No habían salido de la cárcel, como aquel que dice, y los condenados por los hechos de otoño de 2017 ya habían vuelto a las andadas; tal como anunció en el juicio uno de ellos: lo volvieron a hacer. Se pusieron a mentir como bellacos a sus seguidores en torno a lo que ocurre en Cataluña, en España y en Europa, como han venido haciendo desde el principio del procés, desde Artur Mas hasta Oriol Junqueras pasando por Carles Puigdemont y el resto de los personajes de esta historia.

El colmo de la impostura le corresponde por méritos propios a Jordi Cuixart, el autor de la famosa frase, quien a las puertas de Lledoners habló en nombre de Cataluña. Pero, ¿cómo puede erigirse en portavoz de un país un señor que ni siquiera se ha presentado a unas elecciones? Pues porque sigue la tradición que tan eficazmente ha construido el relato del procés y los agravios a Cataluña: repetir día tras día versiones falseadas de los hechos que ninguno de los grandes medios de comunicación osa cuestionar hasta que a fuerza repetirlas se convierten en el sedimento ideológico de los convencidos.

Jordi Turull, sin ir más lejos, invirtió su primer día de asueto en manifestar solemnemente ante las cámaras de la televisión pública catalana que no renunciará a sus convicciones y que se resiste a que el miedo forme parte de su vida: lo dice quien rompió a llorar en público en vísperas del juicio. "No dejaré de ir a una manifestación; y si es un delito grave, tenemos un problema". Todo el mundo sabe que nadie en este país es condenado por asistir a una manifestación; él más que nadie: los 12 años que le cayeron responden a los delitos de sedición y malversación.

Pero quien mejor compite con Cuixart es Elsa Artadi. En su afán de servicio al expresidente fugado, ha llegado a atribuir los indultos al éxito del trabajo que han hecho desde el “exilio” su jefe y los otros pillastres que dejaron en la estacada a sus compañeros de Govern tras la aplicación del artículo 155. Las medidas de gracia no las ha dado el Gobierno, dice la concejala, sino que éste se ha visto forzado por la presión de los independentistas que tanto influyen en las instituciones europeas. Es el enésimo mensaje subliminal de los neoconvergentes para justificar la huida del maletero, una pista de que no lo deben tener muy claro y de que se temen que más pronto que tarde tendrán que rendir cuentas ante los que se quedaron.

Resulta cansino repetir lo obvio, pero hay que hacerlo porque son tan constantes como pesados. Los promotores del procés han perdido; han sido condenados por la justicia y parcialmente perdonados por el Gobierno español. Como recordaba el jueves María Jesús Cañizares en estas páginas, ninguno de ellos ha rechazado el regalo: han acatado; animan a la desobediencia a los demás, pero ellos se someten.

No hay 3.000 represaliados, ni 2.000, sino unos cientos de personas acusadas de haber violentado la ley; y unas decenas que deberán responder por el gasto de dinero público con el que se financiaron esos presuntos delitos.

El 1-O hubo violencia policial, efectivamente. Pero no contra ciudadanos que votaban en una consulta ilegal, sino contra quienes impedían que la Guardia Civil y la Policía Nacional cumplieran un mandato judicial. A la vista de que el lunes anterior el asedio a la Consejería de Economía les había salido bien, los dirigentes independentistas repitieron la jugada aquel primer domingo de octubre de 2017 animando a sus seguidores a que hicieran de escudos humanos para volver a obstruir la justicia en todos los puntos de votación donde fuera posible.

Además, se procuraron una buena cobertura mediática de manera que después pudieran utilizar las imágenes como propaganda victimista, y negocio para algunos de ellos, como siempre, con recursos públicos. Estaban convencidos de que los Mossos d’Esquadra repetirían la actuación del 25 de septiembre. Cuando el mayor Josep Lluís Trapero aludía el domingo pasado en TV3 a la ingenuidad del cuerpo policial aquellos días se refería precisamente a la forma en que fue utilizado por el Govern y sus satélites.

La opereta que la misma TV3 difundió desde el interior de Lledoners en la que se oía cómo los héroes independentistas discutían entre sí sobre qué cara debían mostrar ante las cámaras tras su excarcelación es suficientemente ilustrativa de la representación permanente, del teatro y de la fabricación consciente del falso relato que ha llevado a Cataluña a este callejón de tan difícil salida.