierto que uno de los principales argumentos del llamado constitucionalismo era que el movimiento independentista nunca había superado la mitad de los votos y que, por tanto, sus reclamaciones no contaban con una amplia base social. Pero, si ocurre, es evidente que el independentismo podría recobrar una intensidad que ahora no se percibe, después del varapalo que supuso para su suerte la sentencia del Tribunal Supremo de hace justo un año. 

Pensar y poner el acento en esa cuestión, en el bloque independentista, supone jugar en su terreno de juego. Y eso resta energías a la posibilidad de lograr una alternativa real, que pase por un buen gobierno, por consejeros competentes y por políticas eficientes que recuperen el pulso de la economía catalana y aumente la autoestima de una sociedad que se encuentra cansada y depresiva después de tantos años de populismo que no han servido para nada.

¿Y qué sucede entre las fuerzas políticas no independentistas que aspiran a un cambio real en Cataluña? Por ahora, impera la resignación, la idea de que sea Junts per Cataluña o ERC quien gane los comicios, todo quedará más o menos igual. Esa consideración, con la convicción de que la sociedad catalana es la que es, la ha verbalizado Miquel Iceta, al entender que la actual situación es fruto de un conjunto de factores, como la crisis económica de 2008, y la apuesta populista y suicida de dirigentes como Artur Mas, iniciada tras la Diada de 2012. Sin embargo, el propio Iceta alberga la idea de que puede ser una alternativa, y que se puede tejer, alrededor del PSC, una verdadera apuesta por un cambio de rumbo.

¿Cómo? Todo está todavía por definir. Hasta que no se convoquen las elecciones, ningún partido tomará decisiones sobre determinadas plataformas electorales. Una posibilidad, en todo caso, podría ser la de organizar alrededor del candidato que tenga más opciones para iniciar otra etapa política distinta, una oferta electoral plural y ambiciosa. Si se piensa en experiencias anteriores, esa idea podría ser recuperada, aunque presenta todavía muchas incógnitas. Una primera cuestión es saber si en Cataluña queda un ápice de ambición, de ganas, de garra para cambiar las cosas de una forma clara. Pero pongamos que existe.

Iceta es, en estos momentos, el único candidato con opciones a pelear por una victoria electoral en competición con los partidos independentistas. ¿Es consciente de ello el propio Iceta? Por ahora, sólo Units per Avançar se ha mostrado dispuesto a mantener su acuerdo electoral, con Ramon Espalaler en las filas del grupo parlamentario socialista. ¿Se repetirá esta vez, o habrá algo más, una especie de Ciutadans pel Canvi que acompañe a las siglas del PSC?

Aquella experiencia, la de Ciutadans pel Canvi que algunos dirigentes históricos del PSC nunca acabaron de ver clara, porque desconfiaban de Pasqual Maragall, dio resultados, aunque fueron insuficientes. Maragall ganó por votos a Jordi Pujol en 1999 con esa plataforma, pero no por escaños, y se quedó en la oposición, hasta la formación del primer tripartito en 2003. Se trataba de atraer a votantes que no querían inclinarse por un socialista, pero que soñaban con una alternativa real al nacionalismo de Jordi Pujol.

Ahora, por tanto, se podría presentar otra oportunidad, con el concurso de Lliures, el partido que impulsó Antoni Fernández Teixidó, la Lliga Democràtica, de Àstrid Barrio, y también con Units per Avançar. Cada uno por separado son ahora poca cosa. Si todo el catalanismo de centro se une con la idea de que un candidato como Iceta puede ganar las elecciones y presentar un cambio real en Cataluña, basado en el buen gobierno, el independentismo podría tener, de verdad, un serio problema. ¿Una quimera?

Podría haber muchas objeciones a ese proyecto. La primera es la desconfianza o la falta de generosidad entre esas fuerzas políticas. Y también en el seno del PSC, al entender que una apertura al centro liberal podría constituir un problema para avanzar en el centro-izquierda, buscando un bocado en los Comuns. Pero las objeciones también se centran en el llamado bloque constitucionalista, en aquellas plataformas que insisten en que el PSC debería unir esfuerzos con el PP y Ciudadanos. Eso, sin embargo, es no saber qué papel ha ocupado el socialismo catalán, y no entender que Cataluña no puede basarse en un bloque contra otro. El PSC es y ha sido un partido catalanista, sensible a las mayorías sociales. Y todos deben abrir los ojos a la realidad, el independentismo en primer lugar, pero también el resto de partidos constitucionalistas.

Los ciudadanos que necesita esta vez el PSC pueden estar a su derecha y en el centro político, con la posibilidad de aspirar no a quedar en una digna posición, sino a ganar las elecciones y presidir un gobierno de la Generalitat que se caracterice por un buen gobierno, visto que el “gobierno de los mejores” de Artur Mas se ha ido degradando tanto que la propia institución de la Generalitat ha quedado a la intemperie.

Uno de los consejos que los buenos políticos ofrecen es que para llegar a la primera línea lo primero de todo es querer llegar. Sin ambición --aunque es evidente que eso no es todo-- no se llega. Y ahora el PSC está ante ese reto: si quiere o no ganar las elecciones. Otra cosa es que luego lo pueda conseguir. A su alrededor, en todo caso, hay mucha energía disponible y dispuesta a lograr ese objetivo. ¿Se producirá algún movimiento en ese sentido?