Fue en L’Hospitalet de Llobregat, entrada la noche del 9 de noviembre de 2014. Artur Mas, presidente de la Generalitat, y David Fernández, líder de la CUP, se fundieron en un emotivo abrazo que, como icono, dio la vuelta a la historia política catalana. Ambos estaban eufóricos por los supuestos buenos resultados cosechados en el butifarréndum del 9N, preludio del que tuvo lugar el 1 de octubre de 2017 en el culmen del éxtasis independentista.

Apenas dos años después, en enero de 2016, los diputados de la CUP vetaron a Mas como presidente catalán y forzaron la investidura de un desconocido hasta la fecha Carles Puigdemont. Benet Salellas, un abogado gerundense de buena familia y diputado de la CUP en aquel momento, hizo célebre la frase de que su partido había enterrado a Mas en “la papelera de la historia”.

La formación anticapitalista ha vivido diferentes trances en las sucesivas convocatorias electorales que han tenido lugar desde aquellas fechas del procés. Hoy con nueve parlamentarios en la Cámara catalana (cinco más que en la anterior legislatura) mantiene una posición de fuerza en el lado del independentismo que hizo posible la investidura de Pere Aragonès y que debía ser determinante en la aprobación de leyes y la orientación de la política catalana.

Con la tramitación de los Presupuestos para 2022 ha llegado la primera ley importante en la que la muchachada antisistema debía pronunciarse. Y han dicho que no al proyecto que había presentado el consejero de Economía, Jaume Giró, como difícil síntesis de un gobierno de coalición entre ERC y JxCat que anda a garrotazos. Les parece poco progresista, no se recogen sus escalofriantes peticiones y, en síntesis, quieren marcar distancia con los otros dos partidos independentistas en su regreso al autonomismo clásico.

Aragonès y los suyos tienen ahora el reto de sacar adelante ese proyecto como ejecutivo buscando alianzas en el resto del arco parlamentario. Entre las geometrías políticas posibles, al final, se trata de conseguir una abstención del grupo de los comuns o del PSC para que las cuentas de 2022 tengan luz verde parlamentaria por mayoría simple. Los primeros parece que poseen mayor predisposición a convertirse en la muleta necesaria. Los socialistas estarían en disposición de dar la cara a favor de la gobernabilidad de la autonomía, pero los republicanos tienen miedo de que mejore demasiado la imagen de Salvador Illa y de su formación de cara a los próximos enfrentamientos en las elecciones municipales.

Giró se ha plantado ante las vacas sagradas de JxCat: las peticiones presupuestarias de la CUP son inaceptables y pese a las presiones de algunos integrantes de su grupo para pactar con los diablillos cuperos, se impone el sentido común. De hecho, el responsable económico del Govern tiene mayor predisposición hoy a transaccionar con socialistas y comunes que con aquellos con los que firmaron el pacto de legislatura.

En ese marco, con las dos principales fuerzas independentistas dispuestas a dejar de lado la pulsión secesionista durante un tiempo mientras intentan demostrar capacidad para gobernar la autonomía, la CUP es quien silenciosamente es lanzada a la papelera de la historia breve del estado soberano catalán. Si dejan de ser útiles para la causa soberanista, el electorado puede pasarles factura en próximos comicios. Desde esa renovada papelera de la historia en la que se encontrarán con Mas y algún que otro dirigente nacionalista víctima del procés, a los cuperos solo les queda la queja y replegarse hacia el municipalismo, que es su origen y principal razón de ser. Sí, y es posible que esa sea su principal línea estratégica de trabajo. Engullidos por el buey independentista que han contribuido a alimentar y engordar, a buen cubierto en la panxa del bou, on no neva ni plou con los recursos económicos emanados de su grupo parlamentario, o de guateque en la caprichosa papelera de la historia, la CUP hará ruido. Es lo que mejor saben hacer, apropiarse de la calle y destacar en el griterío.

Harán bien el resto de nacionalistas en tránsito al autonomismo en prevenirlo si no quieren seguir visualizados como cooperadores necesarios de una nueva Barcelona que arde o de un territorio incapaz de recuperar la estabilidad.